Síntoma, repetición y diferencia

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Seminario de Piedad Ruiz: Huellas del psicoanálisis en el pensamiento contemporáneo.

Curso 2014-2015: Síntoma y repetición.

Sesión del 17-4-2015. Ponente invitado: Francisco Pereña

“En nuestro trabajo nosotros vemos al sujeto del síntoma. ¿Esto qué significa? No vemos al sujeto por los rasgos positivos de identidad, lo vemos por su problematicidad, lo vemos por su precariedad, lo vemos por su fragilidad”.

 

Introducción de Piedad Ruíz: Hoy vamos a debatir con Francisco Pereña el capítulo de su libro Cuerpo y agresividad que se titula Síntoma, repetición y diferencia.

Voy a empezar con dos citas de este capítulo que me parecía que podrían ayudar a situar el problema. Dice: “la repetición es un concepto ajeno al pensamiento filosófico el cual está basado en la transcendencia o, en todo caso, en una inmanencia unitaria o panteísta. Hubo que esperar a Nietzsche para que la repetición diera que pensar en un tipo de determinación contingente que no procura identidad y que no se sostiene tampoco en la identidad del concepto, la cual toma la diferencia como inteligibilidad del individuo al incluirlo en la especie. La diferencia, por lo tanto, no atañe el individuo sino a su inteligibilidad como especie”.

Otra cita: “Si alguna posibilidad hay de lo que se entiende por cura, es que la transferencia es repetición. Es experiencia del límite a la representación y a la diferencia específica y solo cuando la clínica psicoanalítica aborda la determinación sintomática del sujeto se va a topar con la repetición. Se encuentra con ella primero en la propia escena terapéutica, en la transferencia y luego la encuentra en la dificultad de conseguir una normalidad y un criterio de curación”.

Mi primera pregunta sería sobre la distinción fundamental entre diferencia específica y repetición, para ver cómo entiendes tú el síntoma, es decir, que el síntoma tú lo entiendes como una determinación concreta, contingente que no da identidad y, por tanto, opuesta a la diferencia específica. Entiendes así tanto el síntoma como la repetición.

Bien, la repetición no da identidad, pero si conforma el carácter. El carácter lo defines en algún momento como un “sí mismo” sin identidad. Por otro lado, también afirmas a lo largo del capítulo que la repetición se puede transformar en un ritual yoico, es decir, cuando hablamos de síntomas egosintónicos, como, por ejemplo, puede ser un ritual obsesivo en el que el sujeto se anula y, sin embargo, no se podría hablar de un carácter obsesivo porque el carácter es estrictamente singular. Este planteamiento difiere de lo que se habló sobre el carácter en psicoanálisis, por ejemplo, Wilhelm Reich y Otto Fenichel. Entonces, esta sería la primera pregunta: si bien la repetición no da identidad y sí conforma el carácter, que lo defines como un sí mismo sin identidad y, por otro lado, puede dar lugar a rituales donde el sujeto se anula y, por lo tanto, se anularía también el carácter tal y como lo entiendes tú. Este es la primera pregunta.

Francisco Pereña. El tema de la repetición siempre me produce cierta incomodidad a pesar de que probablemente es un concepto fundamental de la clínica del sujeto. La incomodidad viene porque precisamente tenemos que hablar de repetición como un concepto, siendo que a la vez la repetición y el concepto se llevan mal. Este es el empeño de Nietzsche con el término repetición. Es verdad que no forma parte del pensamiento filosófico digamos más oficial. Solo hablan de repetición Nietzsche y Kierkegaard de manera muy distinta porque por, ejemplo, Kierkegaard -un pensador religioso- concibe la repetición en relación con el pecado, no con el síntoma sino con el pecado en cuanto que el sujeto repite su relación abismática y a-histórica con Dios, donde Dios es la referencia del Otro absoluto pero a la vez Dios es puro abismo, puro enigma. Esa dimensión religiosa, no en el sentido institucional como Iglesia ni tampoco como revelación positiva o promesa de salvación sino como pecado ante el enigma de Dios, es lo que le permite a Kierkegaard pensar la repetición. Nietzsche la piensa de otro modo, fuera de toda trascendencia, y entonces la concibe como eterno retorno, como ya sabéis, lo cual es muy paradójico porque eterno y retorno parece que siempre se contraponen, pero es un modo de afirmar la relación que hay entre la repetición, la contingencia, el devenir y lo no idéntico, lo no estable, por fuera de una Historia con causa final.

Desde el punto de vista clínico sí tiene su importancia porque cuando nosotros abordamos la clínica, lo que nos encontramos son sujetos en busca de identidad y es verdad que la forma en que los sujetos buscan, digamos el reconocimiento -que es la pasión, la pasión hegeliana por antonomasia, el reconocimiento del otro-, conlleva una percepción del otro que ignora la raíz traumática de esa necesidad de identidad porque la raíz traumática es que no hay identidad, es decir, ni identidad ni instinto, que es la posición que hace del sujeto un sujeto traumático o una vida insuficiente o fracasada, insatisfactoria.

Los sujetos buscan en la filosofía, en la política, en la religión, etc., en la vida social en general unos rasgos de identidad del otro por la diferencia específica. No hace falta explicarlo, me refiero al árbol de Porfirio, el famoso árbol de Porfirio de la lógica aristotélica, que se construye desde la sustancia al individuo. Hay una serie de determinaciones específicas que van dando la identidad: si la substancia es corpórea o incorpórea, si es corpórea animada o o inanimada, si viviente sensible/insensible, si sensible o animal racional o irracional etc. La diferencia específica es lo que va acotando hasta llegar al individuo. Estaos en el terreno de la lógica de la extensión. Se va acotando desde el género supremo que es la sustancia, hasta llegar al individuo que es la diferencia específica por antonomasia, el individuo de la especie que fuera. Especie última o especie especialísima como lo llaman los medievales, en relación a que es la concreción más completa del género.

Piedad Ruíz. Sin embargo, se ha usado, se usa muchísimo diferente por singular. No es lo mismo.

