Elaboración y transferencia (2ª parte)

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Segunda parte de la intervención de Francisco Pereña en el seminario de Piedad Ruiz “Huellas del Psicoanálisis en el pensamiento contemporáneo” el 20 Noviembre del 2015 sobre Elaboración y transferencia .

 

ELABORACIÓN Y TRANSFERENCIA. (2ª parte)

 

 ¿De qué se trata en un proceso analítico? De que aparezca el sujeto como límite interno de la pulsión frente al empuje destructivo de la actividad pulsional que el sujeto vive como angustia por el vacío del otro en tu cuerpo, es decir, por el desamparo, que está en el corazón de la pulsión.

 

Introducción

PIEDAD RUIZ: Voy a hacer un resumen, una introducción para recordar los temas de la sesión anterior y así poder situarnos.

 

esquema

En primer lugar se habló de cómo apareció el tema de la elaboración en la clínica. Recordó que fue Charcot el que utilizó el término de elaboración psíquica para hablar de la expresión psíquica del síntoma entendiendo por síntoma a su vez la expresión de un conflicto que Charcot reducía a lo traumático.

Freud seguramente lo aprendió de Charcot porque la primera versión que él tiene sobre la elaboración está referida a la posible integración en la vida psíquica de aquellas excitaciones externas o internas que al no integrarse en la vida psíquica producen angustia.

En un segundo momento, en 1912, en su texto Recuerdo, repetición y elaboración, Freud planteó la elaboración dentro del proceso terapéutico. De tal modo que si antes hablaba de Verarbeitung como trabajo de elaboración referido a cualquier tipo de elaboración (incluida la onírica) ahora habla de Durcharbeitung que, como su nombre indica, alude al proceso, a un proceso de elaboración.

Pero incluso en este momento Freud concibe la elaboración como un proceso por el que se superan o vencen las resistencias ante las interpretaciones del analista. Con lo cual estaríamos en el terreno de la sugestión y no de la elaboración. Ya que se trata de que el paciente acepte o no las interpretaciones del analista.

Lo que propuso Pereña fue pensar que la transferencia es interna al proceso de elaboración y no externa. Esto me parece importante subrayarlo porque en la sugestión se trata de intervenciones externas, de doctrina, que podríamos pensar incluso que no sólo son externas sino ajenas al mundo interno del paciente.

Yo creo que esto supone una novedad en el sentido de empezar a pensar la transferencia no sólo como motor -que en Freud está como obstáculo y como motor- sino como formando parte de la propia elaboración. Es decir, ya no solamente es algo externo, ni siquiera es únicamente motor del proceso de elaboración sino que forma parte de la propia elaboración.

Se trataría de un proceso que se da en el encuentro entre analista y paciente y decía Pereña que si hay que hablar de obstáculo serían el del analista que se coloca en el lugar del intérprete o los del paciente que no se cuestiona su posición sintomática. Es decir, cuando no hay compromiso terapéutico.

Luego estamos hablando de un encuentro y de un compromiso y por tanto de sentimientos y mutua implicación. De aquí se desprendía que el debate entre transferencia y contratransferencia era un debate falseado, que la transferencia se decía que era algo a evitar (desde Freud a Lacan) aunque señalaba que los mejores clínicos siempre afirmaron que había que tenerla en cuenta (la contratransferencia) como ahora nos puede resultar casi obvio.

Habló también de que hay un estilo del analista que va más allá de un estilo singular, que puede haberlo en determinados momentos del proceso terapéutico, como por ejemplo, cómo acoge o cómo responde, pero Pereña hablaba más bien del estilo que se produce en la relación analista/ paciente. Un estilo que, podríamos decir, surge en cada encuentro particular entre cada analista y cada paciente.

Una de las maneras de intentar evitar la contratransferencia a lo largo del movimiento psicoanalítico siempre han sido los rituales y el encuadre. Aquí Pereña habló del famoso contrato psicoanalítico para decir que no se trata de un contrato en el sentido mercantil sino de una apuesta y aprovechó en este punto para explicar la diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio que Marx toma de Aristóteles. El valor de uso es el que tiene una mercancía que se corresponde con las necesidades de quien la usa, mientras que el valor de cambio lo es por lo que representa respecto a otro valor. Por ejemplo el valor del dinero. De este modo, decía, la crematística se podría corresponder con la actividad pulsional, sin límite interno, mientras que el valor de uso estaría en relación al deseo. También la sugestión estaría del lado de este valor de cambio mientras que el valor de uso de la transferencia forma parte de la transmisión. Y en la clínica el valor de uso sería el valor sintomático contrapuesto al valor del reconocimiento. Es decir, estaría en juego la pregunta de quién eres y qué quieres más allá del reconocimiento y de la identidad social. Lo que quieres, cómo padeces tus afectos y cómo los creas. En cuanto a la demanda de análisis en ella se abre la interrogación por el sufrimiento y el desamparo infantil. Es decir la angustia que sufre todo sujeto humano por el hecho de tener pulsión y no instinto pero se trata de que esa angustia, paralizante o ligada al narcisismo, tome el estatuto de falta.

Aquí he puesto una interrogación porque he puesto una pregunta para que desarrolle hoy algo sobre este tema del narcisismo o lo hablamos después.

Es decir, qué quiero yo del otro, su falta o que hago yo con mi falta, con mi vida, en la que el otro es fundamental.

Vemos que lo que liga la pulsión con la transferencia es el otro y si no puedo articular nada con el otro entonces no hay elaboración posible.

¿Y qué saber a partir de la falta de identidad característica del encuentro analítico? Aquí hizo una reflexión sobre el concepto de conciencia, que dijo que está pendiente en el psicoanálisis porque siempre hemos hablado únicamente del inconsciente.

Recomendó leer las Meditaciones metafísicas de Descartes donde aparece su famosa frase videre videor. Verse viendo que él la formulaba como verse sintiendo algo que es imposible si el mundo me pertenece. Sólo la distancia respecto al mundo, su pérdida, permite la conciencia. Algo que el psicoanálisis descubrió bajo la fórmula el sujeto es no ante un objeto sino ante la falta de objeto.

Y por último, la pregunta que se hacía es: ¿Qué hago con la angustia del vacío pulsional para poderme dirigir al otro como demanda y deseo? o que el querer vivir se corresponda con una incompletud concreta y con una falta de identidad. Por eso hay que retornar siempre a la relación entre angustia y amor.

El saber que se elabora forma parte de la vida. Del lado del analista es aprender con su vida, con su análisis, con los análisis de otros pacientes, con lo que escucha de cada paciente y con todo eso construye su escucha.

Y del lado del paciente hacer el duelo del objeto persecutorio, es decir la soledad, y tomar la angustia como posibilidad y demanda amorosa frente a todos los juegos narcisistas, una vez más, de destruir al otro como sujeto.

