El grupo en la época de la disociación social (Texto base)

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“… ¿quién funda el Estado? La tesis de Hobbes es más llana y  lineal. El miedo se basta a sí mismo para crear un Estado, basado entonces en la violencia. El Estado es el monopolio de la violencia, los demás son súbditos, no ciudadanos. El ciudadano es una figura del engaño, una mentira necesaria, como todo lo que se refiere a la igualdad ante la ley…”

Videoconferencia ofrecida por Francisco Pereña el 25 de octubre de 2019 en Las IV Jornadas sobre Intervención con Grupos y Equipos.

De disociaciones, luchas corporativas, tribus y otros fenómenos grupales

Centro Universitario LA SALLE.

 

Mi propósito no es dar una clase sobre los grupos, para eso hay especialistas. El interés que puede tener mi intervención es explicar o expresar la posibilidad de pensar el grupo a raíz de los presupuestos de la clínica que yo practico y que he intentado explicar en mis libros, una clínica que se centra ante todo en el sujeto de la angustia y del deseo. Sin embargo, no deja de contemplar todo el tiempo el grupo donde el sujeto vive y se protege, donde trama su vínculo social.

Para introducir el tema, me serviré de la tesis de Plutarco que habla de la gran utilidad de tener enemigo. Uno mismo, dice, puede que pudiera vivir, quizás, sin amigo, pero nunca sin enemigo. Pero sobre todo el grupo, es decir la “necesidad” de enemigo es central ¿para qué?, ¿para vivir? Sí, pero ante todo para vivir en grupo. Es una paradoja, pero esa “necesidad” es, como diría Platón, una mentira “necesaria”, que es la garantía de la República. No podría existir la República sin la mentira colectiva, que en cuanto que es colectiva se afirma como verdad. Cuenta Platón que si el mito dice que por la sangre de los gobernantes corre oro, por la de los guerreros plata y por la de los campesinos y artesanos bronce,  es claro que no es cierto, que se trata de una mentira, pero “mentira necesaria”, puesto que sin esa mentira el orden colectivo, la República, no podría existir. Esa mentira permite que aquello que es contingente y producto de la acción de los hombres aparezca como Ley universal e, incluso, natural. Es similar a lo que decía Marx de la mercancía como Gespent, como si fuera un fantasma y no un producto de los hombres. Esa mentira es el fundamento del poder a falta de regulación propia de la comunidad por sí misma.

Tiene su base en lo que llamo fantasma sadomasoquista, es decir, aquella manera infantil de sentir la protección de parte de quien tiene poder y, por tanto, puede hacerme daño. Así se instala la estrecha relación, que se da en el vínculo social, entre protección y daño. En la medida en que se atribuye al otro poder de protección, se le atribuye a la vez capacidad de daño. El daño se convierte así en compañía permanente y segura, quiero decir que nunca falta. El miedo pasa de ese modo a ser el sentimiento principal de una vida en la que otro tiene el papel fundamental de objeto persecutorio. El miedo siempre cuenta con la presencia del otro, es una compañía asegurada, mientras que la angustia es abismo y radical soledad.

No hay comunidad por sí misma, de entrada. Ha de fundarse, y ¿cuál es su fundamento?, ¿cuál es el fundamento del Estado?, se preguntan los filósofos de todos los tiempos. El miedo, dirá Hobbes, pero ese miedo necesita una figura de referencia que sustente el poder del gobernante. Dios o el pueblo, han sido las respuestas más genéricas. Si el monarca es delegado de Dios, tiene un fundamento exterior a la comunidad, pero por ello mismo más “real”. Si es el pueblo, ¿qué delega?, ¿qué podría delegar que no fuera una simple atribución de poder absoluto, de daño o de protección? El pueblo es entonces una mera ficción, una “mentira” para crear la ficción de un fundamento. Por eso, la tesis de Hegel es curiosa: es el Estado quien funda el pueblo, no hay pueblo, como tal, anterior al Estado. Entonces, ¿quién funda el Estado? La tesis de Hobbes es más llana y  lineal. El miedo se basta a sí mismo para crear un Estado, basado entonces en la violencia. El Estado es el monopolio de la violencia, los demás son súbditos, no ciudadanos. El ciudadano es una figura del engaño, una mentira necesaria, como todo lo que se refiere a la igualdad ante la ley.

