Elaboración y transferencia (3ª parte)

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Tercera parte de la intervención de Francisco Pereña en el seminario de Piedad Ruiz “Huellas del Psicoanálisis en el pensamiento contemporáneo” sobre elaboración y transferencia donde se aborda fundamentalmente el tema del trauma y la elaboración.

 

Entonces nosotros no podemos tomar nunca a un sujeto que se dirige a nosotros del lado de su imposibilidad de vivir. Por una razón muy sencilla, porque no se dirigiría a nosotros si hubiese conseguido dar a la imposibilidad de vivir el estatuto supremo de la certeza de lo necesario. En la medida en que su dirección es a un otro contingente, no exactamente coincidente con el daño, el mundo no está concluido. El problema del daño traumático es que ese daño haga conclusión del mundo o cierre del mundo.

 

TRAUMA Y ELABORACIÓN

 

Piedad Ruíz. Gracias una vez más a Francisco Pereña por estar aquí y responder a algunas preguntas que han surgido alrededor del tema que desarrollamos este curso.

Dado que, tanto en tus libros como en muchas de tus intervenciones en seminarios de formación, tomas como punto de partida para entender la demanda inconsciente el concepto de vacío pulsional, creo que sería útil volver sobre ambos concepto, ya que el tema sobre el que quisiera debatir así lo requiere. Me refiero a los efectos que las experiencias traumáticas pueden tener en la elaboración, es decir, cómo esos efectos pueden dificultar e incluso impedir en muchos casos la elaboración.

En primer lugar, ¿se podría decir que la demanda inconsciente por sí misma -tal como tú la formulas- sería ya una elaboración? Es decir, un trabajo inconsciente a partir del vacío pulsional que prefigura de algún modo la determinación sintomática de cada sujeto. Y hablo de elaboración porque muchas veces hemos hablado de que esta demanda posibilita la construcción de la ambivalencia (o del fantasma sadomasoquista, otro modo de formularlo) y, por tanto, lo que tú has llamado de manera esclarecedora en tu último libro Repetición e historia un «duelo interno». Un duelo interno que ya no es el duelo por una pérdida externa ni es el duelo como se ha podido entender clásicamente, sino que se trataría del hecho de querer vivir o convivir con la decepción, subrayando querer. Me parece muy importante para la clínica, ya que planteas que sin ese duelo interno la angustia no tendría otro destino que la agresividad o el rencor.

Pero insisto: ¿cómo inciden las experiencias traumáticas tempranas en la posibilidad de  elaboración? Hay casos en los que la angustia es una pura afectación y ni siquiera se puede configurar como un sentimiento, en cuyo caso sólo se producirían pasos al acto sin ninguna elaboración sintomática.

 

Francisco Pereña: Para introducirnos en este asunto del trauma es importante estos dos conceptos que he trabajado. Me refiero a la demanda inconsciente y al vacío pulsional.

Una manera de definir el trauma en términos generales es la vida como imposibilidad. Eso es un efecto del trauma. La vida se hace imposible. De hecho cuando hay algo traumático la expresión coloquial es: eso no es posible.

Esa expresión cobra todo su sentido en relación a lo traumático, pero ahí lo importante es ver cómo se introduce en la vida de los humanos la cuestión de la imposibilidad y la de la posibilidad, porque hablar de lo posible o de lo imposible es hablar del sujeto. Para Aristóteles lo imposible es lo que no puede ser. Sin embargo, en la clínica lo primero que nos encontramos es con lo imposible. Si lo imposible sucede entonces ha de ser l menos un imposible que deviene contingente, algo que en su puro acontecer, sin ley, es un imposible que excluye lo necesario, no como lo que no puede no ser sino como lo que es a la vez que no puede ser. Para eso hay que entender cómo se introduce lo imposible desde el punto de vista psicoanalítico, de la clínica.

Lo del vacío pulsional tiene que ver con esto. Lo que hace la pulsión, lo que yo llamo el Faktum pulsional, es la quiebra de la necesidad, entendiendo lo necesario como lo instintivo. Lo necesario es aquello que no admite equivocación, que es cierto e imperturbable. Pero el humano nace sin certeza alguna, quiero decir saber vivir, está condenado al no saber y así al error, lo que los griegos llamaban la amartía.

Esa introducción del no saber vivir en el organismo humano introduce la dimensión de lo imposible en el corazón de lo necesario o por lo menos como quiebra de lo necesario, de ahí  lo de querer vivir (juego de palabras nietzscheano con el alemán, con el verbo wollen, querer, y el sustantivo Willen, voluntad), porque lo que está en juego es que si no sabes vivir, la vida es un querer vivir, no un saber vivir. Nadie sabe vivir, cada uno vive porque quiere vivir.

Esto es para situar un poco la cuestión de lo imposible. Digamos que ese es el marco de lo traumático. Todo el mundo nace sin saber vivir. Entonces hay una angustia básica -se puede llamar angustia traumática básica o fundamental como la llamaría Freud- conforme a la cual el niño es un desamparado que no sabe qué hacer, no sabe vivir.

Entonces el problema es que se dirige al otro para vivir o para que le oriente en el saber vivir. Por eso digo que el otro está en el corazón de la pulsión, estoy aburrido de decirlo tanto, pero es así, la vida sólo se sostiene en esa dirección al otro.

Ahí es donde sucede el daño traumático. Si esa dirección al otro está dañada, puede estarlo  de muchas formas. Fundamentalmente está dañada porque no hay acogimiento.