Pues queda la pregunta del narcisismo, pero este es un resumen bastante condensado pero bastante fiel.

 

¿De qué psicoanálisis hablamos? ¿Podemos hablar de un cambio de paradigma?

FRANCISCO PEREÑA: Me había propuesto explicar en esta segunda clase el fracaso de los análisis del lado del analista y del lado del paciente.

Más allá de la cuestión particular de cada analista, querría situarlo en el marco del desarrollo del psicoanálisis mismo. El psicoanálisis que abrió un campo de viabilidad, que es la clínica del sujeto, ¿cómo pudo convertirse en un obstáculo dentro de la clínica del sujeto?

Lo cierto es que es difícil hoy hablar del psicoanálisis porque hay muchos. Durante muchos años el psicoanálisis vivía de la referencia a determinados fundadores, a los padres o amos, o maestros fundadores. Se era freudiano, kleiniano, o más recientemente lacaniano. Esta es ya una época pasada. Ya no hay una figura de referencia. Hoy en día ponerse un adjetivo está un poco más fuera de lugar. Ya en los años cincuenta apareció una corriente que se llama teoría del apego, aunque se debe mucho a Bowlby no supone ya el sometimiento doctrinario a un maestro. Después vino el psicoanálisis interactivo, el intersubjetivo, el relacional, el constructivista… una serie de categorías que respondían al modo de entender la clínica y no ya al modo de adscripción a una doctrina.

No es una mera anécdota. Creo que es un cambio de paradigma. Se haya producido en una época determinada y reciente, o ya estuviera desde el principio -pensemos en Ferenczi que significó un cambio de paradigma ya en el origen mismo del psicoanálisis- ahora es ya una posición dominante. El cambio de paradigma se ha centrado siempre en relación con la transferencia y la elaboración, sobre todo con la transferencia.

El cambio de paradigma era un modo de entender un análisis como un encuentro y con el vínculo que da entonces a la clínica un protagonismo que es muy superior a la doctrina.

La pregunta del clínico es: ¿qué está pasando aquí? cosa que no se plantea el psicoanálisis doctrinario donde ya se sabe todo de entrada, ya de entrada, hay un experto. ¿Qué está pasando aquí y qué estamos aprendiendo? es una pregunta fundamental.

Por eso decía yo que en el cambio de paradigma ya está en juego la relación entre transferencia y elaboración porque está entendido ya el propio análisis como un proceso de formación del propio analista y de experiencia en el que las palabras no son palabras desafectadas que correspondan a un discurso sino que conectan con la afectación o alteración pulsional del sujeto y permite que pueda surgir lo que es el objetivo de un proceso analítico que es la aparición del sujeto afectado. El sujeto de la pulsión. En ese cambio de paradigma el lenguaje se ve fundamentalmente como un acto de habla y no como una combinatoria significante.

 

El cambio de paradigma se refiere a la transferencia y a la elaboración.

La transferencia no debe ser entendida como neutralidad fantasmática en la cual el analista está por encima de lo que está pasando allí, en la que él es el intérprete y el experto. Con lo cual la concepción de la neutralidad del analista se corresponde con el poder del analista y ese poder se sostiene en que él posee el código de lo que sucede en los análisis. La interpretación y la supuesta neutralidad, el analista como amo, van juntos mientras que en el cambio de paradigma la transferencia es un vínculo y la elaboración no se reduce a la interpretación sino que se produce en el encuentro

Lo curioso es que esta versión del psicoanálisis, más vinculada a la clínica, suele ser tildada de sugestión por el hecho de hablar de implicación, de que el analista elabora, de que hay un compromiso terapéutico. Se ha considerado como una sugestión, frente a la neutralidad y el estar por encima de lo que allí esté pasando, pero el concepto mismo de sugestión está ya un poco periclitado y sólo sirve como excusa para asegurar a un experto, o a un poder que si se quita la máscara es simple impostura y simple impotencia.

Entonces todo aquel que se acerca a una concepción más cercana al vínculo terapéutico es acusado de practicar la sugestión. Es una paradoja porque en realidad la mayor sugestión sería la del que se coloca por encima del bien y del mal y no la de quien se compromete con lo que escucha.

Y en última instancia cae en la paradoja de concebir al paciente como un sujeto pasivo, ya sea mediante las interpretaciones descaradamente del kleinismo o mediante el silencio persecutorio del lacanismo. La única actividad queda así reducida a la imbricación del fantasma sadomasoquista con la pulsión. Digo fantasmática en el sentido de que en esa posición del analista lo que está en juego es la primera versión subjetiva de la actividad pulsional que es el fantasma sadomasoquista.

La falta de objeto crea un vacío en la pulsión. Si la transferencia se propone taponar ese vacío, entonces coloca al analista del lado del fantasma sadomasoquista (que es lo que hace el niño: para tapar el vacío pulsional busca la protección en las figuras del cuidado primario que son figuras tanto de protección como de poder y de daño). Si las figuras de cuidado no tienen poder no pueden cuidar. Es la paradoja del conocido síndrome de Estocolmo.

Una vez que el analista tapona el vacío pulsional ya no hay ninguna posibilidad y se producen los fenómenos de adicción doctrinal porque la única relación con el psicoanálisis no es lo que está pasando en un análisis, es la doctrina analítica.

Tanto la posición del analista desde el lugar de amo como la doctrina psicoanalítica cumplen la misma función de taponar el vacío pulsional. Cuando el analista opera en la transferencia como objeto único que tapona el vacío pulsional el análisis está fracasado. Lo único que queda es adherirse al psicoanálisis, no hacer un proceso analítico sino adherirse a la doctrina psicoanalítica que es como se ha resuelto históricamente la relación con el psicoanálisis, bajo distintos modos: desde el más institucional del análisis didáctico al eslogan lacaniano de un análisis produce un analista, etc..

Entonces podríamos decir que el psicoanálisis se divide entre dos corrientes. La primera sería la que podemos llamar la oficial, en la que el inconsciente está ontologizado, es un ente que anda por ahí ya constituido y cuyo contenido son fantasías inconscientes universales de que el analista tiene código, el analista que interpreta esas fantasías universales; y entonces el psicoanálisis se convierte en un universo cerrado y paralelo en el que entra el paciente a formar parte de ese universo que describe e interpreta las fantasías inconscientes universales. Se entra a formar parte de un mundo que no es tu mundo. Es un mundo separado de tu propia realidad.

La segunda, desde la teoría del apego hasta el psicoanálisis más reciente, siempre ha acentuado, ha visto, más la dimensión de encuentro. Las figuras exteriores cobran una mayor importancia frente a las fantasías inconscientes de M. Klein.

