Elaboración, sujeto del síntoma y repetición. Enfoques y modelos

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Voy a tratar este tema a través de tres modelos con sus respectivos enfoques: el modelo clásico de la pulsión freudiana, el modelo relacional, con sus distintos enfoques y el modelo que venimos trabajando con Francisco Pereña y que queda reflejado en sus libros.

 

Seminario de Piedad Ruíz: Huellas del Psicoanálisis.

 

Elaboración, sujeto del síntoma y repetición. Enfoques y modelos

15 de abril, 20 de mayo de 2016

 

Piedad Ruíz: Voy a tratar este tema a través de tres modelos con sus respectivos enfoques: el modelo clásico de la pulsión freudiana, el modelo relacional, con sus distintos enfoques y el modelo que venimos trabajando con Francisco Pereña y que queda reflejado en sus libros. Este último podríamos nombrarlo como el modelo de la alteración pulsional, aunque Pereña preferiría denominarlo modelo del factum pulsional-, lo que ocurre es que el término factum es un término kantiano que alude al acontecimiento fundacional- y, por lo tanto, el propio Pereña se decanta por alteración que es el término que utiliza Freud en el texto que inspira sus desarrollos. Me refiero al Proyecto de una psicología para neurólogos, en concreto el capítulo titulado Vivencia de satisfacción. Si vais allí y lo leéis, veréis que Freud utiliza este término para hablar de la asistencia ajena como una alteración pulsional.

 

En el modelo clásico situaría a Freud, a Melanie Klein y a Lacan con una particularidad que ahora explicaré. En el modelo relacional situaría a Bowlby con su teoría del apego, a Winnicott y el ambiente facilitador, a Fairbairn con su formulación de la libido que busca el objeto y no el placer, a la Psicología del Yo y a sus principales representantes Hartmann, Kohut y a Mitchell como otro autor dentro de esta corriente más actual que plantea un psicoanálisis relacional integrador, porque toma las aportaciones de Bowlby, Winnicott, Fairbairn, Hartmann y Kohut. Luego hay muchos otros autores dentro del psicoanálisis relacional que toman el enfoque de la Psicología del Yo y se decantan por un modelo relacional apoyado en el cognitivismo. Es decir, que hay actualmente una relación entre el cognitivismo y el psicoanálisis del modelo relacional. Por ejemplo, hablan de un Yo cognitivo o de un inconsciente implícito que, por supuesto, no es el inconsciente de la clínica psicoanalítica del sujeto y que se apoyan en los descubrimientos neurocientíficos actuales.

 