Luego hablaremos de las “manadas” humanas y de por qué van asociadas a la “depredación” sexual. Por el momento pensémosla como lo que es: un grupo animal. ¿Cómo se crea? No se crea, viene dada en el propio ser animal, es protección defensiva, nunca ofensiva, no está orientada a hacer daño por dañar, es decir, no es contra, su objetivo no es el exterminio. Pero tanto Plutarco como Hobbes, lo que señalan es la idea, o, mejor dicho, el hecho, de una supuesta protección basada en el escenario de una “violencia”, la de unos contra otros. Ese contra requiere siempre un enemigo y tiene una función capital: dotar de identidad al grupo que fuere. Protección contra parece una paradoja. Lo es pero tiene su razón de ser en que si no hay enemigo “fuera”, no hay grupo. ¿Qué significa fuera? No son los extraterrestres, otra especie. No, es el semejante, el Nebenmensch que dice Freud. Ese es el escándalo. El de fuera es de tu propia especie. ¿Por qué? Tenemos entonces una especie sobre la que se decide, luego que no da identidad. Puedo establecer, por ejemplo, que un judío, o un negro, o un amarillo, como se decía en la época de Vietnam, no son de mi especie. (Recuerdo aún a aquel marine que decía algo así como “yo no mataba personas, mataba amarillos”). Luego no es la pertenencia a una especie lo que da identidad o pertenencia identitaria. Si se decide, no hay identidad previa.

Esta cuestión es de gran importancia. No tener identidad dada, o previa, sino que ha de crearse, pero en el sentido de ser otorgada. Pero ¿cómo?, ¿por quién? ¿Qué tipo de decisión u otorgamiento puede dar identidad? Una decisión que es a la vez recibida, es una paradoja, pues sería pasiva. ¿Cómo la recibe? ¿Quién la da? Hay que pensarlo a la vez, se da y se recibe a la vez. Se trata un mito, es un acto “mítico” presidido por un fundador mítico del grupo. En realidad no hay identidad sin pertenencia a un grupo, un grupo elegido, puesto que se es el elegido contra los no elegidos, sea la religión, la raza, etc. Pero esa pertenencia no puede ser pasiva, por ser a su vez constituyente del grupo. Se constituye la identidad y el grupo a la vez. No existe previamente la identidad y luego el grupo, porque ambos se fundan en el contra, en el enemigo.

Por eso, en la clínica del sujeto no cabe confundir el yo de la identidad, que se da y se reconoce en el grupo, con el sujeto del deseo y del dolor. La pertenencia al grupo es contra, porque en el instante mismo de ese contra se da la pertenencia. He puesto en algunas ocasiones el ejemplo de los miles de emigrantes muertos en el Mediterráneo sin que nadie se inmute, siendo como son de nuestra misma especie, como nosotros mismos. Pero no lo son. ¿Por qué? Porque son más importantes las banderas de la nación, la necesidad de exaltar la nación, el grupo de los elegidos. Si hay que exaltar a la nación es que de por sí está vacía de contenido. Hace falta llenarla con el contenido del grupo de elegidos. El pobre es invisible, la pobreza, por el contrario, es demasiado visible y molesta. Cuestiona en exceso la confortable identidad de los elegidos. Ha de ser inmediatamente ocultada o cubierta por la bandera, que se convierte así en el símbolo de los miembros de una identidad de elegidos. Es como el delirio de filiación que busca el sujeto psicótico, ¿cómo encontrar una pertenencia universal o cósmica? Es imposible, por eso el delirio de filiación deriva en delirio persecutorio, en la creación de enemigos para así darse realidad. Los emigrantes muertos, no son de los nuestros, son los no elegidos.