Francisco Pereña. Sí. Eso es un error histórico porque en la lógica aristotélica y en el pensamiento occidental la diferencia ha sido el modo de atribuir identidad. Por ejemplo, el racismo, o el nacionalismo, o el sectarismo que fuere ¿qué hacen?; no se detienen en el punto aristotélico del individuo. Dicen: aparte del individuo, está si es blanco o negro, judío o no judío, ario o no. Van añadiendo elementos de diferencias específicas para acotar una identidad. Esa es la tarea de la política, de la lucha política. Pero eso tiene una base, es decir, que el sujeto, el niño cuando nace lo que quiere es reconocer al otro. Y ese es un camino que sólo limita con la institución de lo diferente como atribución de identidad, para lo cual ese diferente ha de ser un enemigo ¿Cómo empiezas a reconocer al otro?; vas atribuyendo –por eso yo he hablado del o llamo juicio de atribución- vas atribuyendo rasgos de identidad al otro y en esos rasgos de identidad se va construyendo lo que llamo el objeto persecutorio, cuya base última está sostenida en la protección. En la medida en que reconozco al otro le atribuyo poder y en la medida en que le atribuyo poder me puede dañar y excluirme como excluye a otros. Porque no hay en definitiva inclusión sin exclusión. El hermano que le tira del pelo por celos al otro es un modo de incluir-excluir: este terreno es mío, este no es tuyo, etc. Todo el proceso de la diferencia en busca de identidad, es decir, yo soy diferente en el sentido de que ese rasgo que poseo yo no lo posees tú, luego eso es lo que me da a mí la pertenencia contra tí. Los sujetos que vienen a la cura evidentemente vienen dentro de una pertenencia que no les funciona pero quieren más pertenencia, más diferencia específica o más identidad o más reconocimiento, digámoslo así.

En nuestro trabajo nosotros vemos al sujeto del síntoma. ¿Esto qué significa? No vemos al sujeto por los rasgos positivos de identidad, lo vemos por su problematicidad, lo vemos por su precariedad, lo vemos por su fragilidad. No buscamos; ¿quién es este? en el sentido de dónde incluyo su pertenencia. Nosotros trabajamos con sujetos excluidos en el sentido que son puro sujeto, en el sentido del síntoma. Puro aquí no se puede entender como abstracción sino puro en el sentido de particular, inasimilable e insustituible por otro. No forma parte de un partido, ni de una religión, ni de una raza, ni de un no sé qué. El sujeto del síntoma en cuanto tal no forma parte, es un excluido.

Nosotros nos interesamos por los excluidos. Por eso es una posición, la del clínico, que para ser rigurosa, debe haber habido un proceso de trabajo de desprendimiento de todos los rasgos del reconocimiento, para poder escuchar al sujeto del síntoma. Por eso la clínica está fuera de toda institución, porque uno siempre ha de escuchar al sujeto del síntoma. No ya sólo en la clínica, en la vida sentimental, en la convivencia sentimental sobre todo, si tú no ves al sujeto del síntoma vas a ver un enemigo necesariamente o no te da suficiente amor, o no te da suficiente reconocimiento, te frustra y esa frustración la vives como abandono y empieza el circuito del infierno, donde la agresividad es un componente fundamental de la pelea por el reconocimiento. Esto es Hegel. Hegel era un hombre inteligente que analizaba lo que pasaba en la sociedad. Nosotros nos interesamos por el sujeto del síntoma porque es el sujeto de una particularidad. Una particularidad que se forma, primero con el trauma, es decir, con la precariedad originaria pero singular y, por consiguiente, con la angustia y se forma también con el tipo de experiencia que ha hecho de ese desamparo en la relación con la madre, con los padres, con los otros. Y toda esa particularidad va configurando un carácter.

La cuestión del carácter, es verdad que es un término griego. Carácter en la filosofía griega se deriva de ethos, de donde viene ética. Freud en el capítulo 7 de la Traumdeutung habla de carácter y lo liga a las huellas mnémicas. En ese capítulo Freud habla de huellas mnémicas que no hacen unidades semánticas, que no tienen sentido ni significación propiamente dicha o en sí mismas. Son marcas de la experiencia del otro que quedan en el cuerpo, quedan en el sujeto. El sujeto es un cuerpo, y esas huellas mnémicas son el carácter. Freud no hizo una teoría de esto pero a la hora de abordar la inscripción de las huellas mnémicas habla de un primer estadio donde no hay argumentación de las huellas mnémicas y son propiamente el carácter. Quienes más trabajaron el carácter y destino fueron los griegos porque el carácter como dice el famoso fragmento de Heráclito, el carácter es para el hombre su destino. Es una formulación muy sencilla, pero todo el pensamiento occidental es la manera de ignorar esa afirmación de Heráclito, cómo le damos de lado, y convertimos el destino no en una determinación sintomática sino en Ley de la Historia.

Si el carácter es para el hombre su destino, esto significa que el sujeto es esa determinación concreta que va creando su destino en el proceso de la vida, porque está determinado por el carácter. No es destino en el sentido de que esté determinado anteriormente, ni por ninguna trascendencia, sino que el carácter va creando el destino y, digamos que a posteriori, tú puedes decir; este fue el destino de este hombre, en el sentido de que fue lo que le aconteció y lo inscribió como carácter. Eso no tiene nada que ver con el carácter tal y como se desarrolló en la literatura y en la psicología alemana en concreto y en otras también. Era un modo clasificatorio. Era un criterio psicopatológico para definir determinadas unidades de fenómenos clínicos por el carácter. Después, el psicoanálisis se orientó por las estructuras clínicasque es una manera de ponerle un nombre. No hay que llamarlo estructura porque lo que haces es nombrar una cierta constancia de fenómenos clínicos determinados que ordenas por el diagnóstico clínico. No hay por qué llamarlo estructura…

Piedad Ruiz. Sí, como una tipología…

Francisco Pereña. Una tipología. La idea de carácter viene mucho de los estudios de crítica literaria, por ejemplo los textos de Lessing sobre teatro.  Un personaje ha de tener un carácter. Era interesante el trabajo de Lessing, porque en efecto en la creación dramatúrgica la cuestión es crear un carácter que no sea mera tipología. El problema que se plantea Lessing es que el carácter tiene que tener un rasgo peculiar y a la vez reconocible. Yo creo que esto se plantea en todos los talleres de teatro.

Piedad Ruíz. El último día leí algunos trozos del discurso de Sánchez Ferlosio cuando le dieron el premio Cervantes y pone algún ejemplo. Ponía Charlot de ejemplo como algo peculiar y que nada más ver la imagen es puro carácter. Y luego puso el ejemplo de D. Quijote que era un carácter con vocación de destino. Él mismo se postulaba para la posteridad, para ser reconocible universalmente. Aparece una cita de Heráclito y también la de Benjamin.

Francisco Pereña. Benjamin recupera la idea de Heráclito de unir carácter y destino. Lo que pasa es que Sánchez Ferlosio cae en la trampa que hemos caído todos, de considerar el destino como los filósofos de la historia (Polibio, Hegel). Eso no es el destino. Eso es la causa final. Que la historia tenga una ley y un progreso y una configuración ordenada, eso no es destino. Eso es ley de la historia, causa final o historia de salvación, la que fuera. Eso no es propiamente destino. La concepción griega del destino, en esta dirección de lo que te sucede, marca y no puedes eludirlo. Es la idea griega de destino; la maldición de Edipo, por ejemplo, te sucede a tí y sólo a ti y no hay ley de la Historia que lo explique o justifique.

¿Cómo se traduce daimon?: ¿Demonio? Es una barbaridad. En las traducciones de Gredos viene traducido daimon por demonio. Es una barbaridad. Daimon cuyo origen ya aparece antes de Homero, era el destino en cuanto carácter como explicitará Heráclito, era lo enigmático del hombre que lo determina. Algunos dicen;es el rostro divino del hombre. Pero divino en el sentido del Theos griego que es el enigma. No es el dios Yahvè.