Pero el acogimiento no hay que entenderlo como una posición secundaria a algo pulsional previo, como hacía el kleinismo clásico. Al estar el otro en el corazón de la pulsión, la dirección al otro está en el hecho pulsional mismo. Entonces, si esa angustia es acogida por el otro o no es fundamental en la historia de la vida.

Entonces para que haya daño traumático tiene que haber un daño que viene del otro. Entendamos bien esto: algo del otro no recibe el niño. No algo meramente externo, sino la propia subjetividad, por ejemplo, de la madre, puesto que no cabe acogimiento si no va más allá de la mera alimentación, por ejemplo. Tiene que estar en juego los sentimientos y la propia relación con la angustia de la madre. Es habitual que el bebé reciba daño. Ese daño forma parte del extravío del vivir y del ineludible trabajo psíquico, digamos de elaboración, con el que va a ir creando un vínculo, complejo y contradictorio, con el otro en el que empleamos la vida, en esa retahíla de amores y odios que da un peso enorme a lo que se vino en llamar ambivalencia. Pero ciertamente cuando hablamos del trauma, de manera más concreta y específica nos referimos a sujetos dañados de una manera tal que hacía difícil la ambivalencia a causa de la desnudez del daño, como si se tratara de un daño devastador que es como un hecho que se confunde con el vivir mismo. El otro toma un estatuto de certeza por el daño. Se ha recibido un daño que muestra la certeza del mal, de lo que por humano va más allá de lo humano. Qué hacer con eso es lo difícil, ¿cómo cabe ahí la elaboración?

Hay quien vive ese daño traumático de tal manera que es la única verdad, como certeza, de la vida. No es la certeza psicótica. Hay una diferencia entre el daño traumático y la vivencia psicótica del vacío pulsional. En el corazón de toda psicosis está la melancolía, en el corazón de las experiencias traumáticas está el daño radical del otro. No es exactamente lo mismo.

Los sujetos más dañados subjetivamente son aquellos para los cuales fuera del daño traumático no hay nada, el resto está desvitalizado, de manera que establecen una especie de certeza según la cual el daño recibido es tan cierto que el resto es mentira. Es como el axioma de la imposibilidad de vivir.

Hay pacientes para los cuales lo que no es trauma no sólo parece una farsa sino que cualquier alusión o versión de la demanda amorosa es como una broma de mal gusto.

Estoy pensando en un caso muy concreto para quien la única realidad es la certeza del daño recibido. Incluso cuando consiguen cosas se ven impulsados a destruirlas, como si no pudieran recibir nada de los otros, a lo que, por otro lado, no hacen más que reclamar o denunciar. Tienen una fidelidad impresionante al daño traumático.

En esos casos, uno se pregunta cómo sobreviven, qué recursos psíquicos tienen para sobrevivir. Es como si la firmeza del daño tuviera un cierto estatuto de recuperación narcisista. Pero no les queda más que el odio. Sólo pueden odiar y dañar, bajo el modo de ser dañado dañan. Todo el que se acerque a ellos, por buena voluntad que ponga, va a salir dañado, aunque sea por el desierto en que colocan el vínculo afectivo. Es el empeño en mantener la relación únicamente como imposible. En concreto me refiero a alguien que tenía en efecto una relación, pero claramente se había asegurado de que fuera imposible. Es un desafío, es vivir la vida en su estricta imposibilidad.

Es verdad que el daño está en toda vida infantil. Te has referido al fantasma sadomasoquista. Es importante.  Has hablado de ambivalencia. El fantasma sadomasoquista es el fundamento de la ambivalencia.

En el proceso de subjetivación se da siempre la Versagung, término que Freud usa siempre en el horizonte o perspectiva de la pulsión y no como en la referencia edípica. Significa en alemán que algo no va. Lo suelo traducir como decepción o como la insatisfacción inherente a la pulsión.  Es un término muy preciso para nombrar la pulsión como quiebra de lo necesario o como quiebra del saber vivir. Entonces, repito, nadie sabe vivir. La vida no marcha para el humano. Para el animalito si marcha bien, pero no para el humano.

El fantasma sadomasoquista construye un otro poderoso, dañino pero protector. Esta es la base de que el fantasma sadomasoquista funcione en la construcción yoica como vínculo satisfactorio y como capacidad de construcción narcisista, no es como otros casos muy dañados donde el yo está construido sobre la insensibilidad. Está la alexitimia donde hay sujetos que viven la unidad yoica en la medida en que son insensibles. Ahí podríamos hablar de lo disociativo en relación directa con la insensibilidad. En realidad no disocian sino que no hacen experiencia de lo que les acontece. Cabe entender entonces la disociación como ese mecanismo que se observa, por ejemplo, en el niño y por el cual el niño está fuera de lo que le sucede, como si fuera un observador paralizado de lo que le sucede. Esto se da como defensa ante algo que adquiere, por esa imposibilidad de estar allí, en lo que sucede, carácter traumático. Con la ambivalencia en efecto el niño va a ir encontrando la forma de estar en el vínculo y, por tanto, en la experiencia sin tener que anularse.