Este contrasentido tiene su razón de ser en que no tenemos identidad dada o previa. Los mitos lo quieren explicar por medio de cierto castigo imaginario y elección también originaria que pesa sobre tal pueblo, etc. En el mito del Génesis, por ejemplo, tenemos un castigo que es la expulsión del paraíso, o sea de la naturaleza, y a la vez la elección del pueblo de Israel. La condena es al trabajo, es decir, a tener que ganarse la vida. La vida ya no es algo dado, sino a ganarse, es una vida expropiada. Esta es una expresión que yo utilizo para explicar el concepto de pulsión. Expropiación de la vida ¿Cómo?  Por la presencia del otro en el hecho mismo de vivir. No es que tú, viviente, tengas una identidad dada que te vincula con el otro. No, el otro está en el lugar de tu identidad, no tienes identidad “propia”. El otro está en el corazón de la vida, expropiada por tanto. La identidad te la da el otro, pero ese otro es a su vez falto de identidad, luego nos la damos en grupo como identidad grupal, y no hay otra manera. Los faltos de identidad se dan la identidad en el grupo. ¿Sobre qué base? Contra otros. De ese modo la “otredad”, que está en el corazón del sí mismo, en el corazón de la vida, queda colocada fuera. Esa operación es conjunta, somos un grupo contra otro grupo, si no, como diría Plutarco, tendríamos que buscar el enemigo dentro y nos devoraríamos los unos a los otros, mientras que si matamos a los de fuera, nos cohesionamos y nos damos identidad como “dentro”.

Para Hobbes, el Estado es una cohesión interna contra los otros, la paz mundial que proponía Kant sería la destrucción total. Hegel concibe el Estado como segunda naturaleza. Si no hay primera, habrá que fabricar una segunda. De ahí que la guerra se convierta, en el pensamiento de Hegel, en el aglutinante del “pueblo”, en creadora de “pueblo”. ¿Qué es la paz? Un ideal utópico al que nos acercamos cuando el daño ha sido tan extremo que nos asustamos de nosotros mismos, por ejemplo, el nazismo. Pero luego hay que volver al odio y a la guerra. ¿Hay que? No es necesidad, es decisión de tener una identidad nuestra frente a la solidaridad de los “desterrados o exiliados”. Los griegos tenían la ley de la hospitalidad, una ley no escrita, ley divina la llamaban, para guardar un lugar al “desterrado” que somos. Con el imperio romano desaparece. El Estado es la única Ley.

Hablemos más propiamente del grupo. El germen y razón del grupo es dotarse de identidad contra los de fuera, pero a la vez el grupo es refugio contra la agresividad destructiva del otro grupo, digamos de un grupo mayor. Por eso los grupos están destinados a fragmentarse. Buscamos grupos “pequeños” que nos protejan del daño, del temor y del desamor del grupo grande. En el grupo, digamos pequeño, buscamos el afecto que el Estado- Ley suprime, o del que está desprovisto. De ahí que los grupos se vayan multiplicando todo el tiempo. Mientras más “pequeños”, la dependencia, que se crea, va ligada al amor y a la angustia de abandono, con lo cual terminan convirtiéndose en un infierno persecutorio, pues mientras más angustia de abandono, más odio.

El grupo familiar, por ejemplo, es el grupo “institucional” encargado del afecto y donde se produce el temor al desamparo, el temor al abandono, la dependencia y su rechazo, el sexo y su fracaso, es decir, el amor, que con demasiada frecuencia toma la modalidad de la exigencia de presencia. Si el otro no está, el ausente, en vez de ser el desconocido del amor y la referencia del amor, se convierte en perseguidor que me daña, y de ahí viene el victimismo tan vinculado a la angustia de abandono. Y sin embargo,  no deja de ser el espacio de los afectos.

A raíz de esto, se buscan grupos fuera de ese “infierno”. ¿Cómo? En épocas antiguas, los grupos diversos formaban parte de la comunidad global o la tribu. De ahí, por ejemplo, los ritos de iniciación que distribuían los grupos por diferencia generacional (ritos de paso) y sexual (distribución de pertenencia y reglas del vínculo sexual y afectivo). Pero hoy los grupos se multiplican fuera del ámbito “total”, o global,  de la comunidad. ¿Cuántos grupos hay hoy día? Infinitos. Desde las peñas de fútbol a los coleccionistas de cerillas, o de botones o de lo que fuere.