Yo creo que carácter es un término perfectamente recuperable para nosotros. Disponemos del síntoma, pero es para darle al síntoma un carácter que no es el síntoma médico. Es el síntoma como la determinación concreta y determinante de un sujeto; el carácter. Y eso crea el destino, eso es el destino. Le van a pasar cosas y el carácter va a determinar ese destino. No está escrito pero lo va a determinar. Depende de los encuentros que tenga y la suerte que tenga, si pilla una guerra, si no pilla una guerra, pero el carácter va a ir marcando su destino.

Asistente 1. Entonces, ¿se le llama al síntoma carácter o lo he entendido mal?

Francisco Pereña. Sí, la determinación sintomática es el carácter, de manera que es una determinación contingente que le sucede a un sujeto traumático, angustiado, frágil, precario, necesitado del otro y solitario. La cuestión de la soledad es fundamental, es lo que he explicado al principio de la búsqueda de la identidad. Porque esto es un aspecto de la clínica muy importante. En nuestro trabajo analítico vemos que la dependencia es lo que nos condena a la soledad y lo que buscamos para escapar de ella. Eso es un problema que tienen todos los sujetos, es decir; hay dependencia porque hay soledad y viceversa. Eso no se nos mete en la cabeza. Entonces, queremos una dependencia que nos libre de la soledad. Eso es una tarea no sólo imposible sino muy peligrosa que lleva a los peores modos de vivir, en el sentido de que te reduce a una queja permanente porque el otro es insuficiente y es causa de tu desgracia, lo cual te impide ver al otro como sujeto del síntoma que es la posibilidad del amor. Si tú no ves al sujeto de la precariedad, el amor está condenado a la guerra. Y para eso tienes que construir la experiencia de que tu dependencia del otro no te libra de la soledad sino todo lo contrario. No se trata de autosuficiencia sino todo lo contrario. Hay soledad. No es que haya autosuficiencia ni mía ni del otro. El otro no me puede asegurar la compañía.

Piedad Ruíz. Cuando dices si no ves al otro del síntoma…

Francisco Pereña. Entonces ves al otro como agente de tu desgracia.

Piedad Ruíz. Ya, pero con el síntoma te refieres a todo lo que acabas de decir, ver al otro en su precariedad, en su soledad, en su fragilidad, etc. Por eso, si le das poder ya no lo ves así sino causa de tu desgracia. O como culpable o persecutorio o…

Francisco Pereña. Sí, sí, que te ha desgraciado la vida. Y es verdad que el otro te desgracia la vida. Eso es evidente. Por eso somos sujetos traumatizados. Pero el otro también es otro desgraciado por el otro. Es una manera de ver al otro desde otro espacio fundamental en la vida, no por los rasgos de identidad. De lo contrario, tienes que militar en un partido en una patria, etc., para ir construyendo los rasgos de identidad y luego, ¿qué haces con eso?: al enemigo como objeto persecutorio lo expulsas fuera. Entonces ya todos contentos; viene el entusiasmo de la patria o de la secta y salen las oleadas a la calle, llenas de entusiasmo. Pero eso no puede faltar porque entonces viene de nuevo la temida soledad y el tener que enfrentar el vacío pulsional y la falta del otro.

Asistente 2. Eso es la frase de Sartre de  “el infierno son los otros”.

Francisco Pereña. Sí, pero lo que pasa es que la frase de Sartre es su unilateralidad. Claro que el infierno son los otros, pero los otros son a la vez a donde diriges tu demanda amorosa. El  amor no se da fuera de esa soledad. Y esta es la cuestión de la demanda amorosa. La demanda amorosa es una demanda del sujeto en precario, en falta, que busca el encuentro con el otro. Y ese encuentro se puede producir o no se puede producir pero en todo caso es una demanda que no se confunde enteramente con la dependencia, en el sentido de que tú al otro no le exiges, no le reclamas que te libre de tu soledad o de tu precariedad. Si lo haces, sí es el infierno porque entonces el encuentro entre los dos ya no es un silencio, es un griterío. El otro siempre conlleva frustración, Versagung es la expresión freudiana. Es una mezcla de decepción y de que algo no va. Es un término que no es fácil de traducir porque es decepción y que no marcha. No es decepción sólo en el sentido este de que yo esperaba que me diera esto y no me lo ha dado. La relación con el otro tiene un componente de que no va del todo, que no marcha bien. Y eso se convierte en Versagung, en decepción. Tú construyes la relación a pesar de eso, pero contando con ese componente ineludible y que no hay que convertir en estandarte de la queja.

Asistente 3. Estaba pensando que al final, el otro más que el infierno me parece que es un poco excusa, porque es más fácil pedirle al otro que darle tú mismo. Ante la posibilidad de fallo de mí mismo prefiero que me falle el otro.

Francisco Pereña. Si claro…

Asistente 3. Y, cuando has estado hablando del destino, a mí me ha parecido un poco un círculo irónico al final porque si el síntoma y mi carácter van decidiendo mi destino poco a poco por las acciones que yo hago, al final el destino es todo lo contrario de la idea que se tiene normalmente. Normalmente, en la queja al otro está el destino como inevitable y, en cambio, aceptar el destino con esta otra idea es un poco el darnos el poder de yo decido mi propio destino porque es mi carácter.

Francisco Pereña. Sí, el carácter decide tu destino. Es una idea griega de destino. Lo que dxice Heráclito es que para el hombre el destino es el carácter. Para el hombre, es decir el destino no es la mera ley de la gravedad, por ejemplo, es la desgracia de la experiencia traumática y cómo te determina, que viene a ser qué hacer con esa experiencia y cómo construyes tu modo de afección y de articular tu demanda amorosa. Yo creo que esto lo hace más esclarecedor para la clínica. La idea de destino se ha confundido con la idea de un agente exterior y eso es a raíz de la construcción del concepto de Historia que propiamente no está ni en Aristóteles. El ejemplo que pone Sánchez Ferlosio de la poética de Aristóteles que distingue entre una cosa que sucede después de otra y otra cosa que suceda por esto. Es un cambio de criterio. El destino no tiene que ver con que una cosa suceda por la otra como en la ley de la historia, sino que sucede detrás de otra como determinada, no gratuitamente, sin embargo, pero sí de modo contingente. Eso sería el carácter, esa particularidad de relación entre determinación y lo que llamamos libertad que no es otra cosa que el modo de articular la actividad pulsional, el empuje pulsional con el límite del deseo. Por eso hablo de determinación sintomática. Es más esclarecedor.

Asistente 2. También podríamos decir, la familia es tu destino o la urdimbre es tu destino porque en definitiva lo que conforma el carácter es la familia. El carácter viene por la familia en primer lugar.

