Las Defensas (Continuación)

publicado en: Comentarios y reflexiones | 0
Compartir

Francisco Pereña. El sujeto anoréxico tiene una diferencia muy grande con un TOC y es que la anorexia lo que quiere por encima de todo es tener su propia intimidad, es un rechazo a la invasión del otro. El problema de las anorexias graves es que confunden esa intimidad con el vacío pulsional y lo que hacen es querer crear un vacío pulsional con una totalidad privativa que tapone ese vacío. He puesto el ejemplo de Amy Winehouse porque creo que va un poco en esa dirección: Cómo taponar el vacío pulsional con una nada total. Y ese es el peligro de la anorexia pero, de entrada, el rechazo es para tener intimidad. Son muy celosas de su intimidad, pero su cercanía al vacío pulsional puede hacer pensar en la constancia de un fondo melancólico. Crear una intimidad sin otro, ese es el drama de la anoréxica. Por eso los sujetos anoréxicos no aguantan, o se curan o van al desastre. A pesar de cierta sensibilidad ante el vacío no es un estado para permanecer en él. No se puede permanecer en la anorexia. A veces vemos sujetos anoréxicos a los que, cabe decir, les ha venido muy bien un episodio anoréxico en la medida en que ha sido una manera salvaje de rechazar la invasión. Pero el problema es que ahí no se pueden quedar, porque si coloca al otro fuera ella se muere (digo ella porque la mayoría son mujeres, ya hemos hablado de ello), no se puede. El otro es interno a uno mismo y esa es la razón del deseo. Si tú no lo sitúas como falta has destruido al otro interior, lo has colocado todo en el exterior.

Piedad Ruíz. En los casos de TOC estoy de acuerdo en este aspecto de borrar al otro como enigma, el otro en cuanto que desea. Si el otro es otro robot no hay problema, queda borrada toda intimidad. En la anorexia no sé si se podría hablar de un intento de controlar la pulsión misma…  Alguna paciente anoréxica me ha hablado de un “chute de adrenalina” al conseguir controlar el hambre, es como si sustituyeran la posibilidad del deseo como límite interno a la pulsión por un control yoico y no sé si hablar en este caso de una defensa distinta. En ambos casos se borra el deseo, tanto el deseo del otro, como el propio deseo. Ese control de lo pulsional se percibe como un éxito, sobre todo así lo comunican en las redes sociales, rubricándolo a veces con signos de victoria…

Francisco Pereña. Un sujeto anoréxico en las redes se dirige al otro… Ya no sería tan grave.

Piedad Ruíz. El control de la actividad pulsional, del cuerpo pulsional, borrando el cuerpo libidinal

Francisco Pereña. Sí, eso es interesante. Sí cierto. Pero… porque ella empieza por el rechazo del otro invasivo. Cuando empieza con el rechazo del otro invasivo, en el caso de la anorexia es un otro invasivo que puede tener unas justificaciones, podría decir ella, reales; mi madre me atiborra, el otro no sé qué…

Piedad Ruíz. Es que la pulsión misma es invasiva para ella. No hace falta una madre que atiborre, la pulsión misma es invasiva o, en todo caso, la madre si es que representa para ella esa actividad del cuerpo pulsional que no ha podido ser libidinizado.

Francisco Pereña. Yo lo que quiero es no perder de vista nunca que la pulsión tiene que ver con el otro, que este es el drama. El problema es que el rechazo del otro termina siendo un rechazo de la pulsión en el sentido de que el vacío pulsional me lo produzco yo, no me lo produce el otro.

Ana Martínez. Sacar al otro de la pulsión…

Piedad Ruíz. Y el vampirismo del TOC

Francisco Pereña. El vampirismo es mucho más habitual de lo que parece, por eso el mito tiene tanto éxito, porque es muy habitual y tiene un componente sexual, erótico. El vampirismo proviene de la razón de ser de la sexualidad humana que es el querer alcanzar la vida en el otro. Entonces, lo que hace el vampiro con ese otro interno que me produce el vacío es colocarlo fuera y comérselo.

Ana Martínez. Preguntabas al principio por qué lo de las defensas (…) a mí me interesaba y estamos en ello justamente que, desde la clínica de sujeto, cuando hablamos del conflicto pulsional que es la dependencia del otro, dónde colocar al otro, creo que sí que es interesante lo que estamos haciendo; nombrar las defensas y que son, quizás, de los casos más ligados como tú decías a la angustia o al vacío pulsional más que al síntoma y que, entonces, ahí hay mucho que decir como ahora está saliendo. Por eso era lo del tema de las defensas también, ¿dónde colocamos al otro? Lo borramos, lo tachamos, lo vampirizamos, lo ignoramos en el sentido más radical… Lo digo porque es un trabajo interesante en nuestra clínica. En ese sentido es una cosa importante. El fantasma está ya en el comienzo, pero no es derivado de lo fantasmático solamente con el objeto persecutorio, sino que es algo como más primario. No en el sentido del tiempo sino en el sentido de la angustia que se moviliza.