El problema como ya he explicado en otras ocasiones, es que en ese camino se pierde la consideración de la pulsión como alteración. Ya he explicado muchas veces la alteración, es decir, alter viene de otro. La afectación del otro está en el corazón de la vida del sujeto y esa dimensión de la pulsión desaparece en este otro psicoanálisis y eso tiene el riesgo de tener que recurrir siempre a lo exterior,a la madre suficientemente buena, por ejemplo, lo que termina dando al sujeto el mismo lugar de pasividad.

Esto está en contra de lo que yo propongo. El sujeto, sea porque el intérprete del código de las fantasías universales lo tiene el analista o sea porque el sujeto es un efecto exclusivamente de las situaciones externas que son importantes, claro, en un proceso analítico, todo lo que le ha sucedido en la vida es de enorme importancia y en eso hay que estar de acuerdo con ese otro psicoanálisis relacional, pero no hay que descuidar que eso es la contingencia histórica de un sujeto activo que tiene la particularidad de constituirse como singularidad con lo que le ha sucedido. El sujeto es activo respecto a lo que le ha sucedido…

Esto es lo que les ha faltado. Y a mi parecer tiene que ver con que el sujeto es tomado como pasivo y así, entregado a la actividad pulsional, a la impulsividad, sea del lado de la agitación o de la inhibición. En la versión más clínica, menos doctrinaria y más clínica, termina también siendo pasivo, porque al no tener esa consideración de la pulsión y del inconsciente, al perder de vista la pulsión y en última instancia el inconsciente, la tendencia es a buscar también una pasividad respecto de lo que le ha sucedido, como si lo que le ha sucedido en la vida no hubiera tenido que ver con él como sujeto. De ese modo se produce una pérdida de la dimensión inconsciente como campo de elaboración y de encuentro, como límite interno y no meramente coercitivo de la pulsión, porque si el inconsciente no es límite a la pulsión, entonces habría que entenderlo más bien desde la posición digamos cognitivista de ciertos automatismos, de ciertos patrones que tú has incorporado en tu vida, pero no hay realmente un conflicto más allá de un aprendizaje o patrón de comportamiento.

La dimensión del inconsciente y la pulsión introducen el ser del sujeto en relación con su conflicto inaugural respecto del trauma, con la experiencia del vacío pulsional y del daño que recibe del otro, como acceso por la elaboración a su particular determinación sintomática.

 

El sujeto del síntoma es un sujeto activo

Mi propuesta ha sido tomar al sujeto activo en su padecer contingente, así como el analista es activo en su escucha. Son los dos sujetos activos. En su escuchar y sentir ante el paciente, la función de contención que hace un análisis nunca es una mera contención exterior. Es una contención a través de la elaboración, es decir, a través del sujeto del inconsciente frente a la contención exterior o a la actividad compulsiva como tapón del vacío pulsional y que en la transferencia analítica se convierte en actividad sádica, es decir, la posición sádica y persecutoria del analista que dicta e impone la interpretación o con su silencio que se hace persecutorio, lleva a que el analista opere de objeto único. Eso impide los análisis.

Antes me referí a Ferenczi, que ha pasado a la historia como inductor del psicoanálisis activo. Desde muy pronto intuyó que había algo en las posiciones freudianas que en la clínica no funcionaban. De hecho no hay más que leer los casos de Freud. Hay una implicación del analista en lo que está pasando en un análisis, no es puramente ni una repetición de la infancia como diría Freud ni tampoco es una pantalla proyectiva como dicen los kleinianos. A mí me parece, sin embargo, que la concepción de la actividad en Ferenczi es muy exterior. El analista interviene demasiado desde fuera más que desde el propio proceso de elaboración en el que está implicado el analista. El analista elabora con el paciente y eso es una formación del analista y un aprendizaje del analista y lo que escucha de un paciente le dispone para escuchar a otro paciente. Es un proceso fundamental del compromiso terapéutico.

Eso me parece a mí que es el fallo de la posición de Ferenczi. Respecto al activismo kleiniano todo está referido al analista, se da una permanente y delirante autorreferencia de todo al analista. Es una locura. Basta leer a Bion o al mismo Fonagy, introducen al paciente en un delirio autorreferencial, de carácter sexual o edípico, que deja asombrado a cualquiera con dos dedos de frente. Uno se queda asombrado de que los pacientes entren en ello. Al infantilizar al paciente, el fantasma sadomasoquista es el primer sostén contra el vacío pulsional pero en última instancia no hay que olvidar que lo que hizo M. Klein ya lo hacía Freud. El kleinismo le dio una dimensión más delirante. Esto, insisto, hay que empezar a verlo del lado del pasado. Afortunadamente, el psicoanálisis es hoy mucho más una clínica que una doctrina. No es la clínica aberrante sometida a doctrina delirante y dañina. Ahora es una clínica que se inspira en los hallazgos freudianos que yo considero, como otras veces he dicho, que son los dos hallazgos fundamentales de Freud: la pulsión y el inconsciente. Por tanto, no es la parte normativa respecto a la diferencia sexual o a la orientación sexual o a la familia o a la sociedad (me refiero al Freud del Complejo de Edipo, del Malestar en la cultura, etc.) y sí una clínica mucho más ligada al proceso de un tratamiento, un trabajo clínico que deja más libre para la atención creativa por no tener la atención ya ocupada con los delirios doctrinarios. Y esto es posible si la inspiración viene de esos dos conceptos básicos de la clínica psicoanalítica que son la pulsión y el inconsciente y no el complejo de Edipo que pretende una normativa social de la sexualidad.

¿De qué se trata en un proceso analítico? Se trata de que aparezca el sujeto como límite interno a la pulsión, frente al empuje destructivo de la actividad pulsional que el sujeto vive como angustia por el vacío del otro en tu cuerpo, es decir, por el desamparo que está en el corazón de la pulsión.

El proceso analítico trata de cómo ligar tu vida al otro ineludible, en suma, trata de la articulación de la demanda inconsciente. Cómo dar al otro el lugar de una falta y no de un objeto persecutorio. Cómo poder soportar la soledad para que esa falta se articule como demanda. Sí, en efecto, el otro aparece como objeto persecutorio puesto que el otro no es un objeto como una silla ni es el objeto la comida ni el órgano sexual, sino el otro. Y así aparecerá en cuanto objeto, en cuanto que se le borra como sujeto sintomático, aparecerá como objeto persecutorio. Entonces, sea que el otro aparezca como objeto persecutorio, o sea que esto no cubra el vacío pulsional y aparezca entonces una angustia que paraliza, en ambos casos la pulsión no tiene límite interno.