Os puede sorprender que sitúe dentro del modelo clásico a Lacan porque se supone que no es clásico, pero lo sitúo aquí porque Lacan en su “retorno a Freud” (así pide que sea tomada su obra) plantea que todos los postfreudianos se habían desviado del psicoanálisis al abandonar el concepto de pulsión y, sobre todo, el concepto de pulsión de muerte. Si leéis sus escritos aparece por muchos lados. Eso implicaba para él una desviación y por tanto estaban equivocados. Pero ¿qué implica esto? Aunque para Lacan la articulación de la pulsión no la sitúa del lado de lo innato, sino al contrario, en lo simbólico (la pulsión articulada en un registro simbólico daría un lugar al deseo), más tarde nos encontramos con el problema de que el deseo queda alienado en el goce. Para Lacan hay dos conceptos fundamentales que son el significante y el goce. Eso pivota toda la obra lacaniana. Si tenemos en cuenta el concepto de significante ahí importa mucho menos las relaciones del sujeto con los otros e importa más la estructura que determina al sujeto, estructura significante por la que el sujeto queda determinado y por eso Lacan puede decir que existe un fantasma histérico, un fantasma obsesivo, es decir, una estructura neurótica histérica u obsesiva, una estructura perversa o una estructura psicótica. Es decir, que el sujeto es ante todo un sujeto en una estructura, no un sujeto en relación. Sin embargo, el psicoanálisis relacional lo que plantea es: el sujeto es relación, mientras que Lacan diría el sujeto está determinado por una estructura o es lo que representa a un significante para otro significante. Importa más la estructura que la relación. Eso del lado del significante. En todo caso, si hay alguna singularidad en el sujeto, (porque claro, si podemos hablar de sujeto histérico es porque siempre que cumpla las condiciones de esa estructura histérica, a la manera de un sujeto colectivo, donde no habría a ese nivel nada singular) sería la singularidad de su goce. Pero resulta que en Lacan el goce es algo que reproduce el dualismo pulsional de Freud, porque es libido conectada a la pulsión de muerte. Libido pegada a lo destructivo como pulsión de muerte, algo así como la cuota de pulsión de muerte que el sujeto se resiste a abandonar. Y, como ya he dicho, Lacan plantea que las teorías postfreudianas son desviaciones del psicoanálisis porque se desentienden de la pulsión de muerte. Lo paradójico es que esta afirmación tan radical retorna a las tesis más biologicistas de Freud. Si la pulsión de muerte es una tendencia universal de la especie al estado inanimado, luego a la muerte, estamos hablando no tanto de una pulsión de muerte, sino de un instinto de muerte. De hecho, cuando Freud habla más de instinto es cuando se refiere a la pulsión de muerte. A su vez, Lacan plantea que el objetivo de un análisis sería que como en el goce de un sujeto el deseo está alienado, habrá de desprenderse de esa alienación para poder desear. De ahí, su célebre frase de no ceder ante el deseo. Ceder el goce para no ceder ante el deseo. Dicho de otro modo, para no ser un sujeto alienado, tiene que ceder el goce en favor del deseo. Pero ¿cómo se cede algo que es innato?

 

Hay en Internet una entrevista que puede tener su interés: Hacia un psicoanálisis relacional. Entrevista al Dr. Joan Coderch (www.temasdepsicoanalisis.org/) Coderch cuenta en la entrevista todo su recorrido por el psicoanálisis y por su clínica. Nació en 1930, Se analizó o fue discípulo de Sarró y de los primeros psicoanalistas que pasaron por Viena y que se analizaron con Freud y volvieron a Barcelona, a distintos lugares, a Madrid también. Coderch cuenta todo el recorrido que hizo, con quien se analizó, cómo entró en el kleinismo, porque en aquel momento lo único que había en Barcelona era la IPA y la IPA estaba totalmente tomada por el enfoque kleiniano, cómo se apartó de lo kleiniano y qué piensa del psicoanálisis relacional. Es muy interesante porque habla de su clínica y de su vida personal, la influencia que tuvo su análisis en su vida personal y profesional, tiene su interés.

 

Voy a empezar con el psicoanálisis relacional cuyo antecedente es el psicoanálisis interpersonal, que es mucho más antiguo, claro. El psicoanálisis interpersonal lo representa Stack Sullivan, Erich Fromm y Clara Thompson. Hay que aclarar que Sullivan nunca quiso considerarse psicoanalista. Clara Thompson reúne las aportaciones de ambos bajo la rúbrica de psicoanálisis interpersonal. Para Thompson las aportaciones de Ferenczi eran ineludibles, pues recuperaba el concepto de trauma real que Freud había abandonado cuando hizo el cambio de su teoría de la seducción a la teoría fantasmática (no hacía falta haber existido una seducción real en la infancia por un adulto para que aparecieran en los neuróticos fantasías de seducción). Pero al abandonar esa teoría del trauma, Freud no sólo abandonó la teoría del trauma de la seducción sexual, el trauma sexual, sino que abandonó en parte la indagación de todo trauma. Y entonces Ferenczi dijo «no, habrá que ver en qué casos hay una seducción sexual real y otro tipo de traumas que han sido experiencias traumáticas en la infancia». Es decir, Ferenczi se interesó también bastante por la clínica infantil, recuperó el trauma real y recuperó, sobre todo, un papel activo para el analista. Se habló de su práctica como psicoanálisis activo, una práctica que se desmarcaba de las recomendaciones técnicas más estrictamente freudianas, por ejemplo la confusión entre la neutralidad y la no intervención del analista o un encuadre tan rígido que, como luego criticaron los psicoanalistas relacionales, se reducía a mantener dicho encuadre e interpretar, desentendiéndose de la pregunta acerca de cuál es la implicación transferencial del analista.