Francisco Pereña. Sí. La angustia es primaria. Y ya que has nombrado el síntoma, sabéis que yo hablo de determinación sintomática. Creo que tienes razón porque incluye las defensas. Es verdad. Porque yo siempre digo que hay determinación genética, determinación cultural…, pero lo que no hay es determinación psíquica sino sintomática.

Síntoma se refiere a un modo de sentir la vida y de vivir la alteración pulsional y entonces es lo que los griegos llamaban carácter. El carácter para el hombre es su destino, dice Heráclito. Uno es como es, tiene un carácter y eso, efectivamente, está hecho de modos de sentir, de experiencia, de identificaciones, de todas esas cosas y de defensas lógicamente. ¿Cuál es el trabajo clínico? Habría que hablar de las certezas infantiles. Es muy difícil entender la clínica de las defensas sin hablar de las certezas infantiles, porque las defensas se construyen en la infancia sobre certezas.  Una mujer, por ejemplo, se queja todo el tiempo de no tener pareja y no hace más que repetir su certeza infantil del rechazo, de forma que su demanda está truncada por esa certeza, que le impide, entre otras cosas, recibir del otro, dada la certeza de que ella “paga” un amor que no puede recibir. Hace una persecución de lo imposible, que desde la certeza es pura y atroz impotencia, y naturalmente se angustia. La certeza infantil del abandono opera como negación de la de su demanda. Por eso acude a las cartas o las pitonisas buscando una posibilidad fuera, que sólo podría venir de los otros. Exige posibilidades fuera porque ella no tiene posibilidad.

Con esto quiero decir que hay que tener muy en cuenta en la clínica de las defensas las certezas infantiles. Porque una clave de nuestra práctica, de nuestro oficio, consiste en que la escena infantil no sea una certeza en la medida en que sea un acontecimiento que no se confunde con el mundo. Los sujetos vienen con unas certezas infantiles que hay que mover. La escena infantil es un acontecimiento de su vida que le produce determinación sintomática pero no certeza, porque el problema de las certezas infantiles es que no cabe posibilidad. Siempre va a ir a buscar las posibilidades fuera. No viene del sujeto, el sujeto en el sentido que decía Kierkegaard de la angustia como posibilidad, el sujeto es la posibilidad misma. Si la certeza infantil le niega la posibilidad, la va a ir a buscar fuera.

Piedad Ruíz. ¿Incluso en situaciones reales y traumáticas y reales de abandono?

Francisco Pereña. Por supuesto. Cabría decir que son más fáciles, porque es un hecho que ha acontecido, mientras que lo otro está construido desde un punto de vista más fantasmático, si se quiere decir así, como certeza interna. El abandono real es un hecho, no es una trama vincular.

Sonia Fernández. Estás hablando todo el tiempo del conflicto entre el yo y el otro y ahí me venía… dónde sitúa el clínico al otro, a ese tercero que no deja vivir supuestamente a nuestro paciente porque el paciente viene y habla del otro, sea la mujer, el hijo, etc. ¿no? Hace mucho tiempo me advertiste del riesgo de aliarnos con el paciente, en contra de ese tercero. Pensaba que ¿cómo nosotros nos relacionamos con ese tercero?

Francisco Pereña. Ese tercero propiamente no existe. El analista escucha a “su” paciente, no está en el chisme. Me parece muy peligroso prestar atención al que no está, a ese de quien se queja el paciente. Escuchas a alguien que hable de quien hable habla todo el tiempo de sí mismo. Si haces complicidad con el chisme entras en un callejón sin salida, que dificulta sobremanera la elaboración.

Ana Martínez. Sí, en la clínica más clásica se podría caer en el otro extremo de que lo que había pasado…, en el mismo Freud, no tenía como mucha importancia en ningún sentido… Por eso no pudo proteger a los sujetos, por ejemplo, del daño, porque él no pensó que las madres podían dañar y que los padres podían dañar. Entonces, eso lo borra y, entonces, claro, el sujeto que, a lo mejor, pues bueno, niega el daño o lo exagera o tal, pero no se incluye… Oiga, que sí, que le dañaron, ahora vamos a ver qué hacemos, pero le dañaron. Eso no se hacía antes y no lo hacía la clínica kleiniana, no lo hacía la clínica freudiana. Luego sí, algunos kleinianos entraron… Digo esto porque me parece importante porque si no, es como que, no sé…, como que hay pacientes que niegan lo que les ha pasado.