El objeto persecutorio no puede hacer de límite a la impulsividad de la pulsión destructiva y desregulada. El mismo objeto persecutorio como tal, es la amenaza de daño. Entonces, el vínculo con el otro se construye con el miedo y la agresividad, cosa que vemos habitualmente, por supuesto en el ámbito sentimental y afectivo, en muchas relaciones de pareja o de padres e hijos. La angustia se transforma en miedo y de ese modo la agresividad se convierte en una constante pulsional y persecutoria.

Se podría decir entonces que en un análisis hay que proteger al paciente del daño que se hace. Con cuánta frecuencia vemos a analistas que se desentienden de ese daño como si no le incumbiera

  1. P. RUÍZ: Si la pulsión no tiene objeto adecuado, ¿ el objeto único sería lo que trata de hacer de objeto adecuado?
  2. F. PEREÑA: Sí, pero como no hay objeto adecuado porque el objeto no es la comida, es la madre, es el otro, para que un objeto funcione como objeto único tiene que ser un objeto persecutorio. No hay otra razón para explicar los vínculos que hacemos los humanos con el daño si no es precisamente por esto; porque el objeto que tapona el vacío pulsional sólo puede ser persecutorio, porque si no lo es no puede operar como objeto único y el otro va a aparecer como otro desamparado. Entonces, no te tapona el vacío pulsional y tienes que enfrentarte contigo y con el deseo, mientras que con el sistema del objeto persecutorio tú construyes un mundo, una compañía constante. El enemigo siempre te acompaña. El amante no te acompaña, el enemigo siempre. Si fabricas un enemigo tienes compañía para siempre. Así lo decía Plutarco: se puede quizás vivir sin amigos pero no sin enemigos.

La política no es más que eso. Cómo crear un enemigo. Es el corazón de la política entendida como espacio de poder. De la misma forma que el corazón del delirio psicótico es el delirio de filiación, el corazón del delirio político es el persecutorio. El corazón del delirio persecutorio es cómo tener un enemigo que te acompañe de por vida. Si hubiera objeto adecuado de la pulsión, si el alimento, la leche o la teta fuera el objeto de la pulsión, entonces no habría problema. El problema es que no lo es y así sólo queda que el otro tome consistencia de objeto como objeto persecutorio.

La pregunta que uno se hace es: ¿cómo proteger a este paciente del daño que se hace y del daño que hace? Mi respuesta es que uno no ejerce directamente la protección del paciente como si éste fuera un radical sin recursos, si lo haces, has taponado el proceso analítico, no crees ni valoras los recursos del paciente.

Uno cuando recibe a un paciente, el que sea, incluso los casos más duros de trastornos del límite, recibe a un sujeto, tú das por supuesto que hay un sujeto que sufre y que quiere aún en su mayor confusión.

Hay un larguísimo poema de Auden, un comentario a la Tempestad de Shakespeare, una de cuyas estrofas termina con la expresión: «Believe your pain». Cree en tu dolor. Cuando uno recibe a un paciente, se trata de que crea en su dolor porque si no cree en su dolor deriva inevitablemente hacia el victimismo y lo persecutorio. Y si el analista no cree en su dolor lo toma por un comportamiento, y entonces vienen las clasificaciones o condenas: es inanalizable, goza con su sufrimiento, etc. (el habitual uso lacaniano del goce se sitúa en los comportamientos, es como un conductismo de mala fe). Si te sometes a ese tipo de transferencia caes en la mayor esclavitud. El que no cree en su dolor se hace esclavo del otro, de la envidia – la vida la tiene el otro, mi vida es despreciable- del odio y la humillación, o si no, el refugio en la propia enfermedad.

Son obstáculos duros. Creer en el dolor de uno es muy importante. El analista tiene que creer en el dolor del paciente que recibe.

Y lo otro es atender y valorar lo que se quiere. Porque lo que se quiere, según este esquema, es tomar el vacío pulsional como falta: yo quiero algo y eso vale en la medida en que lo quiero independientemente de la respuesta del otro. Eso no es el engreimiento. Es todo lo contrario. Esa es la mayor humildad, lo que vale tiene valor porque uno lo quiere no porque uno desprecie el querer del otro.

El narcisismo es, a mi parecer, el mayor menosprecio a lo que se quiere porque en el narcisismo se ejerce una especie de autosuficiencia, pero que crea la mayor dependencia. Y la maestría en determinadas posiciones narcisistas más patológicas, es cómo un narcisista absolutamente dependiente, consigue que el otro se sienta dependiente de él. Sólo el buen narcisista sabe hacerlo, es una maestría pero también una desgracia porque es esclavo de esa dependencia aunque él la tome como autosuficiencia.

Esta es la cuestión: la apuesta del analista es creer en el dolor de quien recibe y tomarlo como una demanda de querer hacer algo con su vida, aún en el supuesto de que el sujeto no sepa ni valorar ese dolor ni creer en ese dolor, ni tampoco valorar lo que quiere, como si su vida no fuera digna de consideración ni de experiencia.

La patología narcisista existe y hay que tener en cuenta los fenómenos del narcisismo patológico. Sin embargo, creo que no hay que abusar de esta cuestión del narcisismo porque elude otras cuestiones como son las del conflicto psíquico que surge de la relación del sujeto con el otro. El narcisismo no es una entidad, es una insistencia del rechazo y de la denegación como maniobra contra la angustia pero que, en la medida en que solicita alguna ayuda, por camuflada que esté, es un intento de articular una demanda que el analista ha de escuchar ante todo. Hay que dejar de hablar de autoestima; habitualmente una mera queja que oculta una demanda de reconocimiento que nunca está suficientemente asegurada. Es un camino que no va a ninguna parte y que el analista no puede suplir tampoco.

El poder querer lo que quieres es lo más humilde que hay, ya que sólo tú lo puedes querer y no puedes apoyarte en nadie para quererlo. La autoestima parece que es entrar en el enorme territorio de la basura de la política del reconocimiento, que rige la vida social o del valor de cambio, por volver al maestro Aristóteles, y abandonar el valor de uso; la relación que uno tiene con lo que le hace o le permite vivir. El analista tiene que valorar lo que quiere el paciente, es un valor interno, sólo vale porque lo quiere. El deseo tiene que ver con la humildad no con la autoestima.

Por eso digo yo que el analista no es cómplice, protector simplemente, valora los recursos del paciente. ¿Y qué recursos tiene? Su propia indigencia, su propia fragilidad. No habría que confundir el poder con la potencia. Eso ya lo decía Aristóteles: la potencia viene del no ser, no del ser. La potencia es el movimiento libidinal, el poder sólo quiere la inmovilidad y el adiestramiento. En suma, que el recurso del paciente viene justamente de su fragilidad, de su debilidad, de su carencia, de su desamparo, de su falta. Ese es su recurso. Cualquier otra inversión en tipos de recursos positivos, lo que llaman la psicología positiva es ir contra el sujeto, contra el sujeto de la pulsión y el sujeto del síntoma.