Francisco Pereña. Sin duda. La idea griega, la tragedia griega es la maldición familiar. La maldición de Edipo es la maldición de los labdácidas. Yo lo llamo el espacio del destino; la familia. Pero no es una mera determinación exterior para un sujeto pasivo. El sujeto como tal no es pasivo. El sujeto es activo siempre, es límite al empuje pulsional. El sujeto es límite, dijo en más de una ocasión Wittgenstein. Esto es importante. Es límite de un empuje ciego y destructivo. Al ser el sujeto activo, una misma situación no marca de la misma manera a cada sujeto. Pero es verdad que una madre que se angustia, que no puede contener la angustia del hijo, del bebé porque la angustia a ella, eso marca. Ahora, ¿cómo marca?, será distinto. Y esto es importante porque la cuestión de la posición activa en la psicopatología infantil para entender todo el asunto de la pasividad, de la inhibición. Porque cuando tú tienes una posición muy pasiva ante el otro, la posición activa siempre es el rechazo o el odio y eso es un obstáculo en la infancia, una dificultad para construir la demanda amorosa porque el niño la confunde con el rechazo. El niño tiene que moverse en la ambivalencia de, por un lado, querer y, por otro lado, rechazar porque forman parte del juego ambiguo del niño en la relación con los padres para, por un lado, depender y, por otro lado, zafarse de la dependencia. Ese es el juego en los ejemplos que se cuentan mucho en la guardería. Hay muchos ejemplos de eso. Pero la clave está en la cuestión -todo el arte por decirlo así- del juego entre padres e hijos, madres e hijos. Que haya un espacio posible a un sujeto activo, que evite en la medida de lo posible que ese sujeto tenga que buscar su actividad exclusivamente en la agresividad con el otro. Ya empieza ahí la construcción de objetos persecutorios ligados a la actividad. Si yo soy pasivo porque el otro es el agente de mi desgracia, yo soy activo en la medida en que lo odio. Es la función que cumple el odio; el sujeto recupera la posición activa.

Piedad Ruíz. A la vez que planteas esa distinción entre la diferencia y la repetición y el carácter como se ha entendido habitualmente y el destino como el carácter marcado por la repetición, haces otra oposición entre memoria y carácter por un lado e historia y recuerdo por otro, aunque es cierto que, si bien entonces se desprendería de esto que todo recuerdo es encubridor en la medida en que está distorsionado, no son las huellas mnémicas, no es la marca de las huellas mnémicas. Sin embargo, en algún momento hablas de que un recuerdo puede adquirir valor sintomático para alguien y esto me parece que es interesante en la clínica.

Francisco Pereña. Sí, eso hay que verlo dentro de la elaboración. Porque un sujeto que va a un análisis se pregunta por la repetición; las cosas no me funcionan, siempre hago lo mismo, cometo el mismo error y entonces comienza contando su historia. Se encontrará con la repetición al final de otra manera, pero de entrada se cuenta historietas, historias. Y es verdad que en el proceso de la elaboración, ya hablaremos otro día de la transferencia, en ese proceso de elaboración está buscando palabras que no son solamente las del reconocimiento. Todo ese tinglado freudiano con la cuestión de la represión y las cargas, la representación y las cargas, es un tema interesante y complicado porque ahí lo que se está poniendo en juego son palabras que no solo busquen la representación -tienen que usar un personaje para relacionarse con el otro-, sino que tengan el peso de la carga afectiva, el montante de afecto como lo llama Freud y ese encuentro entre la palabra y el afecto adquiere en el proceso de elaboración, momentos que ya el recuerdo que ha conducido hasta ahí no vale como recuerdo, sino que tiene el valor de experiencia del encuentro de la palabra con el afecto determinado. Yo contaba un caso, creo recordar, de lo que yo llamaba el peso y el valor sintomático, el peso sintomático de ese recuerdo que no es; me he contado una historia, una historieta estupenda, se ha quedado mi analista encantado y todo fantástico, sino que es algo que le ha producido una cierta conmoción por esa ligazón entre la palabra y el afecto; el contacto afectivo. Y eso adquiere un valor de memoria más que de recuerdo. De memoria porque se conecta con las huellas mnémicas. Tiene el valor de memoria. Eso forma parte fundamental del proceso de elaboración inconsciente.

Piedad Ruíz. O sea que serían entonces los recuerdos que llegan a tener este peso…

Francisco Pereña. Este peso de memoria, sintomático, porque conecta con las huellas mnémicas, con la memoria. Ahí hay algo que el sujeto siente que le pasó. Es como si lo viera por primera vez. Y lo que ve es que se ve como sujeto del síntoma; no lo había visto antes. Ahí se está viendo como sujeto del síntoma.

Piedad Ruíz. Sí. Yo recuerdo que en alguna ocasión hablabas tú de un tipo de recuerdos que suele tener ese peso. Recuerdos de ese tipo que para cada cual son singulares, pero un tipo de recuerdos que son experiencias de humillación, donde ahí es muy difícil que uno se cuente la historia ¿no?, la historieta…

Francisco Pereña. Sí, la experiencia de la humillación es importante en el proceso de elaboración porque remite en última instancia al fantasma sadomasoquista. En el proceso de elaboración es importante la experiencia de humillación. No hablamos mucho de ello pero es importante. Porque en el desarrollo del tratamiento que hace cada sujeto de su precariedad traumática, de su fragilidad, ha hecho experiencias de humillación para conseguir la protección del otro. No digo yo montajes. Ha hecho experiencias de humillación reales y eso en un proceso de elaboración analítico tiene que aparecer. Creo que es un componente de la elaboración; cómo hizo uno para degradar su dolor. Digámoslo así. Es decir, la experiencia de humillación es cómo uno degrada su dolor y su precariedad para conseguir que el otro lo proteja. Eso sería la experiencia de la humillación.

Piedad Ruíz. En ese tipo de recuerdos, no sé si fue Freud, precisamente, el que hablaba de una experiencia de humillación con su padre que le tiran el sombrero y le llaman judío… Alguien le da un golpe y le tira el sombrero y entonces él espera que reaccione de otro modo y el padre se agacha…

Francisco Pereña. No es exactamente lo mismo, porque se trata de una escena en la que el  padre es humillado y habría que ver qué valor sintomático tiene eso para el sujeto. Puede que el padre no estuviera a la altura de lo que el niño quería. Nunca lo está, y mejor así. El padre es quien falla, quien termina por decepcionar. Para eso está.

Piedad Ruíz. …pero que él (Freud) habla de experiencia de humillación. Que está para eso…

Francisco Pereña. ¿El padre? Por supuesto. Lo digo en serio. Si el padre no decepciona será porque lo mantienes en el ideal. Un padre es un pobre hombre en ese recorrido del ideal. Primero tiene que soportar la culpa de haber traído al mundo a alguien o haber contribuido a ello. En segundo lugar, tiene que soportar la idealización, en tercer lugar tiene que soportar el odio, en cuarto lugar tiene que soportar la destitución y en quinto lugar, hoy día, tiene que soportar ser un estorbo para su hijo.