Sonia Fernández. Yo no me refiero a los hechos, no sé…, una madre que te ha pegado, sino al clásico conflicto de la pareja… A veces escuchas a la paciente y piensas «pues sí, vaya capullo su marido». Pero lo que yo he entendido con los años es que con eso pierdes la posibilidad del sujeto que tienes enfrente… Haces de él un sujeto pasivo. Lo veía con lo que decías antes de las defensas. Eso que él vive como engaño, yo no soy quien para cuestionárselo pero si me voy para ese lado…. Es igual que lo que explicáis de la clínica del goce ¿no? Entiendo que es un ser pasivo que sólo recibe y yo me hago cómplice de esa pasividad.

Francisco Pereña. Sí claro. Tú puedes advertir de ciertos riesgos reales. Por supuesto. Hay un aspecto de contención que está en la perspectiva de la protección. Sin duda. Es un aspecto a tener en cuenta y que los análisis clásicos no tomaban en cuenta, dejando a los pacientes en el más estricto abandono, en manos de un encuadre completamente hipócrita. Pero no debemos olvidar que el eje que ordena nuestras intervenciones es la elaboración. Nunca hay que olvidar esto. Si entiendes la protección como complicidad contra el que no está, sea la pareja, los padres, el amigo, etc., haces un flaco favor a ese paciente. La contención está supeditada u orientada por la elaboración. Su destino es la elaboración porque si no, carece de sentido nuestra práctica. El destino de nuestras intervenciones de contención en el ámbito de la clínica del sujeto siempre es la elaboración.

Asistente. Teníamos una pregunta, porque ya ha salido en el seminario varias veces, porque una de las últimas veces que nos reunimos en el curso pasado, decías que todas las defensas estaban fracasadas, que todas las defensas fracasan y no sé si lo decías en el sentido de que no todas las defensas consiguen tapar toda la angustia o si va más allá, porque nos surgía esa duda de que la defensa tiene una función y cuando tú decías que la defensa siempre fracasa nos deja ahí un poco…

Francisco Pereña. Digamos que una vida de la que tienes que defenderte es una vida fracasada y, como decía Samuel Becket, cuanto antes se entere vd de que su vida es un fracaso, todo ese tiempo tiene ganado. En ese sentido lo digo. Porque siempre he dicho; lo más interesante de un sujeto en el ámbito, digamos, de la vida afectiva es el amor, lo que yo entiendo por amor. Y el amor nace del fracaso. El amor es un fruto del fracaso. Del fracaso de la sexualidad, del fracaso de defensas persecutorias, en fin…, se abre un espacio al otro donde tú puedas vivir la soledad del abismo que te separa del otro, del desconocido, como una falta y una búsqueda. En ese sentido digo que las defensas fracasan, en el sentido de decir; si fuesen realmente eficaces el amor no tendría sentido. El amor nace del fracaso de las defensas. En ese sentido lo digo.

Clara. Por ejemplo, en la disociación, cuando se borra el sujeto…, entonces es un daño que se hace el sujeto para evitar el daño del otro.

Francisco Pereña. Es verdad. No he hablado de la disociación. A la relación de la defensa y el daño si me he referido. Tú puedes decir; yo tengo la certeza de que soy el preferido de mi madre. Eso puede ser una certeza infantil solo en la medida en que sea contra otros. Soy el preferido y no mi hermano. Entonces, es verdad que las certezas tienen un horizonte de daño siempre.

La cuestión de la disociación que tú has planteado es un asunto delicado. Me he referido a la expresión de Winnicott del miedo al derrumbe. La entiendo como una dificultad para hacer experiencia del otro. No hacer experiencia del otro quiere decir que él no hace experiencia de sí mismo, de sus propios sentimientos, de su propio deseo. Entonces, te da la impresión de que no siente o no quiere y no necesariamente es cierto. Depende. La defensa como disociación tiene, gradación, tiene muchísimos matices. Pero es verdad que siempre que tú actúes como si no sintieras o alguien actúa como si no sintiera o actúa como si no le importara determinada cosa, puede estar sometido al miedo infantil o a la certeza infantil, digamos. El miedo al derrumbe es para mí una certeza infantil que se organiza como defensa con el miedo, es decir, la catástrofe es una certeza infantil en la que tú te defiendes con el miedo, estás todo el tiempo en estado de alerta. Entonces, efectivamente, ahí hay disociación en la medida en que tú no te sientes a ti mismo, no tienes criterio de tus sentimientos, no cabe ninguna posibilidad de discriminar tus sentimientos, que yo considero vital en la vida de un sujeto y, en ese sentido, es un modo de defensa que es muy dañino porque conlleva una cierta anulación del sujeto y al llevar una anulación del sujeto pierde posibilidades el sujeto y queda reducido a su miedo a la catástrofe.

