Clínica del sujeto: La Elaboración (Noviembre 2019)

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“EL concepto de parresia en unos autores estaba asociado con la idea de poder decir la verdad y en otros en hablar de poder cuestionarse. Pero la cuestión es ¿cómo uno se puede cuestionar ante sí mismo? Sería imposible ya que ante sí mismo uno lo que hace es engañarse. Entonces hay que cuestionarse ante el otro pero resulta que uno lo que quiere es engañar al otro…”

Introducción a la sesión sobre La Elaboración

Esta lección trata del papel de la elaboración en la clínica del sujeto. La clave de nuestra práctica, nos dice.

Cuando el daño y el extravío te llevan a buscar un encuentro con un terapeuta, la elaboración hace posible un saber y un sentir sobre uno mismo, sobre nuestros afectos y sobre las relaciones con los demás.

¿Cómo se trabaja esto en terapia? Pereña responde con su definición de Parresia que sería el cómo cuestionarse ante el otro.

 ¿Qué es ese otro? nuestra parte de pérdida, de faltas, de sensibilidad, ese otro es la subjetividad. Es el desconocido que me habita.

¿Cómo se logra? ¿Cómo puedo cuestionarme porque la angustia, la culpa, la necesidad de reconocimiento nos empuja a engañarnos?

 Al preguntarme por cómo me he constituido en respuesta al desorden que es la vida. Cuestionarse ante el otro es interrogarse por lo que se es, poder tomar a los demás como lo que carezco, reconocerlos como deseantes no sólo como invasivos, es decir, trabajar la relación entre pertenencia e intimidad y desde ahí dar dignidad al querer vivir, al dolor que conlleva existir.

Pero en una cura la elaboración se crea por parte del paciente y también por parte del analista. Para Pereña, la tarea elaborativa del analista es convocar un encuentro, un acontecer creativo. Es un acogimiento que conlleva cuestionamiento, sensibilidad y compromiso. Lo resume en la sentencia ¿qué has aprendido de este paciente?

Aprendo porque del paciente no sé nada, si no sé nada y quiero saber entonces es un querer saber de lo perdido, de lo dañado.

Eso permite cuestionar la pasividad y la impotencia del paciente. Ayudamos a que tome su vida como posibilidad, un nombre de la creación de un mundo interno para poder articular la sensibilidad, el amor y el deseo.

Aquí es cuando aborda una dificultad que se encuentra en los análisis y es lo que denomina Certeza infantil. Es la imposibilidad de articular un mundo interno por el miedo a la soledad y una inquietante necesidad de compañía que nos hace sentir en las escenas del mundo que la vida es del otro y para el otro.

El texto termina con las preguntas que los participantes realizaron. Es una maravillosa oportunidad de observar a Pereña como supervisor y terapeuta.

Aconsejo fijarse en cómo se centra en la sexualidad en el caso presentado. La trabaja como manifestación de la pulsión y qué propone para que acontezca el cuestionamiento. Hay una definición de la Parresia que es denominarla como Atrevimiento. Invita a salir de la certeza infantil a través del atreverse a ver y sentirse desde otro lado, al otro y a si mismo.

Finaliza sincerándose en cómo se encuentra con los pacientes en el cara a cara, la forma más adecuada de que surja en la cura la palabra que convoca el acogimiento y por tanto la posibilidad.

Oscar López

 

Clínica del sujeto: La Elaboración (Noviembre 2019)

Francisco Pereña

Parresia

Espero que hayáis leído el texto de la videoconferencia que ofrecí para México https://www.clinicaypsicoanalisis.com/apuntes-pensar-la-clinica-del-sujeto-1/ ya que allí introduje la conferencia justo con el concepto de parresia (παρρησία), que entiendo como un cuestionarse ante un desconocido A veces me digo cuánta gente ha pasado por mi consulta durante tantos años, qué habrá sido de ellos, vinieron como desconocidos y se fueron como desconocidos. A pesar de que uno indaga en la más estricta intimidad, siguen siendo, sin embargo, desconocidos.