 

Clara Thompson se ocupa con mucho interés de las aportaciones que hacen Sullivan y Fromm porque va en la línea de lo que ella estaba tratando de desarrollar en su trabajo de recopilación sobre las distintas corrientes psicoanalíticas. Se trataba de explicar en detalle las diferencias entre todas esas corrientes al observar mucha confusión en sus alumnos. Como veis el psicoanálisis interpersonal nace de la intersección entre la psiquiatría interpersonal, porque Sullivan no se consideraba psicoanalista, la psiquiatría americana y la versión marxista que hizo Erich Fromm del psicoanálisis freudiano. Después de la segunda Guerra Mundial, cuando él se marcha a Estados Unidos con toda la experiencia de una Europa devastada, plantea que hay un olvido de la incidencia de la cultura y de los hechos sociales en el psicoanálisis, que no todo es intrapsíquico, que hay un olvido fundamental de la determinación del sujeto en los procesos sociales, en la implicación de un sujeto en su perspectiva ideológica, etc.

 

Sullivan atendía casi exclusivamente pacientes psicóticos y plantea la esquizofrenia como un trastorno de los sistemas familiares. Cuando empieza su carrera observa que el planteamiento que se seguía en psiquiatría basado en Kraepelin era insuficiente porque entendía la enfermedad mental y en particular, la esquizofrenia, como una enfermedad con un curso natural inexorable no afectada por el entorno, por lo cual el psiquiatra sólo podía observarla y describirla. Pero poco a poco ve en su práctica clínica que, lejos de esto, los psicóticos eran personas «exquisitamente sensibles» a todo lo que sucedía a su alrededor. De esta forma, empezó a pensar que la esquizofrenia se podía ver más como una reacción adaptativa a las circunstancias y a las actitudes de los otros de su entorno. ¿Qué pasaba? Al aislar a los psicóticos en los manicomios, se perdía la oportunidad de comprender la forma en que la esquizofrenia surge dentro de un sistema familiar, como respuesta a los patrones interpersonales (aquí surgió el término), entre los diferentes miembros de la familia. Por eso, también hay que decir que tuvo un impacto indirecto sobre el psicoanálisis y también fue unos de los precursores de los enfoques de la terapia familiar y de las teorías de los sistemas familiares. Los principios de Sullivan derivan de un concepto fundamental, a saber: el medio ambiente juega un papel formativo en la personalidad y en la psicopatología. Ya no se trata sólo de la lucha de las pulsiones y sus defensas consiguientes, sino que el medio ambiente juega un papel formativo. Ese papel formativo en la construcción de la subjetividad no sólo tiene un peso en el pasado para ver cómo se ha formado en un determinado ambiente esa personalidad o esa patología, sino en el presente. Esto tiene su importancia para que vayamos viendo de dónde surge que para muchos autores de este modelo la relación transferencial que sucede en el aquí y ahora pueda tener un papel correctivo, incluso pueda suplir un patrón. Según estas tesis, es tan formativo, a nivel interpersonal, lo que sucedió en el pasado como lo que sucede en el presente. A partir de ahí podemos vislumbrar la propuesta terapéutica que se terminó denominando experiencia emocional correctiva.

 

Es decir, que a partir de ese momento, se da una importancia trascendental a todo lo que sucede en la transferencia y especialmente al papel del analista. Y no sólo a lo que sucede en la transferencia, sino a lo que está sucediendo en la vida de los pacientes. Es decir, que depende mucho de las elecciones y decisiones que toma el paciente en relación a los otros, esos patrones del pasado empiezan a reorganizarse, a reelaborarse, y a corregirse. Y dicen estos autores: “lo que ocurrió en el pasado estuvo y lo que está en el presente también está, está teniendo un papel formador o generador de psicopatología, no sólo el pasado”. En cuanto al analista, no es un simple observador, sino participante en la experiencia. Para estos autores además es fundamental en una terapia establecer un conocimiento lo más verídico posible de lo que sucedió en la primera infancia, es decir, que no sólo importan las fantasías, sino lo que sucedió en las las experiencias reales, no sólo de las fantaseadas. Así pues,  no importa sólo lo que sucedió en el pasado, sino lo que está sucediendo aquí y ahora y el analista no puede ser alguien que sólo está fuera de la escena interpretando lo que sucede. De esta forma, no sólo corrigen a Freud, sino fundamentalmente a Melanie Klein, pues ya sabéis que para ella el inconsciente está poblado de fantasías e imagos interiorizados, pero con el agregado de que estas fantasías obedecen a patrones constitucionales universales regidos por el dualismo pulsional freudiano.

