Sujeto versus individuo (1)

publicado en: Debates | 0
Compartir

Se trata de situar la cuestión del sujeto conceptualmente, si se puede hablar de concepto a propósito del sujeto. Nuestra clínica es una clínica del sujeto, de la escucha también se dice, no se puede escuchar algo que no tenga, como diría Aristóteles, una permanencia. 

Francisco Pereña

Marzo 2011

 

(Este trabajo se compone de tres partes. Esta es la primera)

            I

Se trata de situar la cuestión del sujeto conceptualmente, si se puede hablar de concepto a propósito del sujeto. Nuestra clínica es una clínica del sujeto, de la escucha también se dice, no se puede escuchar algo que no tenga, como diría Aristóteles, una permanencia. Si no hay una permanencia no hay nada que escuchar, a no ser la constancia de esa falta de permanencia. Hay definiciones establecidas como esa de que el sujeto es lo que representa a un significante para otro significante, ese tipo de cosas estructuralistas que no me parecen muy serias, sobre todo porque me recuerdan la época en la cual estas tesis empezaron a proliferar en el París de la época que era la época althusseriana, que era cuando el vacío político y el fracaso de la acción revolucionaria de los años sesenta se compensaba con una especie de narcisismo dogmático, con un discurso muy original y muy vacuo que termina por desentenderse de la clínica como el dogmatismo althusseriano termina desentendiéndose de la política. Las tesis lacanianas de la época sobre el deseo del analista y sobre la escuela responden a ese desprecio por el sujeto y la búsqueda de una extraña entidad a-histórica y, por tanto, inerte, a la que se le asigna un deseo sin sujeto, entre místico y nihilista que se corresponde con un nihilismo terapéutico y una vuelta a la logomaquia sacerdotal.

Pero si nosotros hablamos de clínica del sujeto habrá que tomárselo un poco en serio y explicar qué entendemos por ello. En torno al sujeto hay bastantes paradojas, bastantes dificultades. Elegí hablar de este tema porque estuve el otro día en Galicia hablando sobre lo público y lo privado, y al hilo de ese tema trabajé la contraposición entre sujeto e individuo. Me pareció de interés volver sobre esto. Efectivamente la cuestión del sujeto plantea muchas paradojas. Si hablamos de la escucha, ¿se puede decir que escuchas una combinatoria significante? Pero, ¿por qué habría de permanecer una determinada combinatoria significante? ¿Qué es lo que permanece? Esta es una vieja pregunta aristotélica. Mi tesis es que se trata de  la pregunta por el sujeto.  La tesis que quiero defender es que contra lo que pudiera parecer lo que permanece es el sujeto, que esa permanencia es la subjetividad frente a la ficción yóica y a cualquier intento de convertir la subjetividad en una metafísica, es decir, en un universal, inteligible o no, según las escuelas. Lo que permanece es lo concreto de una determinación contingente o sintomática, de forma que, como se observa en la clínica,  cuando falta el sujeto del ics, cuando no opera en todo caso el sujeto del ics o sujeto del síntoma se ve cómo el paciente dice a veces sentir un vacío, se deshace la mascara yóica y los sentimientos están falseados, como si se tratara de una sensibilidad angustiosa y confusa, que no sabe qué siente ni cómo sentir, o, como algunos se expresan, se sienten inertes. P. Janet, un autor desgraciadamente olvidado, localizó al respecto lo que llamó “sentimiento de ausencia de realidad”, que describió tan acertadamente como “sentimiento de la ausencia de relieve” (cfr. Las Obsesiones y la psicastenia), es decir, de conflicto. Para todos esos fenómenos clínicos hoy se dispone del cajón de sastre de la depresión. Pero ya tuve ocasión de explicar qué es para mí un rasgo característico de los trastornos del límite y que P. Janet atribuía a lo que él llamaba “psicastenia”.

Por tanto, el sujeto lo es de la sensibilidad, es un sujeto pulsional y sentiente que no se ha de confundir con la armadura yóica, siempre una unidad ilusa, construida desde el otro. Lo que permanece no es pues, y esto es lo curioso, una unidad sino una escisión irrecomponible con el mundo, es decir, con los otros. El sujeto es una cosa paradójica, es un vacío que lo separa del otro del que depende, pero es lo que permanece. Como propuesta se podría hablar de dos características fundamentales del sujeto, o dos apartados que serían el sujeto del trauma y el sujeto del conflicto. El trauma es constitutivo del sujeto, el trauma persiste como permanencia contingente del sujeto. Por eso cuando se observan los casos en los que cabe decir que un “sujeto” porta el trauma de otro, sea el padre o la madre, de forma que su sentir está muerto y sólo sienten esa angustia confusa que no discierne sus sentimientos y que da a veces la impresión de sujetos sin sensibilidad, a pesar de su angustia difusa, en esos casos es como si la subjetividad estuviera abortada. Temen por el otro, por su pena, pero desconocen la suya. La persistencia del trauma significa la sensibilidad misma del sujeto.

