Ed. Síntesis. Madrid, 2013. 163 pp.
Publicado en la revista de la AEN (Asociación Española de Neuropsiquiatria), Num. 123 (Julio~Septiembre, 2014).
Reseña de Piedad Ruíz
Desde que publicó su primer libro La pulsión y la culpa (2001) hasta el último El melancólico y el creyente (2012), Francisco Pereña ha realizado un recorrido clínico alrededor de los conceptos que Freud consideró al final de su vida sus descubrimientos: la pulsión y el inconsciente, ya que la clínica del sujeto que Pereña propone tiene su particularidad precisamente en la relación entre ambos. Como él mismo señala en el prólogo, este recorrido ha tenido como principal objetivo recuperar estos descubrimientos separándolos de los desarrollos más especulativos del propio Freud. Para ello, ha vuelto una y otra vez en sus libros a los orígenes del concepto de pulsión en Freud y a lo que él denomina su primera intuición: el concepto de “asistencia ajena”, que entiende como la presencia del otro en el cuerpo y la alteración que esto supone en el organismo humano, siendo la angustia traumática su afectación fundamental. Ahora, dicho recorrido culmina en este libro con una aportación inédita que liga este modo de entender la pulsión con la formulación freudiana de la represión como “transformación del afecto”, en el marco del cambio decisivo en la obra freudiana que supuso la angustia como causa de la represión. La represión ya no es, por tanto, mera contención, sino un trabajo de elaboración que constituye la actividad inconsciente.
Pero la actividad inconsciente no se puede pensar al margen del vínculo con el otro, un vínculo que afecta y que permite dar cuenta de la pulsión como la vida psíquica misma y no como un agregado a lo instintivo. Lejos de la concepción biológica, incluso cosmológica de la pulsión en Freud, lejos de la exigencia clínica de los autores postfreudianos de desentenderse de esta concepción y, por tanto, de la pulsión, Pereña afirma que la desregulación instintiva, resultado de la larga indefensión y desamparo del humano, conlleva que la angustia sea la afectación fundamental y que la clave diagnóstica y terapéutica se encuentre entonces en el modo en el que la angustia se transforma en afecto a través de la inscripción de la pulsión como demanda inconsciente. Por tanto, cómo se articulen las modalidades de demanda al otro podrá permitir que “el otro no sea sólo, a la vez que referencia vital fundamental, objeto persecutorio a abatir” (p. 110). Por otro lado, esta inscripción no viene dada, ni es definitiva, sino que es una actividad inconsciente constante. Es decir, que el conflicto psíquico, inherente a nuestra relación con los otros, implica que los modos particulares del sentir y del temer que el sujeto manifiesta en el síntoma se renueven sin cesar y que la elaboración de la repetición sintomática sea una posibilidad para la angustia, en el sentido de Kierkegaard. Dicho de otro modo, “el deseo como límite interno de la pulsión se opone al temor persecutorio que alimenta la capacidad destructiva de la pulsión” (p.78). En su libro El hombre sin argumento (2002), el autor ya situaba la agresividad, junto con la represión y la sublimación, como un destino de la pulsión que esclarecía la aportación freudiana al respecto, entendiendo por destinos los modos de tratar la angustia. En este libro la agresividad como respuesta inmediata responde a la dificultad de elaboración o dificultad para “articular la demanda de tal modo que se pueda establecer alguna relación entre lo que se quiere y lo que se teme” (p. 120). Las distintas formulaciones de Pereña esparcidas en su obra señalan al deseo como el motor que hace del vínculo afectivo una fuente libidinal, siendo que tanto el deseo como el amor requieren conservar al otro en su ausencia y en su incertidumbre (p.44), frente al intento de aseguramiento y certeza que convierte, por el contrario, la vida del sujeto y la vida del grupo en una organización persecutoria en la que el miedo y la violencia se dan cita (p.123). Véanse sus libros De la violencia a la crueldad (2004) o Cuerpo y agresividad (2011).