Lo asocié el otro día al pasar por la plaza de Tirso de Molina donde había un montón de pobres amontonados allí por el frío, gente que no tiene donde dormir y sentí gran incomodidad. Se dice que la pobreza es invisible. No, los invisibles son los pobres. Todo el mundo sale corriendo de la pobreza ya que le interpela a cada uno como en el caso de la locura – por ejemplo, la tragedia de Sófocles, Áyax– nos interpela en la intimidad de uno mismo, algo de nuestra propia pobreza, que se expresa en nuestro miedo a la pobreza. Los pobres son los invisibles no la pobreza.

La pobreza es de lo que huimos para no ver al pobre que somos y que tememos ver encarnado en los pobres que produce con tanto descaro nuestra sociedad. El otro es siempre un desconocido y nuestros pacientes vienen como desconocidos y se van como desconocidos. Entre tanto han pasado cosas y lo que pasa es el espacio de la elaboración.

La elaboración es la clave de nuestra práctica, el punto central, todo lo demás está supeditado a la elaboración y un modo de formularla de manera directa es cuestionarse ante el otro. Ese es el concepto griego de parresia.

EL concepto de parresia en unos autores estaba asociado con la idea de poder decir la verdad y en otros en hablar de poder cuestionarse. Pero la cuestión es ¿cómo uno se puede cuestionar ante sí mismo? Sería imposible ya que ante sí mismo uno lo que hace es engañarse. Entonces hay que cuestionarse ante el otro pero resulta que uno lo que quiere es engañar al otro.

Por tanto la cuestión clave es qué estatuto tiene ese otro. En la tragedia griega ese el otro era el amo, el único que podía decir la verdad ya que el esclavo o el exiliado es aquel que no puede decir la verdad (Eurípides) después viene por ejemplo, la anécdota de Alejandro Magno con Diógenes cuando este último le comenta a Alejandro que no puede decir la verdad puesto que es el amo, invirtiendo así la posición de Eurípides diciendo que aquel que tiene el poder es necesariamente un mentiroso. Este giro del pensamiento helenístico modifica la filosofía griega al centrarla sobre la posición ética o moral de los sujetos.

La parresía cambia de estatuto al expresar el problema de cómo cuestionarse si uno tiende a engañarse. Plutarco dirá que uno se ha de cuestionar ante un otro de la veracidad y de la  integridad moral. Con ese podrás cuestionarte porque te dirá la verdad.

Esto es una idealización al pensar que hay alguien que no se engaña. R. Walser decía que por la mentira respiramos. Por eso Galeno establece un concepto de parresía peculiar que es el de cuestionarse ante un desconocido.

La necesidad del otro lleva a engañarse para poder tener un lugar en el otro, con un desconocido hay menos necesidad de engañarlo y tampoco se trata de cuestionarse ante ti mismo ya que el narcisismo o la necesidad de reconocimiento te lleva al engaño.

Todo esto viene al hilo de que una de las maneras como podemos definir la elaboración es un cuestionarse ante el otro. La cuestión es qué estatuto tiene ese otro.

Nietzsche decía: «¿Por qué dos hablan para decir una misma cosa? porque aquel que lo dice siempre es el otro«. Esto es realmente interesante porque nos lleva a una idea más cercana a nosotros que es que ese otro es uno mismo, no el yo de la identidad sino el sujeto del síntoma que es a la vez el que se engaña y el que se pregunta por la verdad. Ese uno mismo es el uno sin identidad, expropiado por el otro. Es así como entiendo el concepto freudiano de pulsión. Y ese uno mismo introduce el vacío en el hecho de vivir.

Ese vacío se llena con mucha facilidad, fundamentalmente con lo persecutorio. Tú le das al otro el estatuto de un externo que te persigue y ya está la compañía asegurada. No hay ya ninguna soledad. Esto en la clínica hay que saberlo, mientras que el otro como vacío es la definición misma de la subjetividad.

Si el otro persecutorio es una respuesta al darle al otro un estatuto externo que causa mi desgracia, lo traumático es ese vacío interno, esa realidad melancólica asociada a la pulsión del lado del vacío pulsional mientras que lo que haces con el exceso pulsional es encontrar un otro persecutorio que te acompaña.