Antes de abordar este asunto de los grupos en la época actual, pensemos cómo han sido las tipologías históricas de la formación de grupos. Habría dos tipos fundamentales de grupos en la historia, según el eje de la política o de la religión. En el campo de la política siempre estuvieron los grupos de presión, o grupos de poder, hasta la aparición de los partidos políticos. El partido político tal como hoy lo conocemos se da en la modernidad. Antes eran facciones que constituían la trama necesaria para dar vida al ejercicio del poder mediante la intriga y la violencia. Pero luego el partido político aparece como el organizador de la pasión colectiva a partir de la Revolución Francesa.  Los jacobinos, los girondinos, etc. eran “facciones” y grupos de discusión, hasta que en la primera época del Terror aparece el triunfo de la facción jacobina que según el comentario de Tomsky, recogido por Simone Weil, se regía por la máxima de “un partido en el poder y todos los demás en prisión”. El partido político no se rige por la “razón”, sino por la pasión colectiva, es decir, por la mentira y el daño, que les da el estatuto digamos criminal de una rivalidad megalomaníaca y destructiva.

El otro modelo, de más largo alcance y de mucho mayor recorrido, fue la religión, que tiene la particularidad de esa mezcla de dogmatismo e infalibilidad que lleva al grupo  o a la guerra permanente  (las guerras de religión que en todas las religiones se da) o a la asfixia interna si no abrieran la posibilidad de construir dentro de ella misma, en el seno de la propia Iglesia, grupos diversos, según el criterio de los puros frente a los impuros, como un tipo de elección que incluye lo afectivo como amor divino, etc. Este es el origen, por ejemplo, del monacato.

El tipo religioso de grupo es el germen de la secta, pero dentro de la Iglesia. No se cuestiona la Iglesia. Se trata de reunirse los más puros y los más cercanos a Cristo, que si es al margen de la Iglesia, tenemos entonces la herejía y de nuevo la guerra. Por tanto, en la religión el grupo pequeño adquiere estatuto de secta por la selección de los puros contra los impuros, pero es, sin embargo, una escisión interna dentro de la Iglesia, sobre quién el más puro, el más leal, etc. Las órdenes religiosas de hecho son escisiones internas, a la vez que luego se multiplican entre ellas, con escisiones internas que no cuestionan a la Iglesia sino que cultivan una pertenencia más directa a Dios, al amor de Dios, al amor divino, contra el odio, el mal, que serían los otros, tipo de grupo que aúna amor como ideal interno y el odio como desprecio del mundo. El grupo tiene ese carácter de totalidad que le da la secta. Cuando la secta se construye como grupo autónomo o “total”, se hace enteramente megalomaníaca y ejerce un poder estricto sobre las conciencias.

Su origen remoto es de carácter religioso y lo encontramos en los principios del monacato allá por el siglo IV, que establecieron lo que ahora parece más habitual, la curación por la secta. Esto, por ejemplo, se da en el mundo de la drogadicción, es como cambiar un objeto “total” por una pertenencia “total”. Pero la peculiaridad de la secta moderna es que se constituye por fuera de la Iglesia y de toda regulación institucional. Es la peculiaridad de una época regida por una creciente “di-sociabilidad”, efecto primordial del sistema capitalista de producción de mercancías.

Veamos someramente cómo se fue produciendo. Comienza con la separación entre Iglesia y Estado. Cambia la idea del ecumenismo católico, que en sí mismo es ya una paradoja, ya que se presenta como la única verdadera y universal, por la Nación. La Nación se presenta no como una comunidad “natural” de un determinado lugar y de unas determinadas costumbres sino que se constituye como unidad cierta como base o fundamento del Estado. De ahí surgirá un debate acerca de la relación entre Estado y Nación. ¿Cabe un Estado sin Nación? Hay quien dice que es el caso del Estado español, que fue impuesto desde arriba como imposición de la monarquía absolutista, a diferencia, por ejemplo, de Cataluña que sería una Nación sin Estado.