En el fantasma sadomasoquista existe el daño del otro como sadismo, pero está en relación con la protección del otro. Este es el fundamento de la ambivalencia. Merece la pena mantener este término porque cuando la clínica ha olvidado el concepto de ambivalencia o similar ha entrado en ciertas derivas sádicas como es el llamado deseo decidido o el acto puro. Son derivas sádicas en la medida que tú eliminas la ambigüedad, la ambivalencia de tu propio deseo que consiste en querer pero no apropiarse, querer y no querer. Hay siempre un punto donde no hay la certeza delirante ni del deseo ni del amor.

El problema del daño propiamente traumático es que no hay protección. Hay experiencia de sadismo pero no de la protección. Esto es fundamental ya que al no haber experiencia de la protección el sadismo es más difícil de enfrentar.

Para mi tuvo mucha importancia para pensar esto el llamado síndrome de hospitalismo de René Spitz. Ahí descubrí lo que posteriormente he ido elaborando. Viene de ahí y de la expresión del primer Freud de  asistencia ajena. Me impresionó el estudio de Spitz porque descubrí que un niño puede morir exclusivamente por no tener un otro de referencia. Sin ningún tipo de acogimiento ni de presencia libidinal que sería la expresión radical y última del daño traumático.

El problema es que la experiencia del otro es sádica por vía directa o indirecta. Esto es importante en la clínica porque cuando es por vía directa, donde los seres cercanos son los que hacen el daño, el recurso de muchos niños en situaciones traumáticas suele ser: mis padres son víctimas del sadismo del otro vienen a decir, y esto les permite una alianza que construye un tipo de vínculo afectivo que no es tan arrasador como cuando el sadismo es lo único que está en el horizonte sin ni siquiera la alianza de los dañados que es lo que permite el sadismo por vía indirecta.

  1. P. Ruiz: Yo preguntaba si la posibilidad de acogimiento y por lo tanto de construcción de una demanda es ya una elaboración.
  2. F. Pereña: Efectivamente. Dada la cuestión que planteo sobre el no saber vivir que implica el querer vivir. El querer vivir es lo que introduce la posibilidad. La cuestión es introducir la posibilidad, a pesar de que la Versagung sea un componente esencial de la vida pulsional en el sentido de que el otro no puede suplir el saber vivir. La demanda amorosa -y en esto es bueno insistir- es también una demanda de saber. No lo voy a desarrollar hoy pero eso no hay que olvidarlo. Es una demanda de saber vivir. Siempre está esa demanda de saber vivir, aunque sea estudiando lógica matemática. En el fondo de toda demanda de saber está la demanda de saber vivir y eso no hay que olvidarlo nunca y por eso el saber académico es tan aburrido porque es un saber que se ha cortado del saber vivir entonces aunque tú estudies a Alejandro Magno le estás preguntado a ver si me enseñas cómo vivo.

Esa dirección al otro que te diga cómo vivir es ya una elaboración de la quiebra de lo necesario o la quiebra de lo pulsional como necesario, por lo cual el querer vivir va unido a la demanda inconsciente de saber vivir. Es una demanda amorosa y de saber. Van juntas. Van a la par y cuando se separa (maniobra típicamente obsesiva) mueren las dos, el amor y el saber. No hay saber vivo si no va unido a la demanda de amor aunque se esté en un laboratorio con ratones.

Claro que es una elaboración y lo es ya que es un modo de introducir al otro en el vacío pulsional y en la medida en que tú te diriges al otro, éste es algo que te falta. Ya no es un abismo exclusivamente, ni un abismo de la certeza psicótica de la vida como vacío, como fracaso radical, ni es el otro como puro daño sádico. Ahí se empieza a construir la dirección al otro y se le da el estatuto de falta, no del mero daño, ni del vacío, sino de falta.

En ese sentido es una elaboración. ¿Por qué?, porque en esa dirección de la demanda de saber y de amor va incluido no sólo el deseo de vivir sino también la posibilidad de vivir.

Lo que hacemos en la clínica es trabajar la posibilidad de vivir a partir de la imposibilidad de vivir. Esto en términos generales, sea en la neurosis, en la psicosis… estamos como encarnando, representando la posibilidad de vivir a partir de la imposibilidad de vivir o del no saber vivir.

Entonces es una elaboración que amplía el campo de la elaboración inconsciente sobre las trabas que ha tenido esa posibilidad de que pueda vivir la vida sintomática como imposibilidad de vivir. Por eso yo siempre digo que nosotros trabajamos la repetición no del lado de la repetición del daño sino de la repetición de lo que tú eres con tu respuesta, con tu estilo, con tu forma de querer y pensar que es lo que llamo la determinación sintomática.

  1. P. Ruiz: Pero, ¿la experiencia traumática en sí misma no se puede elaborar?
  2. F. Pereña: A eso vamos… Hay sujetos muy dañados, que han tenido una primera experiencia del otro como daño absoluto. Es difícil que se pueda elaborar, porque el hecho traumático hay que considerarlo como el hecho pulsional porque se podría decir que viene a la vez que el Faktum pulsional, en el momento inicial de dirigirse al otro. Ese dirigirse al otro está dañado y, por tanto, de eso, como de la pulsión, no hay mucho que decir. Se escucha, es algo que hay que relatar, para tomar la distancia de la palabra, pero poco se puede decir. El tema con la cuestión del trauma es que uno tiene que mantener una cierta diferencia entre el relato del trauma y los efectos sintomáticos del trauma.