El otro como vacío es propiamente la subjetividad. Es el sujeto de la pulsión, es el otro del vacío pulsional, es el sujeto de la angustia o el sujeto de la palabra y del deseo también.

En cuanto al yo, es verdad que es una unidad y ahí se propone «arreglar» el trauma ligado al estatuto pulsional del humano, al construirse una unidad con componentes del fantasma sadomasoquista, pero esa unidad tiene una peculiaridad, sólo se da de verdad si no es puramente externa, si no es un paso al acto. Sólo se da a partir del mundo interno, a partir de construir una intimidad.

En la construcción de esa intimidad está también la soledad y la ausencia del otro. Con lo cual el yo es una unidad muy contradictoria. Lo explica Freud, dice del yo dos cosas:

1). Es una escisión interna o una unidad contradictoria

2). La síntesis o unidad del yo nunca es un dato sino una tendencia a la unidad, nunca se da del todo.

En la obra de Freud es muy difícil distinguir entre yo y sujeto. Hay que verlo siempre en relación con las instancias. Si no se refiere al yo como instancia yoica está hablando del sujeto y en ese sentido el sujeto es siempre lo que escinde al yo y forma parte del yo como escisión, es decir, como cuestionamiento de la identidad.

La elaboración se juega en ese espacio de la unidad contradictoria, de la escisión del yo, del cuestionamiento de la identidad de los avatares de la vida que ponen al descubierto este cuestionamiento que es lo que lleva a interrogarse sobre quién es uno, pues si fuese una unidad dada no habría cuestionamiento.

Por eso no es posible un psicoanálisis de perros. Ellos no se cuestionan, saben perfectamente su relación con la vida. Son una unidad con la vida misma. Nosotros estamos escindidos de la vida y de ahí viene lo de la imposibilidad de vivir ya que nuestra vida se sustenta en el deseo de vivir.

Por ello, la transferencia no hay que entenderla de un modo clerical, ni tampoco desde aquel que dice la verdad. El psicoanálisis tiene una relación muy cercana a la impostura y es un cuestionamiento constante del analista sobre su posición ya que tiende a creerse que dice la verdad ya que el otro le presta ese lugar.

La transferencia tiene dos peligros, la idealización -mi analista es el mejor, el que dice la verdad- y la otra cara de la idealizan sobre el fantasma sadomasoquista.

Se trata de cuestionarse ante el otro interno de uno mismo y se trata de que el analista no se engañe. No ser como dice Freud en El yo y el Ello, ni un predicador, ni un redentor ni un cura. Era su propuesta y eso sólo se consigue mediante el cuestionarse uno mismo.

La Transferencia

Todo debate sobre la transferencia pasa por ahí, por que el analista se cuestione a sí mismo. Es alguien que no sabe y una manera de definir a un analista es la de preguntarle qué ha aprendido de la persona que ha tratado. Es una manera de situar al analista en relación con el paciente. ¿Qué ha aprendido usted de esta persona?

Si no ha aprendido no ha elaborado nada y eso es crear problemas al paciente. La escucha no es más que no saber y estar a ver lo que va a suceder, a la espera de lo inesperado, de lo que vaya a suceder. Incluso la desdicha que ha sucedido en la vida de los sujetos tiene que suceder porque no lo traen como suceso, lo traen como queja, victimismo o excepcionalidad, como obstáculo a la vida. Y escuchar el dolor da ese dolo el estatuto de algo que ha sucedido, que es su vida, y esa es la clave del asunto.

Para eso hay que escuchar, no adoctrinar. No adoctrinar no es decir yo me callo, no, porque adoctrinar es no escuchar. Callarse si no se escucha no sirve de nada. En última instancia es llevar el daño al dolor, cuestionarse es la posibilidad de vivir.

Uno se cuestiona cómo la vida es imposible pero cuestionarse la vida de uno -dejando el universo idealista de la idealización persecutoria- es su posibilidad. Esto es una clave fundamental de la elaboración.