Podemos decir que hay dos dimensiones de esa presencia del trauma que articulan la relación entre pulsión e inconsciente, lo cual dicho de otro modo quiere decir que lo que permanece como trauma es la presencia del otro en el cuerpo. Pero, ¿qué significa esa presencia del otro en el cuerpo? Significa, por un lado, la demanda. La pulsión, a diferencia del instinto, que carece de subjetividad, es, como ya he explicado en otras ocasiones, es una demanda. En el humano la pulsión tiene estatuto de demanda. Por otro lado, es el suceso, el acontecimiento, pervive esa presencia del otro en el cuerpo como acontecimiento, pues no es una presencia legislada, ni legisladora, como quería Kant, son los encuentros que determinan la vida psíquica o vida subjetiva. Son las dos dimensiones que hay que tener en cuenta a la hora de pensar el trauma: la presencia de la pulsión que ha de inscribirse como trauma y el hecho mismo del acontecimiento de esa presencia del otro en el cuerpo, es decir, que esa presencia, no es solamente una modalidad de la pulsión, es también un acto, lo que nos lleva a pensar la pulsión en sí misma como una escisión, no tanto como un dualismo, sino como una escisión, la presencia escindida entre el otro y el cuerpo. Qué es lo propio y qué es lo ajeno, no está definido, luego hay una escisión interna. El que sea una escisión remite a una demanda y a un acontecimiento, por tanto a una permanencia temporal.¿Puede haber una permanencia temporal? O es una temporalidad externa o es interna. Si es interna, ¿cómo puede permanecer algo sin dejar de ser temporal?

Ahí es donde yo hablaría del sujeto del conflicto, porque efectivamente esta cuestión de la temporalidad no externa requiere un tipo de devenir o de contingencia o de movilidad en el inconsciente que permanece como temporalidad, es lo mismo que decir que permanece como insatisfacción. Quiere decir que nunca acaba de coincidir el cuerpo humano consigo mismo, que esa presencia del otro en el cuerpo no es una experiencia de exterioridad, es una presencia interna, y la temporalidad es el ritmo que marca la existencia misma de la pulsión, de manera que no hay satisfacción interna, sino insatisfacción interna a la pulsión, y esa es la marca que da al sujeto el estatuto de conflicto y la posibilidad del amor y no sólo de la conquista. No es un mecanismo dado de funcionamiento, es un conflicto, y si es un conflicto es un proceso, no es una estructura precisamente. Ese conflicto significa dos cosas: por un lado, hay un padecimiento, es una angustia primordial que empuja a la elaboración y a la defensa, es decir, que el deseo de saber y el deseo de no saber se dan a la vez en el inconsciente. La represión no excluye la denegación.

De ahí el embrollo freudiano de la represión como defensa. Pienso que no se han de confundir a la hora de aislar lo que yo llamo el inconsciente de las huellas, el inconsciente an sich freudiano, pero eso no quita que opere como defensa, de manera que el saber mismo está al servicio del no saber. Eso es la denegación de la que tanto hablo, porque me parece un mecanismo específico del sujeto en su común tarea de saber y no saber. No hay saber que no sea a la vez denegación de saber, frente a la angustia que muestra  la presencia temporal del sujeto del trauma como conflicto. Es decir, es una presencia del sujeto en su posición traumática que está cortado del otro al que pertenece y de ese modo lo que sucede con la angustia es que se pertenece a una pérdida. La angustia constituye una presencia, lo que permanece del trauma, a pesar del trabajo de elaboración que se da en la intrincación entre pulsión e ics. Lo que expresa la permanencia del sujeto del trauma en el tiempo es la angustia. La angustia es lo que hace presente al sujeto del trauma y lo hace presente como pertenencia a una pérdida, o si se prefiere a un extravío.

Eso da al trabajo del inconsciente, al trabajo de elaboración, el estatuto fundamental de trabajo de duelo. Trabajo de elaboración y trabajo de duelo es lo mismo. No hay duelo sin trauma, es decir, que el duelo es la escritura del tiempo en el cuerpo, la temporalidad del cuerpo como escritura libidinal, no son cuerpos muertos, son cuerpos que escriben unas pérdidas y hacen un duelo de esas pérdidas y ese proceso temporal es lo que constituye la vida subjetiva del cuerpo. A diferencia de la melancolía, porque precisamente en la melancolía hay una derrota del sujeto. Por eso quizás Freud tuvo el atrevimiento de hablar de la melancolía como constituyente del yo, por lo que supone de derrota del sujeto de ese intento permanente que tienen todos los sujetos de dejar de ser sujetos para librarse del trauma y de la angustia. Por eso cabe decir que el sujeto tiende a dejar de ser sujeto, lo cual es una paradoja, porque mientras más intentas dejar de ser sujeto, más te angustias. No puedes prescindir de la angustia, tienes que tratarla. Pero la melancolía lo que quiere es descansar y es el intento máximo de cómo desprenderse del sujeto. Como el único objeto verdaderamente adecuado de la satisfacción, aparte de los intentos drogadictos, bien sabe el melancólico que es el de la pérdida, entonces dice: yo me hago el objeto perdido, yo mismo a mí mismo, que es la maniobra melancólica y de esa forma descansa del conflicto psíquico. Eso ya supone tal carencia de recursos que obliga al suicidio o a un tipo de duelo intemporal, que es la contraposición que hace Freud entre duelo y melancolía, un tipo de duelo intemporal es un tipo de duelo estático, es decir, de mortandad. Si el duelo es la escritura del tiempo en el cuerpo, la melancolía sería el modo de convertir el cuerpo en un objeto de desecho eterno, es decir, deslibidinizado, desvitalizado. Quiero decir al respecto que en la clínica nos encontramos en ocasiones con tales traumas digamos externos (por ejemplo, la muerte de un hijo en circunstancias dolorosas, o el destrozo del cuerpo que no puede ya recuperar su imagen yóica, etc.)  que dificultan el duelo y, por tanto, la elaboración, sin que, sin embargo, eso excluya la decisión de vivir. Ahí se introduce un victimismo que obstaculiza de manera notable el tratamiento.

Francisco Pereña

 

(Continúa en Sujeto versus Individuo II)