Piedad Ruíz. Padre o madre…

Francisco Pereña. Padre o madre, sí. El padre hoy en día ya no es el Pater romano ni el representante hegeliano del Estado en la familia. Hoy o es un protector o un hijo que se infantiliza con sus propios hijos y que ha perdido el sentido del ridículo. O es un protector como la madre o un infantil que usa a los hijos para la mera recuperación narcisista. Al desaparecer el padre romano, se ha favorecida la posición más infantil del padre. Son estos padres que se ven hoy; vas al aeropuerto y están ahí dando la lata con el niño, jugando con ellos como unos amiguitos, molestando más que el niño con su ridículo hacer con el niño, a veces para vergüenza de la madre del niño. Ese es el padre infantil que se ve favorecido por la historia ésta de la desaparición del padre romano.

Piedad Rúiz. Bueno, pero que siempre falla.

Francisco Pereña. Hombre, por supuesto. Pero el padre infantil del que hablo no es que falle es que pretende alimentarse narcisísticamente del hijo, recuperar narcisismo a través del hijo. Pobre hijo porque entonces el padre va a decir que para no ocupar ese lugar de padre que falla, lo mejor es ser este nuevo tirano que hace lo que quiere y pone al hijo al servicio de su pequeña gloria narcisista. ¡Y que no le falle!

Piedad Ruíz. O el de la víctima.

Francisco Pereña. Por supuesto, al final se pondrá como víctima del hijo. También es verdad. Es muy difícil hoy día. Hay mucha confusión. A mí me parece que debería ser más fácil pero para ello habría que aceptar eso; que el padre es alguien que falla, que está para eso, que es un cuidador más, como la madre. La oposición al matrimonio homosexual tiene que ver con esa vieja y decrépita historia del padre de la autoridad y de la ley. De la ley del padre se habla todavía en algunas escuelas de psicoanálisis.

Piedad Ruíz. Bueno, ¿por qué la experiencia de repetición en análisis abriría al menos la posibilidad de separar la sexualidad de la agresividad?

Francisco Pereña. Buen tema para el señor Freud. Es una propuesta freudiana en Moisés y el monoteísmo. En la época de Freud, la idea de Weininger, y del mismo Freud, era la de que hay una relación entre sexualidad y agresividad donde la agresividad es inherente a la sexualidad masculina como sexualidad activa. Hay un momento en Freud en el que identifica actividad-pasividad con hombre y mujer. Yo no quiero entrar en eso, no quiero ensañarme, pero a estas alturas mejor lo dejamos de lado. Pero esta Esto esta cuestión de la actividad y la pasividad es enormemente importante en la clínica, pero tal y como yo la he explicado antes; el sujeto es activo respecto a su vida. El sujeto en cuanto sujeto es activo. Si no sólo tenemos la tiranía de la pulsión o su expresión social en el tirano de turno. Sin caer en la tesis freudiana tan absurda al respecto, es verdad que la sexualidad tiene un componente de agresividad en el sentido de que el problema de la sexualidad es que se dirige a un sujeto que es un objeto o a un objeto que es un sujeto y entonces, para eliminar al sujeto, hay una versión del sujeto de la sexualidad como agresividad. Y es verdad que la sexualidad llamada masculina está demasiado enraizada en el fantasma sadomasoquista, que le obliga a tener que ocupar la posición activa mediante la agresividad. ¿Por qué se siente la gente tan culpable con la vida sexual? La convierte en deudas o en no sé qué  que si se ha aprovechado no se ha aprovechado… Hay todo un tinglado ahí que, más allá de las condiciones objetivas y externas, tiene que ver con esta cuestión de reducir al otro a la posición pasiva de objeto de satisfacción. Ahí lleva razón Freud, ¿cómo separar la agresividad de la sexualidad? Para Freud no cabía esa posibilidad. Aquí viene la cuestión de poder elaborar este proceso de duelo del objeto persecutorio y de la agresividad como posición activa. Es un problema de las relaciones de pareja, la relación entre el amor y la sexualidad. Toda la cuestión de la separación entre sexualidad y agresividad está en que tú puedas tomar al otro como objeto de tu satisfacción sin que eso sea una devastación del sujeto. Es decir, es un objeto de satisfacción que es un sujeto.

Piedad Ruíz. Entonces, a ver si lo he entendido bien; para que pueda pensar o sentir al otro como objeto de satisfacción tengo que atacar al sujeto…

Francisco Pereña. Sí, se percibe como un ataque que ha destruido su subjetividad. No ha destruido su subjetividad. Simplemente es un objeto de satisfacción como tú lo eres para el otro. Es un tema delicado que muchas veces aparece en la clínica. ¿Qué pasa con el deseo sexual en las parejas? Esto es un tema de interés desde el punto de vista clínico y no necesariamente porque haya desamor. Si ese fuera el caso no hay más que hablar; mire vd., coja vd. la puerta, pero en las relaciones amorosas, puede haber una relación amorosa y el deseo sexual empezar a fragilizarse en exceso. Es un asunto que hay que cuidar o que hay que trabajar. Entre ellos (la pareja) tienen que hacer algo para mantener el deseo sexual activo, no como agresividad sino activo, que no es incompatible con el amor ni el amor con la sexualidad. Son distintos, no cabe duda, porque en el amor el sujeto está presente y en la sexualidad no. Pero no son incompatibles.

Piedad Ruíz. Sí, pero precisamente en una relación de pareja… En la clínica se escucha muchísimo; no me reconoce como sujeto, no me trata como sujeto. Más es una queja femenina, ¿no?

Francisco Pereña. Sí. Es la queja del amor. Hay dos quejas femeninas. Una es la del amor y la otra es la del maltrato. Son dos cosas distintas.

Piedad Ruíz. Estaba pensando en la queja histérica. Lo que tradicionalmente se ha llamado la queja histérica que sería: va a buscar el amor pero no tiene otro modo de pedirlo que a través de la seducción y siempre se encuentra con que no es reconocida como sujeto, sino como objeto sexual y entonces lo rechaza porque justamente era lo que no iba pidiendo. En las parejas sí que se escucha mucho, al no ser reconocido como sujeto o al quedar anulado como sujeto, el deseo sexual se acabó. Es decir, no me pidas, no me desees porque hay rechazo. Esa permanente confusión de la que tú acabas de hablar entre objeto y sujeto, eso está muy presente en la relación entre deseo sexual y amor. Yo diría que es el meollo.

Francisco Pereña. Es un tema importante que tiene que resolver la pareja dentro de su vínculo.

Piedad Ruíz. Pero, ¿por qué la experiencia de la repetición podría facilitar esa separación (entre sexualidad y agresividad) o esa confusión?