¿Por qué esta aportación es inédita en la clínica psicoanalítica? Existen tres corrientes teóricas postfreudianas fundamentales que introdujeron un cambio de paradigma que el propio autor examina en su prólogo y que ampliamos para responder a esta pregunta:
1.- El kleinismo y el lacanismo que toman la pulsión de muerte freudiana (el mayor exponente de la contradictoria concepción biologicista y mística de la pulsión) como eje importante de sus tesis. Klein redefine la naturaleza de la pulsión incluyendo objetos humanos en las fantasías inconscientes, pero se trata de objetos predeterminados de acuerdo a patrones constitucionales. Esto condujo la clínica al callejón sin salida de interpretaciones doctrinarias delirantes. (Sería Spitz quien demostraría que el objeto como objeto libidinal no está predeterminado, sino que es una creación en la que el otro es un “organizador psíquico”). Por su parte, Lacan subraya la falta de objeto de la pulsión abriendo así un campo teórico sobre el deseo, pero en sus formulaciones sobre el “goce” reintroduce el dualismo pulsional al articular la libido y la pulsión de muerte, ignorando, como nos plantea Pereña, que el conflicto psíquico no es entre pulsiones sustantivas, sino entre el sujeto y el otro.
2.- Los teóricos de las relaciones de objeto, representados por Winnicott, se desentendieron del concepto de pulsión freudiana al cuestionar el origen de la agresividad a partir de la pulsión de muerte y no a partir de las experiencias tempranas del sujeto en la relación con los otros. Sin embargo, al alejarse del concepto de pulsión, abandonan la noción de conflicto psíquico en aras del ideal del “ambiente facilitador”. Ahora bien, estas tesis junto con la de Fairbairn acerca de que la libido busca el objeto cuestionan la afirmación clásica freudiana de que la libido busca el placer, produciendo un cambio de paradigma en la clínica: la motivación de todo impulso humano no es la mera gratificación que utiliza al otro como medio para un fin, sino que la conexión con el otro es un fin en sí mismo. Otras teorías como la del apego de Bowlby y las más recientes sobre el análisis interpersonal encuentran ahí su inspiración.
3.- Por su parte, la Egopsychologie, sin abandonar la concepción freudiana de pulsión se centró en los procesos de formación del yo y en el análisis de las defensas. Pero tanto la vertiente adaptativa de Hartmann con sus nociones sobre la “autonomía del yo” y “el potencial yoico sin conflictos” o los estudios sobre el narcisismo de Kohut que toman la distinción entre “verdadero self y falso self”, a pesar de tratarse de aportaciones importantes y fecundas se alejan del conflicto psíquico en aras de situar los límites de cierta “normalidad”. Si partimos de la alteración pulsional, la normalidad es una ficción terapéutica y la clínica y la doctrina no se entienden entre sí.
Todas ellas plantean el desarrollo y las relaciones intersubjetivas como claves teóricas. Lo intrapsíquico freudiano no puede entenderse sin lo intersubjetivo, pero de alguna manera se alinean de un lado o de otro. Por ello, la tesis de F. Pereña sobre la inscripción de la pulsión como demanda inconsciente es realmente una aportación clínica porque sitúa la dialéctica sujeto-objeto y sujeto-otro como el Faktum pulsional mismo, es decir, como el acontecer que funda la subjetividad y que “carece de ley o norma al ser enteramente singular” (p.59).
En las aportaciones de estos autores postfreudianos tuvo una importancia capital la clínica infantil, cuyos supuestos teóricos se habían construido por fuera de ésta, así como la clínica de patologías no estrictamente neuróticas, incluida la psicosis. Todas ellas no encontraban en la concepción freudiana de la pulsión un modo de inteligibilidad. Por eso el recorrido clínico que se anuncia en el título de este libro desarrolla sus tesis alrededor de temas como: “Los criterios epistemológicos que han dirigido el desarrollo en la psicopatología infantil”, “Sobre el asunto de la responsabilidad de los padres: responsabilidad, culpa y aceptación o “Escisión, denegación y disociación”, “El sueño y la alucinación”, “La alucinación, el delirio y el dicho psicótico”, etc. Por último, el capítulo sobre “La dificultad diagnóstica en psicopatología: causa o trastorno” se aleja de los modelos estructurales rígidos y obliga a pensar que esta dificultad “proviene de la imposibilidad de una etiología conforme a la ley causal universal y necesaria”.
Piedad Ruíz
Psicoanalista Madrid