Esos recursos se movilizan a través de la transferencia y la elaboración. Ahí se va articulando la propia demanda y se va abandonando la posición victimista que sacrifica la propia demanda y la soledad del querer propio y del compromiso, con los sentimientos para asegurarse de la demanda del otro. De ese modo cree acompañarse, asegurar la compañía de la demanda o del reclamo del otro, pero a costa de la soledad del deseo que es lo que abre al encuentro. Lo repito de nuevo: la demanda se dona. Porque sólo desde la fragilidad, desde la carencia, tú puedes dar tu demanda al otro; no soy autosuficiente, necesito o quiero que… Y eso tiene un valor por sí mismo no por la respuesta del otro. No busca el simple aseguramiento, es decir, la manipulación de dicha respuesta.

 

El analista como obstáculo.

Por resumir finalmente la cuestión del psicoanálisis como obstáculo, podemos recurrir a los caso de Freud. Hoy parece que se ha levantado la veda de la crítica a los casos de Freud. Podemos decir que ya era hora. Pero no se trata de escandalizarse, sino de aprender a dejar una clínica doctrinaria que sólo pretende aplicar una doctrina que fue apertura y en la clínica es sólo obstáculo. Y así vemos el ridículo de Freud; está endilgando doctrina a los pacientes que no tienen ni idea de lo que este señor les está diciendo. A Dora viene a decirle algo así como yo sé lo que le pasa, usted no tiene ni idea pero yo lo sé perfectamente. En verdad uno no sabe lo que le pasa al paciente por mucho que esté implicado en el proceso de elaboración, sólo lo va sabiendo en la medida en que elabora lo que escucha. Igual le pasó con el hombre de las ratas o con el hombre de los lobos. Es curioso además que las interpretaciones en Freud vayan del lado de la sodomización del padre. Es una cosa curiosa, con Juanito es lo mismo, el delirio sobre el tamaño del pene, etc… Estas fantasías freudianas con los pacientes sobre la sodomización del padre es, a mi entender, la expresión de una cierta intuición freudiana del fantasma sadomasoquista. Yo dediqué una parte de mi libro Fragmentos de la vergüenza a desmontar el delirio del sueño del hombre de los lobos. El mismo Freud se lo cuestiona en el capítulo Einige Diskussionen, a partir del cual hace la primera formulación del concepto de construcción. Se da cuenta de ese delirio de sodomización, intuye de algún modo que lo que hay detrás es el fantasma sadomasoquista. Él no sabe nombrarlo. Lo analiza mucho mejor en Se pega a un niño pero, sin embargo, en los casos clínicos no se entera bien. Ilustra de todos modos cómo el analista se convierte en obstáculo radical para un análisis cuando crea interpretaciones delirantes. Y es un obstáculo porque lo que hace es poner en la escena transferencial el propio fantasma sadomasoquista que da al analista el lugar del sodomita .

¿Cuándo se cuestiona esto? Aparte de los intentos de Ferenczi, es sobre todo a partir del psicoanálisis con niños. Está en juego la formación, el proceso de construcción de la subjetividad. Ahí es más difícil mantenerlo, el analista ya no se puede colocar tan fácilmente en el lugar del sodomita. Sólo un niño podría decirle a M. Klein; no diga usted esto que está el jardinero y como la escuche va pensar que usted está loca. El niño no ha construido aún todo el discurso del sometimiento como protección del miedo.

  1. P. RUÍZ: Y, como decía Anna Freud y en esto llevaba razón, para objeto único ya están sus padres. Anna Freud lo decía en ese sentido. Que la relación de dependencia de este tipo, la tienen con los padres y no la tienen con el analista. No la aplaudo yo en lo de objeto único, lo que decía es que no podían depender del analista porque ya dependían de los padres. De ahí deducía que no podían establecer transferencia.
  2. F. PEREÑA: Pero esa posición de Anna Freud lleva a eliminar la posibilidad de un análisis con niños. Y eso debido a esa consideración de la transferencia como sometimiento a la autoridad del analista y no como elaboración, como encuentro que moviliza el proceso de elaboración. Para M. Klein, por el contrario, se trataba de inducir al niño en su delirio interpretativo. Pero como los niños se mueven con cierta soltura en el campo de las fantasías, por lo menos son menos proclives al dogmatismo delirante de las interpretaciones.

En ese sentido decía que ha sido siempre el psicoanálisis con niños quien ha abierto otra dimensión del analista. El problema del psicoanálisis kleinano es que por un lado se propone la contención del objeto persecutorio pero, por otro, está fabricando todo el tiempo delirios persecutorios, fantasías persecutorias que a la vez quiere contener. La versión de ellos es: lo que yo hago es de pantalla, yo no estoy creando la persecución, yo hago de pantalla donde el niño proyecta eso.

Es lo mismo que podía decir de Freud respecto del fantasma sadomasoquista. El kleiniano tiene una intuición del fantasma sadomasoquista y lo convierte en mera proyección de fantasías universales. ¿Cómo contener el objeto persecutorio? Es la pregunta de los kleinianos, ¿Cómo lo contienen? Hablan de reparación del daño y de la propia proyección sobre el analista que opera como contención.

Eso después se modificó. El propio Winnicott muy pronto utilizó el término holding que es un modo de acogimiento, sostén. Hay un espacio de acogimiento que ya está más directamente vinculado con la idea de elaboración.

Pero volviendo al asunto de los analistas, el error que puede cometer el analista es colocarse como tapón del vacío pulsional. Eso hace imposible un análisis. Frente a eso, lo que propongo es un analista implicado en la escucha y en la elaboración y así abre un espacio creativo. Es lo que llamo atención creativa. Es un espacio de producción. Ahí donde el sujeto aparece más allá de su identidad colectiva o de su identidad familiar, social, etc., aparece como sujeto del síntoma que no es el sujeto de la identidad. Este es el campo creativo de un análisis. Creativo en el sentido de la elaboración. Lo creativo desde el punto de vista artístico es un producto… pero en fin. Es creativo porque tiene que crear un modo de hablar de algo que no está codificado en el lenguaje de las identidades sociales.

Y eso hay que preservarlo frente a no proponerle otro código, como hacía el kleinismo o el psicoanálisis ortodoxo oficial en todas sus corrientes, que era crear el otro código sustitutivo, el de la secta psicoanalítica. No se trata de darle un código de la identidad sino proponerle un espacio donde la elaboración sea creativa, va a decir, va a buscar la palabra que hable del sujeto, no de su identidad.