Voy a poner un ejemplo. Una mujer con una vida dañada donde ella ve que en su vida -el relato de su infancia es el relato del daño- está haciendo una reclamación al otro permanentemente en vez de demandar lo que quiere como sujeto deseante. Pero se desespera porque no puede dirigirse de otra manera. No tiene otra manera de dirigirse al otro más que con la reclamación y sus secuelas de hostilidad y de miedo que conlleva ese modo de dirigirse al otro. Lo ve, se desespera y me repite permanentemente te estoy aburriendo ¿verdad? A ella le gustaría dirigirse a mí de otra manera y no lo consigue. Esa impotencia la traslada a mí con ese te estoy aburriendo, como si dijera me vas a echar… es como decir no puedo escapar de esta red del daño. Pero ahí se ve que ya está el efecto sintomático del trauma. Y eso tiene que ver con una reclamación -en concreto a la madre en este caso-, no puede separarse de esa reclamación. En la medida que ella ve que lo repite, ahí se ve.

Hay otro caso de alexitimia extrema. Un hombre insensible con una infancia arrasadora, es un hombre que lleva viniendo un tiempo en principio para mi asombro, porque uno a veces se equivoca cuando se hace juez demasiado severo sobre por qué alguien sigue viniendo si uno considera que no le sirve para nada. Pero para algo le servirá, quizás. Y es verdad que puede hacer un uso peculiar de ese venir precisamente para que nada se mueva. Pero en este caso al que me refiero, cuando este sujeto toma conciencia de su alexitimia (así lo vio escrito en algún sitio y eso le impresionó), se angustió y ahí la alexitimia dejó de ser plana y absoluta. Creo que se hizo consciente de que venía a pedirme qué es eso de vivir, a preguntarme cómo vivir.

  1. P. Ruiz: ¿Se puede considerar como una defensa la alexitimia?
  2. F. Pereña: Claro que sí, no es un estado pulsional originario. Pero donde él construye el yo, ese intento de unidad yoica, es la defensa misma. Eso es lo que lo hace especialmente difícil. Es el problema de lo disociativo, cuando el yo y esa defensa digamos alexirímica están confundidos. Es verdad que todo trauma exige de algún modo una cierta disociación, en el sentido de cómo el niño aborda determinadas situaciones que adquieren estatuto traumático porque o puede hacer su experiencia. Antes me referí a esto.

Por eso, hay que pensar en qué tipo de disociación, porque cuando un sujeto del trauma hace referencia a su extrañeza ante el daño sintiéndose extraño no es lo mismo que la insensibilidad de la que hablo y en la que el sujeto parece instalado sin ni siquiera tomar conciencia de su extrañeza, de la extrañeza que termina siendo él mismo. No es pues lo mismo. Es una extrañeza. En el daño traumático radical hay siempre una extrañeza porque viene a decir me ha sucedido a mi realmente e incluso me angustia pero no soy yo, no hago unidad yoica con eso que me ha sucedido. Ahí hay un fenómeno de extrañeza (que yo he visto en casos de daño traumático), un fenómeno que algunos autores podrían describir como disociativo, pero que a mi parecer no lo es, en  este sentido que estoy diciendo, pues ese no hacer unidad yoica con el daño es también un modo de sentirse sujeto de la extrañeza.

Creo que en la clínica se suele usar lo disociativo mucho más del lado de fenómenos alexitímicos. ¿Por qué se utiliza? Porque son sujetos  que están disociados de su vida o de su experiencia emocional. Como si no tuvieran sentimiento. Eso es una manera de verlo, pero tiene el riesgo de condeanar a un sujeto a su insensibilidad y es a mi parecer es siempre un exceso.

  1. P. Ruiz: Es como si ante el hecho traumático dijera «Soy ese y no soy ese«, en ese sentido dices tú que hay una posibilidad…
  2. F. Pereña: Si tú dices, como se describe en la literatura clínica, la disociación como disociado de su experiencia y de su emoción, si es así es similar a lo que dije del otro caso porque de alguna manera afirmas que hay esa experiencia y esa emoción. El problema es justamente cuando no hay ni esa experiencia ni esa emoción.

¿Se puede llamar a eso disociativo? Es una pregunta que hay que hacerse. ¿Se puede vivir sin hacer experiencia de tu vida? Siempre que hablamos de disociación en este campo de lo traumático hablamos de su vida y su experiencia emocional. De manera que los casos de alexitimia radical son muy difíciles de ver y si se ven son casos de urgencia psiquiátrica en los que de algún modo surge el fracaso de la disociación, pues son casos de expresión actuada de una presencia insoportable de lo traumático o expresión extrema de la defensa: esa especie de desorientación que expresa el efecto de devastación o anulación subjetiva.