Los sujetos acuden a tratarse para que tú le des posibilidades «de» (de pareja, de vivir, de qué hacer con sus hijos…). A veces lo piden con mucha franqueza: «dígame qué hago con mi suegra». Hay que escuchar a qué responde eso. Esto es serio, es prueba de la impotencia en la que se han instalado, pero nosotros lo que hacemos es devolverle al sujeto la posibilidad que tiene como tal sujeto ya que solo el sujeto toma la vida como posibilidad, su vida como posibilidad.

Normalmente la posibilidad se le atribuye a los otros (el otro no me deja, no quiere, etc) Ahí el otro en ese sentido es un obstáculo pero también es una oportunidad. La posibilidad no te la da el otro, es tuya por determinada que esté.

Habría que dejar de buscar que el otro te de la posibilidad. El sujeto de la falta que se problematiza es el sujeto de la posibilidad.

La certeza infantil

Pero esto entra en contradicción con las certezas infantiles. El problema de las certezas infantiles es que la posibilidad la tiene el otro y eso reduce al niño a la impotencia. Por eso cuando el niño fantasea se da una posibilidad propia que crea mundo interno.

Crear mundo interno es una manera de decir que se da una posibilidad pero habitualmente en la vida infantil la posibilidad es del otro. El fantasma sadomasoquista está construido sobre eso. Este fantasma es nuclear en la formación del yo y tiene que ver con que la posibilidad la da al otro y eso es una certeza infantil.

Son certezas que utilizan la impotencia, el abandono, el daño o el no ser escuchado.

Hace muchos años encontré a un autor nunca traducido al castellano que es un escritor y poeta excelente, es Louis-René des Forest que tiene una novela que se llama El charlatán. Ppresenta a un personaje de una soledad extraordinaria que habla y habla porque tiene la certeza de no ser escuchado.

La certeza de no ser escuchado la tienen muchos niños, algunos tan ideales, tan cuidados y en el fondo con la certeza íntima de no ser escuchados, lo que puede hacer de ellos unos impotentes, (o  peor si les hace prepotentes), o unos inhibidos.

De esto hay muchos casos, ¿No habéis visto nunca a nadie que sólo presta atención en su vida a lo que no se le da? Esto es una certeza infantil. Vienen de la certeza de que el otro no le da. Esto es un verdadero problema, porque hipoteca la demanda ya que esta se dirige sólo a quien no da.

Alguien me dice: «Lo que yo pienso nunca me da realidad«. Es alguien doliente y muy sofisticado. Esto explica muy bien una certeza infantil que está en contraposición de las fantasías infantiles ya que en las fantasías infantiles se fantasea para darse realidad y eso crea mundo interno. La demanda hipotecada a quien no da está con frecuencia asociada al rencor. El odio no está entonces como opción de separación sino como mera opción de dependencia. Y a través del odio y el rencor se hacen dependientes porque tienen la seguridad de que no le van a dar y tienen así la certeza del odio como verificación de su existir.

El odio es una certeza infantil cuando es el único modo de existir para el otro. Es una certeza infantil que obvia toda la posibilidad. La posibilidad es salir de las certezas infantiles, es incompatible el sujeto de la posibilidad con las certezas infantiles.

Por lo cual la elaboración tiene que ver con el salir de la certeza infantil. Salir de la escena única porque la certeza infantil está basada en un mundo reducido a una escena, a una única escena. Y eso es abrir el sujeto de la posibilidad y dejar la compañía del rencor como única gran compañía.

Me preguntaba por qué Tomás de Aquino tiene que decir que si la bienaventuranza es contemplar a Dios por qué hay que añadir que sólo se completa con el contemplar a los condenados en el infierno. Aquí hay algo que no cuadra. ¿No es autosuficiente el contemplar a Dios? Él quizás se planteó que contemplar a Dios es una idea pasiva y esa pasividad anula al sujeto y una manera de recuperar al sujeto activo es contemplar a los condenados, es decir, vivir del daño de los otros.. Esto lo hacemos todos. Vemos a los emigrantes, a los locos, los pobres, y decir: «Qué bien, me he librado de eso».

Es fundamental tener condenados en el infierno para hacerse compañía. La pasividad y más propiamente la soledad de la contemplación divina ha de verse acompañada del daño de los condenados.

Continúa…