Y eso es lo que va a permitir, con todo lo que ya he explicado, que se cree un límite al daño de la pulsión, a la dimensión destructiva de la pulsión. La posibilidad, en suma, de articular tu demanda a la demanda del otro que es lo que le va a permitir vivir desde su carencia, desde su falta, pero no a merced de la esclavitud del objeto persecutorio por mor de una identidad.

La cuestión no es procurar al paciente una nueva identidad, un nuevo lazo social o un nuevo amor, como se suele decir, sino favorecer el duelo de la identidad y del objeto persecutorio. Hoy día ya resulta ridículo nombrarse como kleiniano o lacaniano o freudiano. Ya no hay amos de referencia. Eso ha producido un cierto desconcierto en el ámbito psicoanalítico. Pero ya no hay vuelta atrás. Ha habido un giro copernicano al respecto. Pero estamos pendientes de construir los modos de transmisión de la clínica. El enorme acerbo, el extraordinario potencial creativo que observamos en la clínica, necesita de encontrar las formulaciones que permitan su transmisión. Esa es la tarea fundamental del psicoanálisis hoy. Me gustaría estar contribuyendo a ello en la medida de mis posibilidades.

Las dificultades del lado del paciente.

Por último, nos queda hablar de los pacientes, de las dificultades del lado de los pacientes. Hay muchas. Después de lo que he dicho cabe deducir que es muy difícil curarse porque nadie quiere estar solo. Curarse tiene que ver con la soledad. Porque si tú quieres algo, deseas algo, estás solo, eres tú quien quieres y quien duda. En ese instante no sabes del otro a quien te diriges. El recurso a la queja es para no estar solo, mientras que no quejarse es quedarse solo. Si tú abandonas el objeto persecutorio te quedas solo.

Tienes que hacer del vacío pulsional una falta, sino, te mueres o es un permanente sin vivir. Pero la compañía de la queja es muy cómoda. Esa es una dificultad inherente al análisis, pero más allá de las dificultades de un proceso analítico en su desarrollo final, en su relación con la soledad, hay que referirse a la cuestión de cuándo un proceso analítico está imposibilitado en sus comienzos.

Siempre podemos pensar en el Yo y sus defensas. Es verdad que, de entrada, muchos sujetos vienen muy del lado de sus defensas, es decir que son muy obedientes pero no pueden ser interpelados. Piden ayuda pero no pueden escuchar. Quieren entender pero no se puede entender sin escucha, sin dar un lugar al otro. Siempre pendientes del juicio, hacen del otro un inexistente real. Y así, atemorizados, no se pueden cuestionar. Se colocan ante el analista como seres indefensos que demandan un consuelo, una protección que los reconforte.

Es un problema para algunos sujetos. El analista debería tenerlo muy claro porque hay un cierto vicio en la clínica psiquiátrico/psicológica donde el psiquiatra normalmente lo que hace es consolar al paciente: no pasa nada, tómese esto y ya pasará. En realidad, así encubre el “psi” su propia impotencia. Quieren colocarse de expertos y ya no saben cómo continuar. Hay que incorporar al paciente a la dificultad del trabajo, a que es un trabajo en el que él es parte activa. Entre ambos hay que aprender e indagar cómo abordar el sufrimiento subjetivo. Sino, invalidamos al paciente, lo situamos sin recursos. Eso ha viciado las demanda de análisis, el colocarse en el lugar del experto, es decir, del impostor. El sujeto tiene como tal una gran potencialidad, ha de creer en su dolor y valorar lo que quiere.

Esa potencialidad no se puede quitar y, como afortunadamente ya nos basamos más en el inconsciente y la pulsión que en el complejo de Edipo y las consiguientes normativas, ya no cabe el orientarle ni sobre su sexualidad ni sobre el contenido de sus deseos. Somos más libres y él también.

A un paciente hay que darle la libertad de que él pueda usar su propia debilidad como recurso. Una posición muy cerrada al respecto lo impide y va unida a la cuestión de lo que llamo recuperación narcisista; el que el otro acude en su auxilio para recuperar su narcisismo (o ese nombre nefando de la autoestima). Repare mi herida narcisista. Cualquier fisura o indigencia narcisista puede ir unida a una tozudez en reclamar inmediatamente que esa brecha sea taponada, en vez de abrir ahí la pregunta por el sujeto del síntoma.

Y así vemos sujetos que tienen una discusión banal con su mujer o con su marido y se desvitalizan. O profesores que han tenido un revés en una clase ante un estudiante, un alumno y se desvitalizan. Esta necesidad de recuperación narcisista permanente es un serio obstáculo porque, entonces, en vez de cuestionarse como sujeto están más pendientes de ser reparados de su herida narcisista.

Es al sujeto al que hay que referirse siempre en un análisis porque es lo que puede darle la dignidad a ese sufrimiento. Nunca el analista puede hacerse cómplice de la demanda de reparación. Es aniquilar una opción de sujeto que puede ser fundamental en su vida. En muchos de estos casos la dificultad está más bien en la posición del analista.

Y después está todo el campo de lo que llamo trastornos del límite. Los llamé así, como sabéis, porque lo que está en juego es precisamente que opere el límite interno de la pulsión, el límite del inconsciente, para lo que se requiere que pueda haber articulación de la demanda inconsciente.

Me pregunto si en estos casos hemos de hablar más que de un diagnóstico de una dificultad terapéutica. Quizás ambas cosas. Cuando yo empecé hace años a trabajar este tema de los trastornos del límite, lo abordé desde su dificultad terapéutica porque es como si el sujeto se anulase para taponar el vacío pulsional. Y así se hacen insensibles, sin capacidad de discriminar sus propios sentimientos y sin enterarse de lo que viven, como si no hicieran experiencia de lo que les sucede.

Es un drama. No quiero homogeneizarlos a todos. Ya sé que esto es el uno por uno. Cada caso es una apuesta que hay que hacer, pero siempre se observa esa falta de conexión con el otro. En la relación con los otros, o pasan desapercibidos o no transmiten. A lo más, hacen reiterados pasos al acto de los que ni se enteran y que desconcierta sobremanera a los demás. Los recuerdos, cuando los hay, son escenas externas y en los que no hay transmisión de ninguna experiencia. Te pueden contar un recuerdo y nuca sabes dónde están ellos.

Es un vacío que solamente pueden soportar con la insensibilidad, o con la hiperactividad o la desatención. Los trastornos del déficit de atención, ese cuento que ahora se han inventado para psicopatologizar la infancia, cuando son realmente graves, tiene que ver con esto. Pero esto del TDA-H hay que tomarlo con cautela porque es un disparatado abuso diagnóstico.

Los abusos doctrinarios son probablemente menos dañinos. Todo el mundo tiene derecho a contarse su batalla como quiera. Cataluña la suya, Madrid la suya, todo el mundo se cuenta su batalla. El problema es el daño clínico que se puede producir con tanto abuso diagnóstico, en un terreno donde hay que privilegiar por encima de todo la clínica del sujeto.