Pues bien, siguiendo con lo que decía, el pueblo, según Hegel, es creado por el Estado y, sin embargo, no habría otro fundamento del Estado que el pueblo. En este embrollo paradójico se funda toda la concepción moderna del Estado. El pueblo y el Estado forman una unidad ética, dirá Hegel. Esto es una contradicción, que aparece en los sistemas políticos de la modernidad. Por un lado está el Estado total, o totalitarismo, y por otro un sistema de producción  mercantil que requiere la libertad de las mercancías, el libre mercado. El totalitarismo es estatalista, integrador y violento. Por otro lado el llamado liberalismo sería anti-estatalista, pero reclama, sin embargo, un Estado fuerte, el Estado de la seguridad de los intereses, es decir, el Estado protector de las mercancías, lo que supone  una sociedad que en su trama económica y social es desintegradora. Resulta curioso que Adam Smith hable de la “mano invisible del Mercado como regulación automática de los egoísmos virtuosos que se ordenan por la prosperidad. ¿Por qué entonces tendría necesidad del Estado-Policía para imponerla?

Sobre esta idea de libertad tenemos un ejemplo muy sencillo que acaba de ocurrir en Madrid con el cambio de Ayuntamiento. ¿Qué es la libertad? Yo me compro un coche y tengo derecho a circular por donde quiera y eso constituye la prosperidad económica, el resto es “represión”, falta de libertad, es decir, soy libre, luego puedo dañar, porque todo es “apropiable”. La libertad, como dice el liberalismo político y económico, va ligada a la propiedad, frente a las tesis, por ejemplo, del interesantísimo  Kropotkin que dice que la libertad es la expropiación, de forma que cada cual pueda dar y recibir en el grupo o del grupo según sus deseos y la cooperación estratégica con los otros deseos. La colectividad se basaría en lo que llama apoyo mutuo, para lo que se requiere la expropiación. La propiedad lejos de ser libertad es la mayor esclavitud. Para salir de dicha esclavitud es requisito ineludible  la “destrucción” del Estado y sus leyes. Es la utopía anarquista, que consiste en tomar en consideración el que la comunidad o el grupo pudiera fundarse en la cooperación, en el “apoyo mutuo” y no en la mera “necesidad” de enemigo..              .

La tercera opción serían los partidos “revolucionarios”, que querrían encarnar los ideales de justicia social y de integración total en una sociedad totalmente desintegrada. Frente a la utopía anarquista, estos partidos son ferozmente estatalistas y totalitarios, en su propio proyecto político. Pero como ya señalé anteriormente, un partido .político tiene ya de por sí, en su funcionamiento, una vocación totalitaria. Son  “partidos”, pero su vocación es de totalidad, se dicen y predican ser medios de un servicio público, pero es mentira, son fines en sí mismos. Viven de la pasión colectiva a la que alientan de los peores modos, creando permanentes rencillas y rivalidades que se corresponden con lo que en la clínica psicoanalítica se llama “envidia temprana”, envidia destructiva, o cómo arrebatar la existencia del otro. Suscitan pasiones en la medida en que crean enemigos. Su pasión es la mentira que, al ejercerse en grupo, la ejercen con total impunidad. No quieren enseñar sino únicamente dominar.

Tienen así lo peor de la Iglesia, que declara hereje al disidente, y ninguna ventaja, pues han perdido los ideales y no incluyen el amor ni siquiera entre los elegidos. Se ha ido degradando a medida que el sistema de producción de mercancías adquiría el dominio total sobre el planeta. Los partidos “revolucionarios” se han visto definitivamente derrotados en el mantenimiento de sus ideales, a causa de lo que ya en 1994 el malogrado Robert Kurz tituló Die Ende der Polititk, texto en el que analizaba la supeditación de la política a la economía. La política se ve limitada a gestionar un sistema económico que se presenta como irreversible, como si de una ley natural se tratara. El sistema capitalista que produce el aislamiento, la rivalidad, la desaparición del sujeto a favor del individuo-consumidor, aparece como  indestructible, y por tanto toda posible dimensión ética de la política desaparece en pro del mantenimiento de un sistema en el que el sujeto es una mercancía que forma parte del sistema general de intercambio mercantil. El egoísmo es la virtud que hace prosperar las naciones, decían ya en el siglo XVII Adam Smith o Mandeville. Hoy hay ya una coincidencia entre todos los partidos institucionales en el no cuestionamiento del sistema capitalista. No por decisión propia sino por el modo de funcionamiento del sistema. Recordemos lo que pasó en Grecia con Tsiritza. Pues bien, al ir desapareciendo los ideales reguladores de la justicia social, se ha de acentuar la vertiente de la necesidad de enemigo, de modo que los movimientos fascistas cumplen la misión de dotar de enemigos “totales” (sea el judío, el negro, el masón, el musulmán, etc., etc.), para aglutinar una sociedad que no tiene cohesión y a la vez no cuestionar lo más mínimo el sistema que produce tal disgregación social. El fascismo es la forma política de crear una cohesión social a partir de la creación de un potente enemigo. Mientras más potente o peligroso se presente al enemigo, mayor será la cohesión social.