  1. P. Ruiz: En los abusos sexuales es muy habitual
  2. F. Pereña: Pero en los abusos sexuales esa amnesia no suele ser la psiquiátrica. Es un no poder aludir a lo que está ahí aún demasiado presente, a ese daño que se hace presente ante el otro, ante la pregunta por el deseo del otro. Se abusa del término «disociativo» porque en realidad de toda defensa se puede decir que es disociativa, en cuanto que separa en términos freudianos la representación del afecto.
  3. P. Ruiz: En la literatura se lee sobre el trauma y lo disociativo, pero habría muchas vertientes y matizaciones que realizar. Por ejemplo en los síntomas relativos al cuerpo ya no se hacen diferencias entre síntomas de conversión, fenómenos psicosomáticos y somatizaciones de todo tipo. Ahora se habla de somatización como un término que lo engloba todo. Al principio las escuelas de psicosomática tanto de Chicago como la de París tenían mucho interés en separarlo del síntoma de conversión y de la histeria. Pero ahora creo que con la avalancha de trastornos límites realmente es muy difícil hacer un diagnóstico diferencial entre síntomas conversivos y no conversivos. Se engloba todo. No sé si podríamos ver con este ejemplo las diferencias entre lo disociativo como defensa que tú planteas y la somatización que por supuesto también se puede entender como una defensa. El cuerpo como defensa.
  4. F. Pereña: Ahí tendríamos que volver un poco a Charcot. ¿El problema de la expresión corporal en términos genéricos es la expresión de un conflicto psíquico o no? Esta es la cuestión. El síntoma histérico -expresión de Charcot- es expresión de un conflicto psíquico. Cuando un conflicto psíquico no tiene modo de expresión o de elaboración puede encontrarse en el cuerpo pero yo diría no solo.

A veces la propia intensidad del conflicto psíquico por la vertiente de angustia lleva a la expresión psicosomática. Cuando la angustia es muy básica, hay dos maneras de desalojarla si no se puede transformar o elaborar. Una de ellas es la agresividad, el recurso fácil de todo el mundo, por eso la agresividad es tan importante en la vida humana y en la vida política en general, y la otra es la insensibilidad.

La insensibilidad es más difícil de conseguir de lo que creemos. Cuando eso no funciona puede haber una expresión corporal del conflicto psíquico. Un conflicto psíquico que se expresa de ese modo. ¿Cuándo una expresión corporal no expresa un conflicto psíquico? Yo no sé responder a eso. Responder a eso es un atrevimiento.

No es fácil la respuesta por la condición misma de la expresión corporal. Si hay expresión corporal ya que no hay otro modo de expresión ¿Cómo sabes tú que hay otro modo de expresión que se ha eludido si es un modo de expresión?

Conviene desde el punto de vista de la clínica cuando te enfrentas a ello no poner la carreta delante de los bueyes porque no sabes si es expresión o no de un conflicto psíquico. Para un clínico convendría no tener tan clara la distinción. Sería entrar en clasificaciones antes de tiempo y tomar toda expresión corporal como expresión de un conflicto psíquico con grados de formulación primarios o no, más elaborado o menos. Es verdad que la conversión histérica podría ser más elaborado…

  1. P. Ruiz: Tú lo que dices es no reducirse a las típicas clasificaciones de enfermedades psicosomáticas. Salir de ese marco.
  2. F. Pereña: Bueno, no tomarlas como enfermedades. Salir de ese marco. Es decir, tú eres un clínico. Tú recibes lo que sea, desde una fibromialgia a una alexitimia asombrosa, pero lo que tú atiendes es a un sujeto de un conflicto psíquico.
  3. P. Ruiz: Entiendo lo que dices porque tradicionalmente lo psicosomático se entendía como un fenómeno ante la falta de conflicto psíquico. Lo que aparece en el cuerpo porque no hay conflicto psíquico, se decía, hasta el punto de hablar de fenómeno y no de síntoma. Pero claro el problema era cómo orientar entonces la cura.
  4. F. Pereña: ¿Si no hay conflicto psíquico, por qué debe haber expresión psicosomática?
  5. P. Ruiz: Entiendo pero era la diferencia que se hacía entre histeria de conversión y fenómeno psicosomático, lo conversivo tenía detrás un conflicto psíquico y lo psicosomático se presentaba precisamente cuando no lo había.
  6. F. Pereña: Recuerdo que esa era la tesis de la escuela parisina. Pierre Marty es un clínico admirable pero creo que es un error. Por eso digo yo que vamos a tener que recurrir al viejo Charcot que en este sentido lo tenía más claro. ¿Por qué si no hay conflicto psíquico tiene que haber expresión de nada?

Con el trauma es igual. Tú no puedes encontrar la posibilidad de vivir del sujeto del daño traumático con el trauma. Y eso tiene mucho que ver con lo correctivo. Tienes que buscar por los efectos.

Una vez alguien me dice: – Yo vengo aquí porque mi jefe me usa para prosperar«. Le dije: -¿Para qué otra cosa le puede usar su jefe? Parece un chiste pero fue así literalmente. Lleva años este hombre con este tema. Si no es con el jefe con otros. Es una persona muy inteligente. Tiene un recorrido complicadísimo con situaciones todas llevadas a lo que podríamos llamar su principio leibniziano de inteligibilidad.

Él tiene que entenderse con el otro. El jefe no quería entenderse con él. Y está desesperado en la vida porque el otro no quiere entenderse con él. Quiere otra cosa. Quiere tener una relación amorosa, sexual, de compañeros, no de uso para conseguir cosas. No puede salir de ahí. Tiene que entenderse. Detrás está ese padre que despreciaba el entenderse con un hijo y una madre lejos de toda inteligibilidad.

P. Ruiz: Esto es un efecto sintomático de un hecho traumático. Está empeñado en entenderse porque si no se entiende todo es mentira.

  1. F. Pereña: En el primer caso que expliqué tenía que reclamar a la madre que no atendió su demanda, en este caso tiene que reparar el hecho mismo de la falta de respuesta del otro. Y por eso no ceja. Él quiere atenderse con el padre -un hombre importante desde el punto de vista intelectual- y no puede entender que el padre que era un hombre racional (él está preguntando por el amor y el saber vivir pero sólo habla de la razón) no se sentara con él para entenderse.
  2. P. Ruiz: Otro efecto bastante común no es pretender entenderse sino la certeza del daño. Yo voy hacia el otro y lo que voy a encontrar es daño.