En este tipo de dificultades, aparte de la insensibilidad o confusión, hay que prestar atención a la desvitalización que se corresponde con la falta del sentimiento de pérdida. El vacío pulsional en esa posición tan desvitalizada se quiere tapar con la insensibilidad, no tiene estatuto de falta y, por tanto, no hay deseo que articule una demanda y que introduzca el límite interno de la pulsión, como falta y como deseo.

Este es un campo realmente difícil y nunca uno debe refugiarse en las causas sociales. No porque no sean verdaderas sino porque nuestra apuesta es por el sujeto del síntoma que está más allá de la identidad social. Es del todo cierto que esto de la insensibilidad y de la falta de experiencia, se corresponde con un tipo de sociedad en la que la información opera como aislamiento de la vida y de su experiencia. La información nos impide la experiencia y el aislamiento. La noticia periodística más terrible, como los refugiados bajo la nieve, por ejemplo, inmediatamente se olvida. No hay experiencia. Se banaliza. Son superficiales. Un periódico habla de lo que le da la gana sin saber de ello. La política hoy día es inevitablemente disociativa. Un político miente y sabe que miente pero también se lo cree. Ambas cosas a la par. Es una posición disociada. Es decir, no es sólo la denegación, es un paso más allá. Es una disociación. Yo les miro, les oigo. Ese señor tiene que saber que está mintiendo, pero no hay que ser ingenuo. Lo sabe y no lo sabe a la vez. Es un mecanismo disociativo. Todo esto evidentemente favorece la expansión de los fenómenos clínicos de los que hablamos.

Por otro lado, está el moderno concepto de individuo que va a la par del de ciudadano. Hace años ya dediqué unas clases a la diferencia entre individuo y sujeto. El sujeto es el del síntoma. El sujeto del reconocimiento que se juega en la identidad colectiva no es propiamente un sujeto, es un ciudadano que, al privilegiar al individuo como entidad autónoma, favorece la hostilidad, la indefensión, el miedo. El individuo, ese conglomerado de sumisión, miedo y hostilidad, es un producto específico de la modernidad.

Todo esto no favorece la elaboración, favorece los pasos al acto y entremedias una desconexión hostil y dañina, una inhibición que le impide un modo de sentir la vida y tener su propia experiencia de ella. Tengo el caso de un sujeto que hace un esfuerzo sobrehumano para conectarse pero le resulta imposible, siempre le están cambiando de trabajo, haciendo esfuerzos sobrehumanos para encontrar nuevos trabajos, mantenerlos un poco de tiempo… es un caso de enorme dificultad. Qué hacer resulta difícil. Se requiere paciencia y, sobre todo, incorporarlos al problema para ir buscando el momento de determinadas reacciones que expresen el conflicto psíquico, el punto sintomático en el que pueda aparecer el sujeto fuera del paso al acto. Ese trabajo pasa por el cuidado con la discriminación de los sentimientos con el fin de que puedan darle un lugar al otro y verlos así en su condición de sujetos y no de mara y constante amenaza.

No me detendré mucho en la cuestión de la psicosis. Mi posición ha sido aprender de ellos. Diría que es el movimiento contrario a lo anterior. Aquí tienes que exponerte a aprender de lo que en verdad no sabes. Te enseñan mucho sobre lo que es el hombre. De ellos he aprendido, por ejemplo, que el delirio político es un delirio de reconocimiento, un delirio persecutorio.

Desde el punto de vista del tratamiento en el ámbito de la Salud Mental pública sigue existiendo el reto de una asistencia que deje espacio a la clínica. Sí, hoy sabemos que la psicofarmacología tiene fundamentos muy poco, digamos, científicos, que como remedio a la “enfermedad” son una estafa mercantil. Eso debe tener consecuencias en el proceso de encontrar nuevos modos de acogimiento de los sujetos psicóticos, que ni suponga abandonarlos ni tampoco anularlos como sujetos. Creo que sigue siendo una cuestión pendiente, sin olvidar el descaro de los gobernantes, su indecencia y su miseria moral en este asunto.

A mí me produce una cierta pena porque la reforma psiquiátrica abrió una enorme posibilidad al tratamiento de los psicóticos. Creo que se abrió una gran posibilidad respecto a abrir espacios sociales donde los psicóticos puedan sentir una cierta pacificación y todo eso fue destruido de manera implacable sobre todo por este infame Gobierno del PP. Toda la dimensión clínica se entregó al disparate de la medicación como única salida.

Entonces, digo y repito, que el delirio es un fracaso de conexión con el otro. Está construido para conectarse con el mundo y es a la vez la expresión del fracaso de esa conexión. Pero ahí está el sujeto psicótico y hay que escucharlo. Hay que estar ahí, en la búsqueda de las palabras con las que el sujeto psicótico pueda expresar su dificultad.

 

Debate.

P.RUIZ: Muchas gracias. Voy a hacer una pregunta y también un comentario sobre uno de los pasajes de tu exposición.

Cuando hablabas del psicoanálisis oficial o clásico y del otro psicoanálisis que ya es más libre porque no se reduce ni a la normativa de la diferencia sexual ni al abuso interpretativo del Edipo y que eso ha venido muy al hilo de la clínica infantil, hablabas de cómo Freud, M. Klein o algunos otros tenían la intuición de que algo del fantasma sadomasoquista estaba en juego y lo ejercían con sus interpretaciones, pero tú decías que algo por ahí intuían de lo que estaban haciendo. Algo también estaban intuyendo, sobre todo Freud en Pegan a un niño, de esa primera versión del otro que es una versión sadomasoquista; el otro tiene un poder al que me tengo que someter para que me pueda proteger. Estamos hablando de la primera versión del otro que puede tener la dependencia infantil: Le doy poder. Yo me someto pero a cambio me protege.

Es algo que se reproduce en el análisis. Aparece alguien, un sujeto que sufre y que pide que se le acoja en su dependencia y en su desamparo, por lo tanto se reproduce esa figura del otro y el peligro es ejercer de amo para que se someta el paciente, desde el abuso interpretativo de la doctrina o el yo sé lo que te pasa que sería no creer en su dolor -por lo que has dicho tú- y ser lo más contrario a una supuesta neutralidad y convertirse en un objeto único y persecutorio por eso mismo. Porque hablaba yo de los padres como objeto único en el sentido de esa primera versión de la dependencia infantil.