 

En este enfoque interpersonal, el sujeto no puede ser entendido de manera significativa nada más que en el contexto de su interacción con otros. La personalidad es el patrón de lo que uno hace cuando está con otros, luego la personalidad es la interacción misma. Sullivan por ejemplo dice: “Las necesidades de satisfacción y seguridad son interaccionales desde el principio y en su propia naturaleza”. Sullivan hacía mucho hincapié en que el motor de la interacción es la angustia. El bebé, el niño, siempre responde a la ansiedad de los padres o de las personas significativas de su entorno, es decir, que el niño va moldeando su personalidad en virtud del apremio a responder, más que a los gestos de aprobación de su entorno, a los gestos de ansiedad. Pero, ¿por qué utilizan el término interpersonal y no el término intrapsíquico, ya que podríamos decir que cuando Freud habla de lo intrapsíquico, el otro está implícito? Estos autores prefieren hablar de interpersonal precisamente porque en nuestra vida interna están tanto las experiencias reales, como también las fantaseadas. La interacción no es sólo la que hemos interiorizado, sino la que nos está sucediendo aquí y ahora. Para ellos, esos otros fantaseados son otros ilusorios. Ese otro fantaseado no es el arquetipos jungiano, prefiguración también en gran parte innata, tampoco es el objeto interno kleiniano, sino que es lo más particular de cada sujeto.

 

¿Dónde estaba el problema por el que considero que todos estos autores, casi desde Winnicott se despegaron de la importancia concedida a las “imagos” y se fueron más hacia la vertiente relacional? Pienso que fue porque pensaron que las terapias tenían que tener como objetivo que un sujeto se desprendiera lo más posible de sus distorsiones, de sus otros fantaseados y que se acercara lo más posible a las experiencias reales que había tenido tanto en el pasado como en el presente. Lacan habló luego de imaginario, Freud ya introdujo desde luego el término fantasía y hemos terminado hablando de fantasma. Es decir, que todo eso tiene una lógica interna que recorre todas las corrientes psicoanalíticas. Es decir, es cierto que hay una experiencia real pero cómo recibimos o cómo elaboramos esa experiencia es absolutamente singular, por ejemplo los recuerdos encubridores.

 

Y, por supuesto, se distorsiona como defensa. Pero, la solución que dieron, en este caso, fue una chapuza, pues apelaron a la “supuesta” racionalidad del analista. O sea, el analista era el que iba a decidir qué distorsión era irracional y cuál no. Por eso llegaron a decir que cualquier terapeuta competente tenía que ser racional y que iba a ser facilísimo que los pacientes se desprendieran tanto de las distorsiones, como de sus fantasmas. ¡Pero si trabajamos con el Inconsciente¡ Otro debate interesante sería distinguir a qué llamamos consciente y a qué llamamos inconsciente o incluso racional o irracional… Pues si llega un paciente y dice: He soñado…cualquier cosa que os podéis imaginar… ¿podría responder el analista diciendo que eso no es racional? Tenía entendido que son los cognitivistas los que hablan de “distorsiones en el pensamiento”. Otra cosa es que en un proceso de elaboración en análisis se pueda ver que cuando un paciente habla por ejemplo del rechazo de la madre, a lo mejor no se trata de tal rechazo sino de una vivencia que él interpretó como rechazo. Por ejemplo, una paciente que cuando ella tenía tres años su madre se queda viuda, sin ingresos y tres hijos más, se pregunta a partir de una dependencia irracional hacia ella si la explicación a esto puede ser haber sentido en su infancia el rechazo de ésta. Había crecido con la idea de que la madre la necesitaba, pero había una necesidad que no tenía sentido para ella porque era muy excesiva: cada vez que la madre se enfermaba, ella entraba en pánico, y además el problema era que estaba aplicando ese modelo a su hijo y su hijo empezaba a tener problemas por la dependencia que tenía de ella. Con buena lógica empezó a preocuparse: “hasta que yo no pueda separarme de mi madre no voy a favorecer que mi hijo se separe de mí”. Empezó a pensar que alguna carencia habría sufrido en su infancia para estar tan pegada a su madre…. Finalmente, lo que entendió es que sí había habido en ella un sentimiento de ser rechazada por su madre, en realidad había sido porque la madre se vio obligada a desatender la escucha de esta hija en un momento en el que tenía que sobrevivir tras la pérdida de su marido que dejó a la familia en una situación de ruina económica.