F: Pereña: En este caso es un efecto sintomático ya que lo que él no entiende es que él no entiende a los demás. No entiende que el otro no quiere entenderse con él. Es un permanente estado de reparación. Y no le sale. El problema es que esa imposible reparación le sitúa permanentemente en el daño, en el daño que él hace, pues no consigue su reparación. Imaginaos este hombre con una mujer. Tiene que entenderla antes de amarla. Literalmente es así, por lo cual es una  desesperación. Pues si no consigue entenderse o que ella entienda que él quiera irse de la relación, por ejemplo, no se podrá ir sin su consentimiento, sin que su pareja le entienda, o le comprenda, y así pues tiene que expiar todo el tiempo como modo de reparación. Nunca se va a poder entender y así nunca podrá tomar decisiones si quiere antes de nada el entendimiento. Lo que ignora es el daño que esa posición conlleva

  1. P. Ruiz: Lo de la certeza del daño…
  2. F. Pereña: El problema de la certeza del daño es complicado de elaborar. La posibilidad está en la medida en que tú puedas colocar al otro al menos del lado de la protección, de alguna manera recuperar una suplencia del fantasma sadomasoquista. Que puedas incluir en tu dirección al otro la posibilidad de ser protegido. El problema de la certeza es que se trata de una experiencia real, es un daño cierto y devastador. Eso da una certeza respecto del mundo que no admite componendas, y puede producir una especie de curiosa autosuficiencia que tanto permite despreciar el mundo como repararlo, y de ahí vienen tanto los santos como los psicópatas. Ambos tiene eso en común: la certeza y cierta autosuficiencia, por lo cual la omnipotencia reparadora no se da como amor sino, aunque parezca paradójico, como autosuficiencia. El psicópata se siente autorizado a dañar a quien le dé la gana y puede ser a su vez autosuficiente como si a nadie necesitara, cuando sus actos lo desmienten todo el tiempo. Y el santo puede provenir de un daño similar y generar lo que los kleinianos, con gran lucidez, llamaron la defensa maníaca de la omnipotencia reparadora. Reparan con esa omnipotencia maníaca el mundo porque así reparan el daño traumático al sentirse por encima de él. Convierten así la desprotección del daño recibido en protección omnipotente del mundo. Lo imposible y el todo es posible se juntan. El todo es posible va incluido en lo imposible, como su denegación y su reverso real.

Eso en términos políticos tiene su historia. Son  las dictaduras. De hecho Hannah Arendt tiene uno de los capítulos de Los orígenes de totalitarismo dedicado a esto, al todo es posible. ¿Por qué razón? Porque tú puedes tomar el lugar del psicópata -todo es posible, todo me está permitido- o puedes tomar el lugar del santo -todo es posible puedo hacer desaparecer el trauma del mundo- . Es también una posición digamos megalomaníaca, la de la omnipotencia reparadora. En la figura del dictador se aúnan tanto el psicópata como el santo. Todo dictador cree en el Bien que él mimo encarna.

Pero cuando tú recibes a alguien no recibes ni a un psicópata ni a un santo, recibes a alguien que se dirige a ti. En el hecho de dirigirse a ti está introduciendo de manera como quieras llamarlo (torpe o no torpe) un vínculo, por ejemplo, este hombre que si no hay daño el resto es mentira, en la medida que sigue viniendo a verme está introduciendo una posibilidad.

Entonces nosotros no podemos tomar nunca a un sujeto que se dirige a nosotros del lado de su imposibilidad de vivir. Por una razón muy sencilla, porque no se dirigiría a nosotros si hubiese conseguido dar a la imposibilidad de vivir el estatuto supremo de la certeza de lo necesario.

En la medida en que su dirección es a un otro contingente, no exactamente coincidente con el daño, el mundo no está concluido. El problema del daño traumático es que ese daño haga conclusión del mundo o cierre del mundo.

  1. P. Ruiz: ¿Y ahí dejaría de ser víctima? O, al contrario ¿la víctima es la que toma el hecho traumático como algo conclusivo?
  2. F. PPereña: Ahí está el problema, ahí está la cuestión. El problema de la posición de víctima es que cree que el otro le debe algo, como si así asegurara la compañía permanente del vínculo con el otro, a través de la supuesta deuda. Ahí quizás tendríamos que hablar de la experiencia emocional correctiva, como el intento terapéutico de reparación, sustituyendo una experiencia por otra.
  3. P. Ruiz: La experiencia emocional correctiva fue formulado por Franz Alexander que también es un teórico de lo psicosomático. En las corrientes relacionales o interactivas lo plantean para el tratamiento de personas con experiencias traumáticas de todo tipo. Consistiría en que la relación terapéutica es en sí misma, si se sostiene en el acogimiento, una experiencia emocional correctiva. Además, el terapeuta ha de soportar que por ejemplo el paciente tenga certeza de que le vas ayudar y no le vas a dañar. Es decir, soportar y acoger ese vínculo, se puede considerar una experiencia emocional correctiva que podría permitir que se redujese esa certeza del daño y así un paciente puede tener la posibilidad de elaborar, pues sin esa experiencia emocional correctiva, estos autores consideran que no habrá posibilidad de elaboración. Por otro lado,  plantean que la relación analítica clásica en la que el terapeuta estaba sostenido en la más estricta  neutralidad como principio máximo en la transferencia y entendida por ejemplo como no gratificar al paciente, no permite esa experiencia emocional correctiva. Además, opinan que esa “neutralidad” es imposible, artificial  y sólo promueve la sugestión.