Francisco Pereña. Bueno, en la medida, no sé si lo dije así exactamente, en la medida que ves al otro como sujeto del síntoma. No lo ves como objeto perseguidor ni tampoco como objeto de la frustración exclusivamente. La frustración es siempre una compañía asegurada. No falta, y así puedes siempre recurrir a la posición de víctima, aunque fuera bajo el modo de la culpa superyóiuca. Es un tema interesante porque, además, en la vida de pareja lo que se pone en juego –en el ejemplo que tú pones de alguna modalidad histérica- ahí lo que se pone en juego en la pareja son las conexiones inconscientes con las figuras infantiles. Ese ejemplo tuyo, esa queja histérica está dirigida a la madre no a su pareja. Eso es lo que estropea mucho la vida sentimental de las parejas; cuando la sexualidad se convierte o en un temor o en una obligación o en un no sé qué de algo que tiene que ver con cumplir con el otro. Y se termina haciendo del vínculo un temor, ni siquiera un conflicto con el deseo, sino un simple temor. Ahí estás siempre conectado inconscientemente, hay una conexión inconsciente con posiciones y figuras infantiles que es lo que puede estropear la vida sentimental. ¿Por qué por ejemplo una mujer puede elegir a su pareja por un rasgo materno y luego quejarse todo el tiempo de ello? ¿Quiere ser acogida o rechazada? No es simple porque siempre está en juego la demanda amorosa aunque no esté articulada y aparezca bajo el modo del rechazo.

Piedad Ruíz. Sí, por supuesto. En esa demanda de ese ejemplo, es que busca el acogimiento afectivo que no tuvo.

Francisco Pereña. Efectivamente, y ahí está en juego de una u otra manera o según qué casos; puede ser por ejemplo el que mi madre no me satisfizo o yo tengo que satisfacerla. Lo simplifico un poco, pero ese núcleo de las experiencias infantiles y sus marcas ha complicado mucho las relaciones de pareja. En realidad no hay tal relación de pareja -que es un término…, pero no tenemos otro-, sino que es una relación de hijo padre o hija madre o viceversa. Está demasiado conectada con eso. La vida de pareja es muy complicada, está muy perturbada y muy intervenida por la historia infantil y sobre todo por las frustraciones y los miedos infantiles.

Piedad Ruíz. La cuarta pregunta es en relación a lo que tú dices sobre que la agresividad, el miedo y la culpa son tres ingredientes constantes en la trama social y que eso lo incorporamos como superyó, que es la instancia freudiana que reuniría la culpa, el miedo, la sumisión y la anulación del sujeto al servicio de una existencia, en cuanto prestada, en tanto que no es tu vida, es la del otro.

¿Se podría relacionar la repetición pulsional (de la que hemos hablado aquí a lo largo del curso y donde el sujeto está anulado; véase cuando no ha habido un duelo del objeto único, por ejemplo, en las drogodependencias y en otras patologías) con lo que tú llamas culpa superyoica, mientras que la repetición sintomática iría más en la línea de la culpa subjetiva?

Francisco Pereña. Sí, la culpa superyoica es culpa igual a deuda y en la culpa subjetiva, culpa es igual a soledad.

Piedad Ruíz. …luego, la culpa subjetiva tiene más que ver con el síntoma…

Francisco Pereña. Sí. La culpa subjetiva, sí claro. Es verdad que en el superyó –en la idea freudiana de superyó- la relación entre agresividad, miedo y culpa es una tríada freudiana, -Freud lo dice de algún modo en los destinos de la pulsión– que contempla una de las figuras que es un concepto posterior de Freud pero que ya está como uno de los destinos de la pulsión y que es la cuestión del desarrollo de la agresividad vuelta contra sí mismo. En el superyó está el empuje pulsional como repetición y está incorporado el otro, de modo que por un lado ese maltrato a sí mismo es una satisfacción pulsional en la que tú eres pasivo y a la vez pretende ser un tope al empuje pulsional. La peculiaridad del superyó es que en el empuje pulsional el otro está incorporado como positividad, por eso, a pesar de que Freud habla de angustia del superyó, en realidad es mucho más miedo. Lo que pasa es que en alemán, como ya sabéis, el término Angst es muy equívoco, es tanto angustia como también miedo.

Piedad Ruíz. En Inhibición, síntoma y angustia está traducido como miedo.

Francisco Pereña. Sí porque ahí, hay un momento en el cual Freud utiliza el término Furcht, que en alemán es miedo, pero es verdad que en alemán no hay tanta separación como en castellano entre angustia y miedo y ahí es propiamente miedo. Al estar incorporado el otro en el empuje pulsional, el otro está vivido como arrasador y como miedo. Es como si la pulsión tomara conciencia de su poder destructivo en el superyó.

Piedad Ruíz. ¿Cómo?

Francisco Pereña. Es un modo de hablar; como si la pulsión tomara conciencia de su capacidad destructiva mediante el superyó. Porque la pulsión es un impulso –Zwang- pero es verdad que en el superyó hay algo de una incorporación de la positividad del otro como dañino; que no me deja vivir. Es una incorporación del otro, del objeto persecutorio como deuda; me debo al objeto persecutorio. Es la culpa superyoica.

Piedad Ruíz. Decía que la pregunta que más me interesaba -que se va deduciendo de cómo hablas del síntoma y de la repetición cuando defines el carácter como ese sí mismo sin identidad-, pues se va deduciendo que cualquier adhesión a un ideal, véase una promesa de salvación, véase cada vez que hablas de la identidad de grupo como partido político o también una idealización personal, una relación no social. Todo lo que sea una adhesión a un ideal, sea de la adscripción que sea; religiosa, política o que podamos imaginar, pues no sé si eso es incompatible con hacer la experiencia de la repetición en análisis.

Es decir, qué pasa con un paciente que no llega a ver que su creencia religiosa, por ejemplo, tiene un valor sintomático porque está por fuera, es decir, tiene la promesa siempre de otra vida, no de esta, que está haciendo un destino con su carácter. Siempre habrá otra vida que no es la suya, otro destino o un destino unido al destino de otros por una causa ya sea política o no. Es un tema que yo me he preguntado cuando he tenido algún paciente con una creencia religiosa fuerte o con una adhesión ideológica importante. Es decir, hasta qué punto se tiene que desprender para verse en esa soledad, en su determinación peculiar sin ninguna referencia y, por lo tanto, para poder ver su carácter, su repetición sintomática que es de lo que estamos hablando. Si no hay posibilidad de que le dé a eso un valor sintomático no hay nada que hacer.