 

Entonces estas distorsiones, se pueden aclarar, pero no por la racionalidad sino porque el paciente elabore. Los interpersonalistas actuales han abandonado esa idea de que cualquier intervención de un analista tiene que ser objetiva y racional. Pero, si un analista no puede decidir qué es racional u objetivo, creo que tampoco puede decidir cuál es la experiencia emocional correcta.

 

El psicoanálisis relacional viene de ahí, pero sus tesis fundamental es que establecemos vínculos fuertes con los otros porque deseamos relacionarnos, es decir, el sujeto es relación, esto es un hecho fenomenológico y una deducción clínica indiscutible. Los pacientes buscan y conservan sus relaciones a toda costa y entonces ahí es cuando toman sobre todo la aportación de Fairbairn acerca de que la libido no busca el placer sino al objeto, al otro. Fairbairn había llegado a esta conclusión por dos hechos que yo creo que en otro momento ya comenté:

 

El intrigante fenómenos de la lealtad de los niños maltratados hacia sus padres. Fairbairn y otros se hacían esta pregunta: ¿cómo es posible que los niños maltratados o abusados o pertenecientes a familias caóticas donde prevalece el abandono, son los que tienen los vínculos más fuertes y los que no se pueden despegar o los que sólo encuentran seguridad si están con su familia? Y, sin llegar a ese punto, se preguntaban por la tendencia de cualquier ser humano a repetir una y otra vez las mismas experiencias dolorosas, a sentir los mismos sentimientos y a entablar constantemente relaciones autodestructivas. Si no es la pulsión de muerte que guía nuestra vida hacia la destrucción, hacia el estado inorgánico, es decir, hacia la muerte. Si no es la pulsión de muerte, debe ser que pasa algo entre los seres humanos que explique esto. Y entonces, la primera explicación fue: busco la relación con el otro aunque me haga daño, porque necesito tener ese contacto emocional con el otro para existir. Por ejemplo, el niño establece un fuerte vínculo, dicen ellos, con el carácter patológico de sus padres precisamente porque sienten que es ahí donde residen emocionalmente sus padres. Claro, pues ¿qué es más auténtico desde el punto de vista emocional que el sufrimiento? Entonces, si un niño tiene un padre depresivo ¿con qué va a establecer el vínculo emocional más fuerte? Con la depresión del padre, con la emoción depresiva. ¿Con qué va a vincularse un niño más fuertemente que con lo patológico de un padre depresivo, sádico, masoquista, neurótico, etc.? También te puedes identificar con la alegría, pero está claro que te puedes identificar con ambas cosas, y esto también le llamaba la atención a Fairbairn. Entonces, no busca sólo el placer o la gratificación, sino evidentemente la emoción, la libido, en una palabra, busca el contacto. En el centro de lo reprimido, dice Fairbairn, que era de la época de Melanie Klein, no hay un trauma, ni un recuerdo, ni siquiera un impulso, sino que hay una relación. Y lo que hay que analizar es qué relación hubo, ya fuese real, distorsionada, pasada y presente. Aunque para Fairbairn la búsqueda del objeto era también de alguna manera innata, inspirado seguramente por las aportaciones de Bowlby.