Pero la crítica que se podría hacer por la misma razón a los que plantean la experiencia emocional correctiva como un principio técnico, es que de una manera deliberada también puede ser muy artificial, es decir, que o se da esa relación de acogimiento e implicación emocional en el compromiso terapéutico o es una imposición.

Pero me parece interesante que esta cuestión clínica se planteara al final de la II Guerra Mundial ante la cantidad de pacientes que acudía a las consultas con experiencias traumáticas.

  1. F. Pereña: No me cabe la menor duda de que este intento de Alexander fue saludable frente al aparataje analítico freudiano clásico en el que estaba favorecido el fantasma sadomasoquista, de la vertiente sádica, por lo cual la dimensión protectora estaba estrechamente ligada al sadismo, es decir, al maltrato del analista o en todo caso a su dominio.

A mí lo que me parece cuestionable de la experiencia emocional correctiva es lo que yo considero una falta de respeto al dolor del paciente. Caen del lado de la onmipotencia reparadora y maníaca. Ellos lo quieren suplir por un lado y por otro quieren hacerse cómplices de ello, de ese dolor. Esa complicidad ha producido una especie de complicidad en el victimismo (que es una falta de respeto al paciente y de amor al paciente hacerte cómplice de su victimismo, es decir, acentuarle en el daño) y por otro lado lo que ellos llaman la validación, se parece mucho a lo que hacía Coca-cola en los sesenta: We can, we are the best Somos los mejores, podemos con todo.

Es verdad que uno digamos que valida la palabra del paciente, pero como palabra de un sujeto, no como complicidad fantasmática o sadomasoquista como modo de recuperación narcisista. Quien tiene que validar lo que siente es el paciente.

  1. P. Ruiz: Es que también fue probablemente el comienzo de la llamada psicología positiva, de la asertividad y la autoestima…
  2. F. Pereña: Esto es delicado y está llevando a muchos tratamientos a desastres donde la complicidad entre el analista y el paciente es extrema. Por lo cual lo único que hace es una especie de tertulia común del qué simpáticos somos y nos bastamos frente al mundo. Esto tiene efectos espantosos. El dolor del paciente es siempre sagrado y uno lo respeta en la medida en que no se hace cómplice de él. No hablo de compasión sino de complicidad.
  3. P. Ruiz: Ellos lo que hablan de validar siempre es, en el caso de experiencias traumáticas, que lo que sintió, lo sintió. No vamos a cuestionarlo. Es validar el significado emocional que tuvo para esta persona el hecho.

Volviendo a lo disociativo y al tema de la psicosomática, cuando se hablaba  de pensarlo como expresión o no del conflicto psíquico, el problema que se presentaba al clinico era que  para poder avanzar en un tratamiento, o incluso para iniciarlo,  había que enfrentar al paciente con ese conflicto psíquico, es decir había que lograr que el paciente pudiera  “sintomatizar”. Pero si el efecto de una experiencia traumática, por ejemplo, sea en su vertiente disociativa u otra, ya puede ser considerado como síntoma, todo eso no tiene mucho sentido. Se presentaba a veces en la clínica como un callejón sin salida, a no ser que con el abuso de la interpretación se inventara el conflicto.  

  1. F. Pereña: Pero eso es un problema de la clínica clásica. Los que vinieron después hicieron bien en romper eso, porque era un modo de acusar al paciente que es lo que ha hecho el análisis clásico toda la vida. Porque el problema está en cómo recibes tú al paciente. Tú recibes a un sujeto que se dirige a ti sintomáticamente. Porque ya en la propia dirección está el desplazamiento sintomático. El psicópata no se va a dirigir a ti nunca. En el propio dirigirse a ti hay desplazamiento sintomático, entonces la clave está en cómo lo recibes. Los kleinianos que tenían buenas intuiciones clínicas cayeron en el error de hablar de inanalizables en relación con la envidia destructiva, como si eso no estuviera en todo sujeto que acude a tratamiento, fundamentalmente por un sufrimiento que tiene que ver con el daño y la destructividad. Según sus criterios es claro que Melanie Klein era inanalizable. No puedes decidir si alguien es inanalizable.
  2. P. Ruiz: No es que sea inanalizable, es que primero había que sintomatizarle para que fuese analizable y nadie sabía qué quería decir eso.
  3. F. Pereña: Insisto, dirigirse a ti es ya un desplazamiento sintomático.

P Ruiz: Porque hay que escuchar eso sintomático que ya está en la propia manera de pedir, de demandar en lo que se habla. Es tan sencillo como eso ¿no?

 

                                            PREGUNTAS

Oscar López: Cuando has hablado del trauma has utilizado un concepto que es el de la decisión de vivir. ¿Cómo relacionar este concepto con un problema que aparece en muchos sucesos traumáticos como es la melancolía?