Francisco Pereña. Hay un tema genérico que es el de la creencia. Nadie puede vivir sin creencia. Es simplemente imposible. Es verdad que luego puede haber un valor sintomático no por ello menos valioso. Cada uno tiene sus creencias. Ahora, lo que tú planteas es cuando la creencia hace una propuesta de identidad que pueda obstaculizar la visión – theos remite a visión, theorein-, la visión sintomática del sujeto del síntoma. Ahí sí; el sujeto puede tener problemas en el sentido de que, si tú eres un fanático religioso supongamos, o político y los rasgos de identidad de ese reconocimiento son, no solamente incuestionables sino que exigen la exclusión del otro por sistema, eso puede hacer un obstáculo en el sentido de que vd. se va a guiar en la vida no por el valor sintomático del otro, la percepción sintomática del otro, sino por el estatuto de enemigo del otro. Es decir, tú eres o no musulmán o no eres lo que sea y eso orienta tu vida de manera fundamental respecto a tu relación con los demás, eso sí sería un obstáculo. No es, por ejemplo, por la religión en el caso de Kierkegaard, evidentemente que no, pero, para mí el punto clave está en la imposibilidad, en un momento determinado, de hacer el duelo del objeto perseguidor. Es decir, si tú necesitas el objeto perseguidor –siempre se necesita para darse una identidad-, pero no puedes vivir sin esa identidad que te da el objeto perseguidor, eso hace un obstáculo a la elaboración, al duelo del objeto perseguidor. Entonces, siempre vas a necesitar a un cristiano o a un musulmán para poder matarlo. Tienes que tener una dosis de musulmanes diaria para poder alimentar tu identidad. Eso, así formulado –cada sujeto tiene sus creencias- pero así formulado, hace obstáculo al duelo en el sentido de que hace obstáculo a la elaboración inconsciente, ese necesitar excluir al otro.

Puedes tener tus odios políticos, tus filias políticas pero eso no quita que yo sepa que ahí hay un sujeto del síntoma como otro cualquiera. Hay maneras en las que tú ves ya el sujeto del síntoma; la ambición del poder, la no sé qué, la pesadilla, el tener que representar un papel. Terminas diciendo; pobre mujer o pobre hombre vaya tarea que se da. Pero también la puedes ver de otra manera; si estás en un hospital y te desmontan la unidad de salud mental te opones y rechazas, incluso odias. Pero es una posición distinta, no es lo mismo la posición de rechazo que la cuestión de la imposibilidad de hacer un duelo del objeto perseguidor. Evidentemente la posición de rechazo es fundamental en la posición activa de cada sujeto.

Piedad Ruíz. La posición de rechazo, la posición de cuestionamiento, de poderte cuestionar…

Francisco Pereña. …Cuestionarte tú y cuestionar al otro…

Piedad Ruíz. Porque no sé hasta qué punto tú te puedes cuestionar, por ejemplo, lo que tú decías de que alguien llega con el por qué repito una y otra vez y no quiero repetir y qué está pasando con que yo repita, porque quieres imprimir algo distinto o porque quieres entender simplemente lo que tienes que ver tú con esa repetición. Pero cuando tú tienes la promesa de otra vida o tienes una ideología del tipo que sea que no permite ese cuestionamiento, no es solo el objeto persecutorio, sino hasta qué punto un sujeto se puede ver en esa soledad de su deseo, de sus propias elecciones sin cuestionamiento.

Francisco Pereña. Sí. Eso es hacer el duelo del objeto persecutorio. Es poder afrontar tu soledad. Si una determinada adscripción religiosa te lo impide, es un obstáculo al duelo.

Asistente 4. ¿Y no puede elaborarse esa propia creencia?

Francisco Pereña. Sí, claro. Pero para elaborarse efectivamente, tú tienes que tener una versión más sintomática, aunque no lo formules así, de la experiencia religiosa. Pero de algún modo tú puedes decir que el silencio de la pulsión es el silencio de Dios. Hay posiciones cristianas –teológicas- que lo dicen, que hablan del silencio. Lo mejor para un creyente es el silencio de Dios, porque cuando habla ordena siempre algún tipo de exterminio. Si lo formulas así estás confrontado tu soledad, es decir, no necesitas matar enemigos para mantener esa creencia. El problema es -en el caso extremo de matar- la necesidad de enemigo que te impida el duelo del objeto persecutorio, la necesidad de considerar la negativa a tu religión como algo condenado por el hecho de no pertenecer al rasgo de identidad. Claro que se puede elaborar. Perfectamente. Da un valor sintomático para el sujeto. No quiere decir que disminuya su creencia, pero le da un valor sintomático al sujeto.

Piedad Ruíz. Voy a terminar con las preguntas que tenía porque el próximo día vamos a ver un tema que es Repetición y cambio y, entonces, en la medida que un sujeto se hace cargo de su síntoma y que se ve en esa repetición, sintomático, eso en sí mismo -que supone siempre una elaboración-, eso en sí mismo produce un cambio posible. Porque, como te has referido a Nietzsche, no sé si va por el lado de la formulación que plantea Nietzsche como transvaloración -ese concepto- que es precisamente el dolor como destino y carácter.

O sea, ¿qué diferencia o qué similitudes habría, entre cambio, transformación y esta idea nietzscheana –transvaloración-que está más pegada a cómo estamos pensando, a cómo tú has planteado el término de síntoma y carácter. Porque esta visión del síntoma y del carácter trastoca cualquier respuesta sobre lo que sería la curación o un criterio posible de curación y, por lo tanto, hay que hablar más del cambio que es posible casi en cada análisis, para cada sujeto, salvo lo de hacer el duelo del objeto persecutorio o separar la agresividad de la sexualidad, que son ideas para pensar un final de análisis en sí mismo. Tú has dicho que claramente que la elaboración de la determinación sintomática en sí produce un cambio.

Francisco Pereña. El término transformación –Verwandlung- es freudiano…

Piedad Ruíz. … es el de Freud. El de transvaloración es de Nietzsche…

Francisco Pereña. La ventaja que tiene el término nietzscheano es que, al haber un duelo del objeto persecutorio, ahí hay una transvaloración en el sentido de que el valor sintomático toma un peso que no tiene en el rasgo de identidad.

Piedad Ruíz. Lo que estábamos hablando sobre cómo ver al otro…

Francisco Pereña. Efectivamente. En ese sentido hay una transvaloración. Me gusta más el término. Porque transformación es un término casi más religioso, digámoslo así. La metanoia. Un cambio del estado de pecado al estado de salvación. La metanoia es el bautismo un poco encubierto pero es un cambio que entra a formar parte de la Iglesia. Eso es una metanoia, una transformación. Aquí el término de Nietzsche me gusta. Era un hombre, no voy a decir antirreligioso, pero irreligioso –probablemente el único que yo conozco-. El término transvaloración le vale más a eso en el sentido de que hay un desplazamiento de valores. Hay un valor sintomático del otro al que ya no mides por su valor de reconocimiento, por su valor de cambio, como se diría en la terminología capitalista. Ya no es un valor de cambio donde tú me das reconocimiento en el sentido de la lógica hegeliana del reconocimiento; yo te doy y tú me das reconocimiento, sino que es un valor sintomático, es un bien o valor de uso y no de cambio, en el sentido marxista. Es un valor de uso, un valor que tiene peso en sí mismo, en su particularidad y no por ser intercambiable con otra mercancía, que es lo que funciona en la lógica del reconocimiento. Cuando tú al otro le das un reconocimiento le atribuyes poder. En realidad lo que tú estás haciendo es destruyendo la subjetividad del otro. En ese sentido, el término nietzscheano sería más apropiado porque lo que hay es una transvaloración en el sentido de que hay una transvaloración del valor de cambio al valor sintomático. Del valor de reconocimiento como valor de cambio, al valor de uso -como diría Marx-, como valor sintomático. A lo particular. No es sustituible un síntoma por otro síntoma y sí es sustituible una mercancía por otra mercancía. El que ocupa el poder es sustituible. Un rey puede ser sustituido por otro rey, pero un sujeto no puede ser sustituido por otro sujeto.