 

Ambos enfoques, interpersonal y/o relacional, se desentienden del concepto de pulsión freudiana y, por supuesto, del dualismo pulsional.

 

Pasemos ahora a hablar de las tesis de F. Pereña acerca de la alteración pulsional. Somos seres sociales, eso es obvio, tan obvio que actualmente los neurocientíficos hablan de circuitos neuronales preparados para el contacto con los otros nada más nacer. Por estudios que se han hecho, de cómo es posible que un niño, nada más nacer, o a los pocos días, los padres, de alguna forma se dan cuenta que responde a los gestos, al gesto de cuando le cogen, al gesto de seguir con los ojos cuando tiene la madurez neurofisiológica adecuada, es decir, que responde al otro. ¿Esto lo ha aprendido nada más nacer o viene con ello? Hay circuitos que ya vienen preparados para este contacto que terminará inaugurando la subjetividad humana en la dependencia del otro. Ahora bien, esa dependencia, que es el acontecimiento fundacional del sujeto humano, es una alteración, es decir,  la pulsión es una alteración. ¿Por qué? Primero, porque el sujeto humano no puede orientarse por el instinto, será entonces un ser extraviado cuyo organismo no tiene la regulación interna del instinto y, segundo, porque a partir de ese momento, el otro responde a las necesidades del niño de forma errática y no codificada y el niño responde a la respuesta del adulto de forma errática y no codificada. Por eso una madre nunca sabe por qué llora un niño, y tiene que responder vía ensayo-error… Si fuera el instinto todo estaría solucionado. Pero, la madre responde según su deseo, y según pueda, cuando la madre responde el niño va modulando su demanda, que ya es en sí misma una alteración del instinto, porque no responde de una manera codificada. Quiero decir, no hay una madre que responda igual que otra, y eso es absolutamente singular. Y cómo se manifiesta esta alteración pulsional? Se manifiesta como angustia. La angustia es el paradigma de toda afectación/afecto porque es el efecto de dicha alteración y dicha alteración consistente en depender del otro a la vez que estar separado del otro, lo llamamos pulsión y no instinto. Alteración pulsional y angustia van unidos. Más recientemente Pereña refiriéndose habla de vacío pulsional para referirse a esta alteración.

 

Entonces, la única manera de tratar esta angustia es la posibilidad de que se intercambien estas demandas y de que se vayan adecuando estas demandas y que, esa afectación que es la angustia (angustia del niño y angustia de la madre) se convierta en afecto, de ahí el título del libro de Pereña: De la angustia al afecto. El nombre de esa alteración es pulsión. Este hecho pulsional no es innato, es singular. Y esa experiencia singular constituye el Inconsciente. Lo singular no es el goce, lo singular es el inconsciente. Por eso, el inconsciente no hace falta descifrarlo. En la teoría freudiana se hablaba de descifrar el inconsciente, luego parecía un código ¿no? En Melanie Klein había bastante de código a la hora de interpretar la sexualidad y la agresividad. Y en Freud el código interpretativo giraba sobre todo alrededor del Edipo, casi todo podía llegar a ser interpretado en clave edipíca.

 

Se podría decir entonces que si no hay un sujeto activo que responde a esa alteración pulsional de una manera singular, no hay inconsciente.

 

En cuanto a la implicación de los analistas relacionales en la transferencia, lo único que puedo decir es que una cosa es implicarse y tener un compromiso terapéutico para que el paciente elabore y otra cosa es ponerse demasiado en medio, con las propias emociones y los propios sentimientos. En el relato de un caso que Mitchel expone, el analista le dice al paciente: “he estado pensando que si te digo tal cosa, tú vas a pensar tal otra, pero es que eso… estoy influido yo porque mi hija está haciendo lo mismo en la Universidad. Yo te quiero ayudar porque sé que tienes un problema, porque tus padres se han desentendido de ti a pesar de que son millonarios…, pero claro, pensé decirte esto, pero pensé a la vez que podía ser un error decírtelo…”. Después de toda clase de cavilaciones en este dilema contratransferencial agrega: “…y al final, la paciente, claro, se quedó con lo importante, y es que la quería ayudar”. Menos mal, menos mal que se quedó sólo con eso. Pero mientras el analista está ahí volcando todo este tema transferencial está siendo un estorbo para la elaboración del paciente. ¿Para qué hacerse tan presente? Algo que también hacía Winnicott con un paciente al que le habían abandonado sus padres. Cada vez que venía a su consulta, se asomaba a la ventana para que viera el paciente que le estaba esperando, y abría la puerta casi cuando iba a entrar… Ese tipo de cosas vienen de allí, de esa idea de que el nivel de empatía en la transferencia va a ser lo que va a reestablecer el trauma, pues el analista es como un corrector emocional.