En relación con la formación de grupos, cuando el sistema de desintegración social es dominante lo que sucede de entrada es que crece la proliferación de los grupos más diversos como refugios ante la desprotección general. La desintegración en el seno de la sociedad, favorece la angustia bajo la forma de ansiedad, es decir, la angustia como destructividad y el yo queda reducido a un individuo y se pierde así la función de la integración en la comunidad yoica. Una sociedad disociada es una contradicción insoluble. La disociación consiste en que lo que se dice es lo contrario de lo que es. Esto hace que la sociedad tenga un carácter específico, y a cielo abierto, de mentira fundamental. Por un lado, está la libertad de la mercancía, no del sujeto y, por otro, la protección se basa únicamente en proteger la propiedad individual. Esto es una contradicción insoluble y es la mentira fundamental del sistema. De ahí viene el activismo como agitación, la hiperactividad, los fenómenos de TDH que están tan de moda y la depresión a la vez. El dolor está desprestigiado, no forma parte de la vida, por esa razón produce la des-vitalización depresiva. La necesidad de una especie de sobre-presencia física constante (por no hablar de las llamadas “redes sociales”) para soportar la angustia, crea un clima de tensión permanente y de agresividad.

Las consecuencias son un cúmulo de contradicciones. La familia, por ejemplo, que juega un papel fundamental como espacio de la vida afectiva, como un  único frente posible de la coherencia afectiva, es a la vez un espacio de frustración por su contradicción con la vida social y se convierte así en el lugar de los reproches, de las exigencias, de las dependencias infantiles y de la agresividad. La familia, que ocupa un lugar fundamental como mitificación del mundo de los afectos, es para los economistas un lugar fundamental de consumo. El consumo de las familias es un índice de la situación económica de un país. Por un lado, confluyen a la vez la exigencia de que la familia se ocupe de los sentimientos y a la vez que todos estén incorporados al mercado de trabajo por ser un espacio de consumo. El elogio de la familia y el abandono a la soledad de las familias se dan a la vez  La vida familiar se deteriora, se aísla, y entonces se busca la vida afectiva fuera.

Ese afuera es, sin embargo, dentro de una sociedad, así disgregada, a la que podemos llamar la gran disociación. Voy a poner el pequeño ejemplo de Trump. Trump no es una simple anécdota, es el descrédito y descomposición del Estado hegeliano como integración del pueblo, es efecto de esa gran disociación, a la que quiere taponar con la creación diaria de continuos enemigos, como modo de incubación del temido fascismo, el cual necesita un enemigo potente para crear por esa vía la cohesión que no crean los ideales reguladores de la justicia. Es la desnuda expresión de un Estado cruel, agresivo y egoísta en un sistema de liberalismo total y agresivo. Una de sus expresiones es la importancia que está tomando la guerra comercial. Pero cuando la guerra se instala ya no hay modo de pararla. Lo que empieza por una agresiva guerra comercial puede terminar en el uso de las armas, tanto tiempo almacenadas y pendientes de su uso.

La disociación, como ya he dicho, es un tipo de defensa que consiste en no sentir lo que se siente, no hacer experiencia de lo que acontece, de la vida misma, en suma, no estar donde se está. De esa expropiación de la experiencia, tenemos, por ejemplo, el caso de Instagram. Alguien va a un supuesto lugar idílico y no está allí, está haciendo una foto para mandarla a no sé quién. Esto genera un fondo o un tipo de difusa insensibilidad a falta de una mirada de un sujeto sobre las cosas. Al no integrar los sentimientos, todo eso produce mucha angustia y una angustia sin posibilidad es directamente agresividad.