Piedad Ruíz. Harías entonces una distinción muy clara entre las defensas que pueden sostener el deseo y aquellas que son lo contrario, que van en contra o que no dan lugar a la posibilidad del deseo, la disociación por ejemplo.

Francisco Pereña. Puede haber disociación con lo que deseas a condición de no desear. No estoy diciendo ningún sofisma. Con cuánta frecuencia uno puede interrogar a un paciente que, por ejemplo, lleva años quejándose de su pareja, uno puede interpelarle diciéndole: “o sea que usted está donde no quiere estar”. Esto a veces les sorprende, pero es una pregunta ineludible, la de interrogar sobre la relación entre lo que hace y lo que quiere. Puede ser que esté protegiéndose del deseo, al no abordar la soledad del deseo y hacerse acompañar por la queja, como si viniera a decir que está allí no por su deseo sino quizás por una especie de deuda o por cierta obligación. Abrir esa interrogación es muy conveniente. Diré que si la disociación puede funcionar como si desearan en la medida en que no desean.

Piedad Ruíz. Ves a chicos que llevan años con una novia y los amigos ya saben que se tienen que referir a ellas como las no-novias

Francisco Pereña. Pero es importante, porque a lo mejor puede estar en la relación para pagar una deuda, un castigo… Lo que quiero decir es que hay que abordar estas situaciones de los sujetos que dicen que están donde no quieren estar, hay que abordarlo porque suponen siempre una complejidad. A lo mejor es verdad que no desean, a lo mejor es que tiene prohibido desear o a lo mejor es que están pagando una deuda infantil, yo qué sé…, pero hay que entrar ahí.

Piedad Ruíz. Creo que sobre este concepto de defensa del que nos estamos ocupando hoy, tú mantienes la referencia freudiana de los destinos de la pulsión, la sublimación, la represión por supuesto (no como límite civilizatorio sino como elaboración, como tú has aclarado en algún momento) pero, sobre todo, voy a la agresividad. Por ejemplo, hasta qué punto la inhibición es una defensa, hasta qué punto la violencia es una defensa o solamente una descarga de angustia, siendo la angustia un destino de la pulsión. La agresividad es un campo amplísimo.

Francisco Pereña. ¿Por qué Freud habla de destino de la pulsión? ¿Por qué dice destino? No creo que tenga una idea muy clara, tiene una buena intuición. Él sabe que la pulsión en su vivencia como angustia traumática hay que abordarla, y ahí habla de los destinos de la pulsión. La agresividad, por ejemplo, será la primera defensa contra la angustia traumática

Piedad Ruíz. ¿Y la inhibición? ¿También como inhibición de la agresividad?

Francisco Pereña. Por supuesto. Si tú no tratas la angustia, que consiste en la presencia del otro en el interior de tu vida, es decir, el vacío pulsional, la angustia traumática, si no tratas esa angustia primordial con alguna posible articulación con el otro, te ves obligado a destruir al otro porque es verdad que es el otro interno el que te produce el vacío pulsional, pero tú lo externalizas. La agresividad es irreductible, es lo que fundamenta las sociedades y las relaciones humanas desarrolladas o tratadas con otras cosas. Freud cometió el error de convertirla primero en destino y después en pulsión misma. El error freudiano fue hablar de una pulsión agresiva. La agresividad tiene que ver con la angustia y, por tanto, no es una pulsión digamos originaria.

Piedad Ruíz. Sí, claro. Si en eso estamos de acuerdo. Hay defensas que exigen un cierto trabajo de elaboración psíquica, mientras que la agresividad no tanto. Quiero decir que no es una defensa como las otras, es una defensa de la angustia, pero a mí me parece que detrás no hay un trabajo de elaboración mínima como el de las defensas de las que hemos hablando anteriormente. Veo más la descarga que la elaboración. No es una defensa del mismo tipo en cuanto a tratarla en una terapia con el objetivo de la elaboración. Quiero decir que no es lo mismo alguien que presenta la agresividad como defensa en su vida, que otro que llega inhibido.

Francisco Pereña. Sí, esto nos lleva al tema del próximo día, la elaboración. La cuestión central del tratamiento no es tanto…, no reside en el tipo de defensa sino el que un sujeto se pueda cuestionar a sí mismo. Eso es la clave. Y es verdad que en un momento alguien puede cuestionarse sobre su agresividad. Es habitual en nuestra práctica. Ahora bien también es cierto que si ese sujeto no se puede cuestionar a sí mismo, no podemos hacer mucho.

Piedad Ruíz. Es que casi coincide una cosa con la otra. Estamos en el tema del próximo día, pero yo creo que coincide bastante esta defensa con el no cuestionamiento. 

Transcripción: Teófilo Fiunte