Asistente 5. Eso tiene que ver con lo que antes comentabas del recuerdo que tiene valor sintomático.

Francisco Pereña. Sí. Porque cuando el recuerdo tiene valor sintomático ya no es una historia que te estás contando para el otro, ha adquirido en ti un valor para ti mismo como lo que eres, como tu propio ser.

Piedad Ruiz. Sí, pero el hacerse cargo de tu propia determinación sintomática y poderte ver en lo que repites, ¿va produciendo un cambio? ¿Sería más correcto esto de que se va desplazando el valor que puede tener el otro para mí que poner como meta que se produzca un cambio?

Francisco Pereña. Sí. Te está dejando más solo, luego va produciendo un cambio.

Piedad Ruíz. ¿Ese es el tema del dolor como destino y carácter en Nietzsche? Te va dejando más solo.

Francisco Pereña. Efectivamente; no degradas tu dolor pregonándolo o dando la vara a tu pareja con tu dolor. No degradas tu dolor.

Piedad Ruíz. Eso te iba a preguntar, ¿qué sería degradar el dolor?

Francisco Pereña. Te quedas más solo. Es también un alivio.

Asistente 2. Pero repetición y cambio en la clínica, en la transferencia…?

Francisco Pereña. ¿En la transferencia? Ahí el tema es más delicado porque está en juego el analista. La afirmación freudiana de la transferencia como repetición a mí me parece acertada pero ¿qué es repetición? Se pone en juego la repetición de la determinación sintomática, no sólo, ni mucho menos, porque el analista es una pantalla donde se proyecta el padre o la madre. Eso tiene el riesgo de que el analista se convierta en objeto único, como era en el comienzo del kleinismo y lo es en el lacanismo. Eso lleva a la obstrucción de la elaboración inconsciente, es simplemente pasarse al delirio. La cuestión es qué hace el analista con eso. La transferencia es motor y obstáculo, decía Freud. Es motor porque a partir de ahí empieza un vínculo aparentemente nuevo –Freud dice no es tan nuevo porque repite vínculos antiguos- pero es verdad que permite, en esa repetición del vínculo antiguo con el analista, permite un trabajo de motor para que se pueda hacer el duelo de los objetos infantiles. Pero es verdad que es un obstáculo porque el analista mismo –que es motor-hace de obstáculo porque él absorbe la posición del objeto único. Ahí es muy importante qué haga el analista con eso. Es un tema delicado y complicado. Porque históricamente lo que ha hecho el analista con eso es una barbaridad; que es mantener la posición del objeto único y cuando no la podía sostener respecto a sí mismo, la sostenía –la posición del objeto único- en relación con el psicoanálisis y si no con la escuela o con la institución analítica. La historia del psicoanálisis no es demasiado presentable a mí parecer desde ese punto de vista. Yo creo que las cosas están cambiando como están cambiando las condiciones de la transferencia. No sé si lo expliqué la última vez que estuve aquí. Hoy día las condiciones de transferencia son distintas porque antiguamente, como ya sabéis, eran cinco sesiones semanales y el hecho es que el analista ocupaba el centro de tu vida; objeto único. Realmente estaba potenciado por el propio encuadre analítico. Hoy día los pacientes que acuden a consulta, yo creo que en su mayoría, sin que eso les impide vivir, tener su propia vida. Al contrario, van para poder vivir.

Piedad Ruíz. Económicamente, además…Es que cinco sesiones a la semana…

Francisco Pereña. Si, evidentemente…, era una ruina absoluta. Yo la he padecido. Hoy día los pacientes tienen sus condiciones de vida laboral y personal. Eso, a veces, se puede convertir en un obstáculo porque hay poca disponibilidad. Muchas veces están contando lo que me pasó ayer, como demasiado asociado, con poca dimensión de elaboración, poco calado de elaboración y eso puede ser un obstáculo. Lo que se nos pide a nuestra posición es que tenemos que ser más activos, trabajar más. El analista vago de la pipa sentado en el sillón -–en mi época eran cincuenta minutos, ahora van por cuarenta-, eso ya no tiene sentido. Ahora tienes que currártelo, tienes que ir tú a la búsqueda del sujeto del síntoma. No dejar pasar a ver si viene o no viene, que normalmente venía poco. Es cierto, si no trabajabas por tu cuenta te convertías exclusivamente… En mi época ya se hablaba de inversión. Dentro de la IPA los aspirantes hablaban de inversión; tengo que hacer una inversión para poder después establecerme. Eso es una idea de escalafón. Es lógico. A mí me parece que no era cinismo, eran así las condiciones. Ese dineral, ese empleo de vida que tú ponía ahí… Bueno, pues ahora no. Ahora se nos exige más en el sentido de que tenemos menos sesiones y hemos de estar más atentos. Se nos requiere muchísima más atención, lo que yo llamo atención creativa y menos doctrina. Ahora hay que currárselo más y aprender de tu práctica.

Piedad Ruíz. Claro, porque objeto único, no solo en este sentido que acabas de decir, el del centro de su vida y totalmente supeditados (los pacientes), sino también que saben que tienen el poder… (los analistas)

Francisco Pereña. …La protección, la reproducción del fantasma sadomasoquista, ese tipo me puede dañar porque me puede proteger o viceversa. Antiguamente se daba ese lugar a los analistas clarísimamente.

Piedad Ruíz. Tú citas mucho esa cita de Freud de El Yo y el Ello que viene a cuento ahora mismo…

Francisco Pereña. Sí, donde él dice “el analista nunca puede ocupar el lugar del profeta, del redentor de almas y del salvador”. Y después dice: “sagrado es no despojarlo de su decisión, de elegir…”. Un poco ingenuo, pero bueno. Eso está bien. Freud las cosas las tenía relativamente claras aunque después hiciera las barbaridades que hacía en su clínica. Después se fue cerrando, se fue cerrando y el psicoanálisis mismo apareció del lado del objeto único y de la promesa de salvación.

Hemos terminado. Muchas gracias.

FIN DE LA SESIÓN

 

Transcripción y adaptación: Teófilo Fiunte