La disociación social termina contribuyendo a la desintegración yoica. ¿Qué significa desde la perspectiva del grupo? Que el grupo se hace cada vez más necesario como defensa y reparación, pero al darse en el seno de la disociación social ha de buscar su fundamento en sí mismo. ¿De qué forma? Si no hay ideales reguladores, será bajo la forma de dotarse de un enemigo que el propio grupo funda. El resultado son las bandas, que se refugian en una cohesión que está regida por el odio y la agresividad física contra la banda contraria.

 En la Psicología de las masas, Freud decía que el yo toma su consistencia en el grupo del lado del ideal, requiere una relación con el ideal o Yo ideal como cohesión del grupo. En caso contrario se dispersa en la agresividad o busca, para sostenerse, el ejercicio de la agresividad contra alguien de fuera. Lo podemos ver no sólo en el caso de las bandas. Por ejemplo las manadas, lamentable nombre que viene del mundo animal, pero en fin se ha extendido para referirse a un grupo que se reúne en torno a la misoginia, que, por otro lado, es rasgo genérico de los grupos masculinos. Las bromas en las reuniones de machos, reflejan el desprecio y el temor a la mujer. En este terreno de la sexualidad, el grupo se constituye para afirmar una identidad sexual contra quien es el “objeto” del deseo. Si tal objeto del deseo es reducido a mero objeto y no es sujeto deseante, se expulsa la angustia ante el deseo del otro. Qué desea la mujer es una pregunta histórica molesta. El psicoanálisis, por ejemplo, y muchas otras corrientes hablan del enigma del deseo de la mujer, no del enigma del deseo, sino del deseo de la mujer.

Hay una curiosa relación entre la  sociedad, el Estado y la sexualidad femenina. La mujer es sostén del orden social y marginada a la vez, fuera del orden social. Hegel lo explica muy bien. Eso la convierte en adoratriz del falo, en sostén del afecto y del deseo, de la virilidad del hombre. El hombre cuestionado por el deseo de la mujer está cuestionado en su virilidad. La respuesta será anular el deseo de la mujer y reducirlo a la clásica distinción, que tanto utiliza Freud, entre Mutter y Dirne: o madre o  prostituta.

Pero, ¿qué sucede hoy? Que la mujer empieza a figurar como sujeto del deseo, lo que hace aparecer la angustia y la agresividad en el macho. Por ejemplo, hay un partido político en España que se llama Vox, un partido de corte abiertamente fascista y de origen franquista, cuyo éxito por el momento se basa única y exclusivamente en el odio a la mujer, en la exclusión de la mujer. El maltrato a la mujer es hoy, más allá del maltrato institucional antiguo, más cotidiano y más individualizado, más directo, más de cuerpo a cuerpo, que aparte del acoso conduce con frecuencia al asesinato. Si una mujer desea, el varón puede verse cuestionado. Cómo reducirla a objeto de deseo es el objetivo de todos los tiempos. Cuando ese cuestionamiento se generaliza por parte de la mujer deseante, surge el ataque en grupo. La mujer ya no es sólo objeto de temor y de desprecio, pasa a convertirse en enemigo político, en enemigo público.

En el ataque en grupo los machos se afirman como machos mediante la violación de la mujer. Reducida a objeto, el odio al sujeto deseante hace del grupo llamado manada la expresión de ese odio que aniquila el cuerpo deseante de la mujer reduciéndola a objeto. El grupo, como yo grupal,  se afirma como macho para aniquilar el deseo de la mujer, convirtiéndola en objeto despreciable que puedo depredar. Si desea es una prostituta y yo puedo apropiármela y así en vez de cuestionarme, me afirma. Es como si dijeran: eres mi puta y la devuelvo a su lugar de objeto sexual. ¿Por qué en grupo? Porque al ser el cuestionamiento del macho, ante la mujer deseante, generalizado, la respuesta no es aislada, sino cada vez más organizada y afirmada en grupo o en pandilla, no ya en el recinto del prostíbulo sino en la calle.