Tú a eso contraponías otro psicoanálisis; el que podemos estar hablando, también hoy, referido a que la transferencia es interna o forma parte de la elaboración y en un momento has hablado de parte del analista y de parte del paciente. De la parte del analista que no sea ese objeto único y del paciente que se cuestione por su síntoma no? Y en un momento determinado has hecho mucho hincapié en que un paciente o cualquier sujeto en su deseo está solo. Porque nadie te acompaña en tu deseo. Es decir, el deseo y la soledad es prácticamente lo mismo en ese punto no?

  1. F. PEREÑA: Sí, es el punto de partida.
  2. P. RUIZ: Yo estaba pensando que cuál sería el lado del analista, porque ya no tiene ni el código interpretativo ni la supuesta neutralidad ni el atrincherarse en la doctrina ni en la adhesión institucional. El creerse que eso a mí me protege, sino que se queda sin poder decir yo sé lo que te pasa de entrada implicándose en la transferencia. Tú hablabas de la atención creativa. Pero ahí está también bastante solo, Se trataría por lo que estás diciendo, que esa soledad estaría tanto del lado del paciente como del lado del analista.

Si he entendido bien la atención creativa es que el analista (como tú has dicho, su formación, lo que ha escuchado de sus pacientes, su propio análisis, pero desasistido de ningún código, de ninguna legislación normativa se la llame edípica o se la llame de cualquier otro modo) está solo. Lo que quiero decir con esto es que el paciente está solo, pero el analista está igualmente solo ahí. No le asiste, no le ayuda nada. El sostener ese lugar no es fácil.

  1. F. PEREÑA: Sí, es muy difícil para un analista sostener la impostura. Eso tiene consecuencias. Es verdad que tú, refugiado en una secta, tienes la impostura pero desde el punto de vista de la clínica es un coste muy grande. Es decir, se está muy solo a veces. Es también una compañía desde la soledad como sucede en todo vínculo afectivo que no sea un daño y a mí lo que me parece terrible, durísimo, son los analistas que se amparan y viven en ese doctrinarismo y que tienen que ver pacientes diarios. ¿Cómo? ¿Qué hacen con su impostura? Eso a mí me parece durísimo. Es peor que la soledad. Para la clínica la libertad, la libertad te permite escuchar a un paciente y lo otro te lo impide. ¿Qué haces ahí? ¿El paripé todo el tiempo? Una vida consagrada al paripé no hay quien la aguante. Si es alguien que no ve pacientes es más fácil.

PARTICIPANTE: Pero respecto a eso, yo creo que, incluso lo que estábamos hablando, cuando logro transcender la queja, el separarme de la queja, aceptarla y aceptar estar solo… Entonces, el analista que acepta estar solo, que no se detiene en la doctrina o en una teoría o en que tengo el saber, que casi sería para él un objeto único para no sentir al paciente con el que no sé qué hacer. Entonces si acepta esta soledad está en mejor posición para ayudar al paciente. No tanto decirle; el camino que tienes que hacer es este sino quizás en el sentido original de que el paciente no idealiza al terapeuta pero ve un camino que puede transcurrir, como cuando decimos pues esta persona ya lo ha realizado, entonces, yo puedo realizarlo también y encontrarme en mi soledad y poder ser libre en ella.

  1. F. PEREÑA. Por supuesto.

PARTICIPANTE: ¿Cómo los analistas o muchos analistas han llegado a coger tantos vicios por decirlo así, por adoctrinarse? A veces la teoría o distintos saberes como que a uno le dejan ahí atrapado, como que hay muchos analistas con muchas maneras de ejercer el psicoanálisis donde mucho supuestos analistas estarían en esa posición.

No sé si tendríamos que hacer una estadística en los tiempos que corren…,  un paciente, una persona quiere buscar un analista y cómo de fácil o de difícil lo tiene para realmente encontrar un analista.

  1. F. PEREÑA: Ahora es más fácil. En mi época era muchísimo más difícil. El psicoanálisis era aparte de carísimo, costaba literalmente una fortuna, era un poco ridículo y muy sectario. Había que ser lacaniano o freudiano o kleiniano, era un delirio de filiación. Y como decía Ignazio Silone: es muy fácil entrar en el partido pero muy difícil salir del partido. Cuando tú encuentras un delirio de filiación es más difícil desprenderte, es más fácil con el mero delirio persecutorio. Puedes cambiar de enemigo pero es más difícil cambiar de familia. Ahora el psicoanálisis es más libre. Ya no funciona el que si no asientes a la doctrina eres un traidor o si buscas tus propias formulaciones es que quieres convertirte en jefe de una nueva secta. ¡Qué horror!

TEO FIUNTE: Quería hacer un inciso breve sobre lo de la escucha creativa porque es el único lugar posible de hacer un trabajo de análisis que se escape de la rejilla del doctrinarismo o las institucionales. La pregunta que se me ocurre es ¿cómo se hace eso? Supongo que pasa por escuchar la repetición sintomática. Esa es la pregunta, pero cuando todavía no ha aparecido la repetición sintomática y la transferencia está en el esquema sadomasoquista no sé muy bien cómo puede darse ahí la escucha creativa. Porque por lo que has dicho habría como dos momentos de la transferencia: uno cuando entra en juego la elaboración y entonces hay elaboración de la transferencia, pero hay otro momento donde todavía no hay elaboración, el paciente está en la denegación y entonces ¿qué escucha se puede hacer ahí?

  1. F. PEREÑA: Me he referido sobre todo a dos momentos en la historia del psicoanálisis. Un analista recibe a un paciente y su posición no se coloca del lado del fantasma sadomasoquista de entrada. Su escucha no sabe lo que va a pasar en ese encuentro. Entonces está a ver qué pasa. Está atendiendo a lo que está pasando. Así de sencilla es la atención creativa. Es verdad que no es una posición pasiva. Tú estás escuchando con lo que has aprendido, con lo que has escuchado de otros pacientes, con tu análisis… estás en una posición a ver qué escuchas y a ver qué pasa aquí. De entrada no son dos momentos. Hay un proceso del lado del paciente… pero la posición del analista de entrada es esa. No es que haya dos momentos de la transferencia.
  2. T. FIUNTE: Quizás me haya expresado mal, yo estaba pensando que hay un proceso en el paciente donde está más del lado de la repetición compulsiva. ¿Qué se puede escuchar ahí o cómo se puede incidir ahí para que esa repetición compulsiva pasarla a otra cosa?
  3. F. PEREÑA: Tú, como analista, te interesa el sujeto del síntoma, buscas ese momento el que tu escucha te permita dirigirte a él, porque tu apuesta es por la elaboración y porque surja el sujeto del síntoma. Tu apuesta es por la elaboración. Incluso cuando te ves llevado a poner el límite externo es para posibilitar que aparezca el interno. Es contención externa pero para abrir otro espacio. Eso es la atención creativa.

                                     Final de la segunda parte.

         Transcripción y adaptación: Oscar López.