  1. F. Pereña: Es verdad que la melancolía se puede entender como efecto del daño traumático. Me parece que hay que distinguir claramente lo que es daño traumático de lo que es la psicosis. Ya escribí en El melancól.ico y el creyente de la imprescindible distinción clínica entre fenómenos de melancolización y melancolía. La psicosis melancólica es un modo de abordar el vacío pulsional desde la imposibilidad de articular con él algo. Por eso el axioma melancólico es el vacío, el silencio absoluto, por eso no hay otra salida que el delirio o la creatividad. Algo que tiene que hacer para encontrarse con el otro sin posibilidad de encontrarse con el otro.

El delirio es un modo al construir un delirio de filiación o de persecución para crear un mundo. No es conectarse con el mundo.

O. López: Pero ahí no hay conflicto psíquico

  1. F. Pereña: En ese sentido no. Pero otro día hablamos de la psicosis, porque el psicótico se ve obligado a crear un mundo. En el daño traumático que estamos hablando no se trata de crear un mundo, se trata de cómo relacionarse con el mundo.

O. López: ¿Ahí estaría la decisión de vivir?

  1. F. Pereña: La decisión de vivir está en principio en todo sujeto porque la experiencia del vacío pulsional que significa que en el corazón de la pulsión está el otro, significa que nadie sabe vivir y que entonces la posibilidad de vivir no viene dada. Tiene que decidirse como querer vivir.

En ese sentido obliga a una decisión de vivir en relación con el propio sujeto, el que sea, tanto el sujeto del daño traumático como el sujeto psicótico. Tiene que hacer algo con la vida como decisión de vivir. Aunque sea construir un delirio, como decía Julio: yo sin delirio no puedo vivir.

La decisión de vivir va unida a lo traumático pero en el sentido del trauma fundamental. Es decir, nadie sabe vivir. El daño traumático del que estamos hablando es cuando esa presencia del otro en el corazón de la pulsión no lleva a dirigirse al otro y en esa dirección al otro viene el daño traumático.

  1. P. Ruiz: Se dirige al otro pero lo que encuentra es daño. Con lo cual redobla el trauma del vacío, del no saber vivir.
  2. F. Pereña: Es más, el otro queda inscrito como exclusivamente sádico. No es propiamente lo que es la psicosis. Incluso para que sea un otro sádico el psicótico lo tiene que construir como delirio persecutorio.
  3. P. Ruiz: La experiencia real del sadismo. Donde tienes que encontrar acogimiento encuentras daño.
  4. F. Pereña: Lo interesante es ver qué daño hay en la psicosis. Desde el punto de vista que estamos hablando. ¿Hay un daño que viene de fuera? No es igual. Este hombre de la certeza que he dicho al principio que todo lo que no sea daño para él es mentira algunos lo han tomado por psicótico, pero no lo es.
  5. P. Ruiz: Se aprecia en la clínica de experiencias traumáticas que dichas experiencias son la verdad y el resto es mentira… El problema para poder elaborar, si lo único que se puede elaborar son los efectos en la vida de ese sujeto es que dichos efectos están muy pegados a lo traumático. Cuesta muchísimo que cualquier tema del que se hable, forme parte de sus síntomas o no, no quede referenciado inmediatamente al daño traumático como víctima. De este modo, queda un margen subjetivo estrecho, muy limitado. Si no se despega es muy difícil. Si eso es la verdad de su vida y lo demás es algo insignificante  y  todo lo que le ocurre está referido a eso… La certeza, por ejemplo,  de que haga lo que haga me van a abandonar, o rechazar o maltratar es complicado, pues toda posibilidad está referida a la experiencia traumática. Ahí es donde veo la mayor dificultad en lo que has dicho que al final todo parece que es mentira.
  6. F. Pereña: Si pero ¿por qué va a verte?

Participante: ¿Y puede ser testimonio de un fracaso?

  1. F. Pereña: ¿Pero por qué debe dirigir al otro ese testimonio? Aunque sólo sea para maltratar su demanda la está dirigiendo a otro.
  2.   P. Ruiz: Es verdad que se habla muchas veces de la diferencia que puede haber entre testimonio y demanda. Los testimonios de experiencias traumáticas están en los libros.
  3. F. Pereña: En los testimonios que hay de los campos tú reformulas con la escritura el trauma como algo que sucedió y tú puedes hacer algo con ello.

El problema del trauma es que el daño traumático dificulta la ambivalencia, porque con el fantasma sadomasoquista la vida pulsional está más garantizada porque hay pasividad y actividad en juego. Hay ambivalencia. Sin la cual la pulsión es un vendaval que te arrasa. Entonces el problema del daño traumático es que te coloca en la posición de pasividad. La escritura es el acto donde se hace sujeto activo de su trauma. Ese es el valor de la escritura y del testimonio. Se construye el daño como testimonio. No propiamente como demanda y sobre todo no como reclamación.

  1. P. Ruiz: En los casos que nosotros podemos recibir, la “experiencia emocional correctiva” consistiría, como lo que planteaba Pereña, en la posibilidad de construcción del fantasma sadomasoquista o de la ambivalencia, es decir, que a pesar de que exista en estas personas la certeza del daño, siempre que se dirigen a los otros puedan encontrar protección. El problema es cuando se eso se plantea como una técnica, pudiendo derivan en crear frases construidas que se dicen a los pacientes de manera estándar. No es necesario apoyarse en una técnica complementaria, cuando alguien demanda un tratamiento es fundamental la acogida, la paciencia y la humildad, elementos del compromiso terapéutico, para poder promover la elaboración del paciente.

 

Final de la tercera parte.

 

Transcripción y adaptación: Oscar López