Hay otra respuesta del hombre ante la angustia del deseo femenino que es la de infantilizarse. De ese modo la mujer ya no es la Dirne (la prostituta) sino que se sitúa del lado de la Mutter, de la Madre.

Parece claro que los grupos se forman, cada vez más, por fuera del ámbito institucional, por lo que son los propios grupos los que han de fundar su cohesión. Si faltan ideales reguladores, entonces han de fundarse en la desnuda agresividad. Pero de igual forma, y en sentido contrario, los grupos que podemos decir que se rigen por tales ideales son también marginales, han de cohesionarse con esos ideales desde el `propio grupo. El ejemplo más conocido son algunas ONG, pero también lo vemos en el crecimiento del feminismo. A la mujer organizada en grupos con ideales, como pasa con el feminismo, se la odia. En suma, la disociación social está produciendo fenómenos de grupo sin ideales reguladores, lo cual favorece que tal disociación social vaya en correlación con el aumento de grupos disociados basados en la agresividad. La respuesta contra esto es también curiosamente marginal, en la medida en que desde la marginación hay que buscar también el ideal kantiano o aristotélico de la humanidad. Decía que algunas ONG, las marginadas, quieren recuperar el ideal de la ley de la hospitalidad antigua y ayudar desde la propia marginación, supliendo la falta de dicha ley de la hospitalidad. Privilegian la solidaridad frente a la identidad, es decir, son grupos marginales frente a la institución del Estado, si no se corrompen con las ayudas del Estado. (Hay un fenómeno que a mí me parece molesto, que es ir por la calle y ver cómo las ONG te venden una suscripción como el que te vende cualquier artilugio de consumo. Es algo, no sé si inevitable, pero realmente molesto).

Quienes estamos en ese ámbito, estamos en un campo que cabe llamar marginal, pues no atiende al ciudadano sino al sujeto de la soledad y de la angustia. Los grupos que cuidan de los marginados, los locos, los pobres, los maltratados de todo tipo, son también a su vez marginados por la institución, aunque la usen, y simplemente por el hecho de tener ideales, no cuadran con una sociedad disociada. Y ahí encontramos una cierta coincidencia, que consiste en mantener la mirada sobre el sujeto y en prestar atención a la marginación. Se puede hablar de integración social, de rehabilitación social de inserción social, etc., pero sería un error, a mi parecer, subrayar lo de social, porque es como si te convirtieras en representante o sustituto del Estado. Tú atiendes, prestas atención, ayudas, exiges al Estado que dé espacio a esa atención, a la marginación que el propio Estado produce, pero tienes la distancia para no confundirte con los coturnos del Estado, según la vieja metáfora de Epicteto.

Por último, respecto del grupo terapéutico o, para hablar de manera más genérica, del grupo operativo al que se refería Pichon-Rivière, diré que es un espacio que se crea sobre el protagonismo del grupo, quiero decir, que crea el vínculo a la vez que el grupo, en contraposición al grupo institucional, o jerárquico, que establece ya previamente el orden de pertenencia. Es, pues, un espacio abierto que el grupo ha de construir. El grupo es un espacio de contención de la angustia y de las ansiedades infantiles, y la cuestión será si ese espacio de contención puede serlo también de elaboración, es decir, de “transformación” y discriminación de los sentimientos. De ahí que tenga una temporalidad limitada. En caso contrario podría derivar en una secta, tan monacal como hostil.

Otro aspecto de interés a este respecto es el asunto de la función del grupo en una institución terapéutica. En ese caso el grupo es el modo de articular el tratamiento personal con la función de contención y de distribución transferencial en el marco de la institución. Baste al menos este señalamiento.

Creo que el debate sobre los grupos desde esta perspectiva, tiene el propósito de hacer del grupo un vínculo que no esté reducido al daño. Eso requiere un esfuerzo. A lo que tiende el grupo es a reunirse para el daño. El bien, como decía Kafka es trostlos, sin consuelo, no es un consuelo o una autosatisfacción, requiere un esfuerzo, una decisión y un acto como intento o propuesta ética, es siempre ir a la contra del llamado orden social dominante.

 

FRANCISCO PEREÑA

Madrid, octubre del 20019