 

En la clínica del sujeto que plantea Pereña, se apunta a la posición subjetiva del paciente para activar la elaboración. Luego la posición subjetiva del analista es sólo un estorbo. El analista ayuda a pensar y elaborar cualquier acto sintomático como el de la paciente de Mitchel. Hablamos siempre de que en la elaboración inconsciente se apunta a la posición subjetiva del paciente, no a la del analista. Y la posición subjetiva no es sólo la respuesta del sujeto ante un conflicto, sino que da cuenta de la respuesta que ha venido dando a lo largo de su vida al conflicto psíquico. Por eso se hace tanto hincapié en la posición subjetiva.

 

Pero volvamos por un momento a los autores relacionales cuando hacen un recorrido para explicar por qué se han desentendido de la pulsión. Ellos dicen que trabajan con lo edípico, lo preedípico y el conflicto psíquico, menos con la pulsión. Y plantean la siguiente pregunta: ¿qué le pasó a Freud? ¿Qué le pasó si tuvo varias oportunidades en sus desarrollos teóricos para haber establecido la importancia del otro en el conflicto psíquico? Veamos algunas de estas oportunidades:

 

En Introducción al narcisismo, Freud habla de una “agencia psíquica especial”. En la transición del narcisismo primario al narcisismo secundario, es decir, en la transición de la omnipotencia al principio de realidad, el niño debe abandonar el narcisismo infantil. Las exigencias del medio empiezan a aumentar y entonces coloca al niño en la encrucijada de cumplirlas o no. Pero en ese proceso el otro está muy presente. ¿Por qué entonces sigue hablando de pulsiones y defensas como conflicto exclusivamente intrapsíquico? ¿Por qué no le da al otro el papel fundamental?

 

Continúan con la referencia al texto Duelo y melancolía, donde Freud empieza a hablar de la identificación con le objeto perdido. Ya sabéis, él hablaba de la identificación con el objeto perdido como heredero del complejo de Edipo. El niño se tiene que separar de los padres pero se lleva algo de ellos. Ahora bien, no sólo se identifica de esta manera, sino que en la melancolía la sombra del objeto cae sobre el Yo… Es decir, que de una manera u otra se conserva una presencia interna del otro. Y Freud además distingue el duelo de la melancolía según se va elaborando esa “presencia interna” o no, en cuyo caso el sujeto queda identificado con el objeto perdido.

 

Una vez más, estos autores objetan a Freud: ¿qué hiciste con esa presencia interna del otro? Y, finalmente, Freud en Psicología de las masas y análisis del Yo agrega más consideraciones, esta vez ya referidas a las identificaciones tempranas del niño con el otro: “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona es una identificación”, es decir, es un vínculo afectivo. Dice: “los bebés se apegan a otras personas y se identifican con ellas de cierta forma elemental e ilimitada” Es decir, que las identificaciones son la expresión de un primer vínculo emocional. Además, en El Yo y el Ello, en el capítulo dedicado al superyó, plantea que estas identificaciones con el objeto perdido: “no son sólo propias del melancólico, resulta que son universales”. Lo que pasa es que el melancólico mantiene esa presencia interna con una ambivalencia extrema, sádica. Luego, las identificaciones no son sólo compensaciones en la separación o en la pérdida, sino que tienen una importancia capital. Y entonces ¿qué pasa? Empieza a ver las identificaciones como investiduras libidinales. Probablemente seguir este recorrido teórico suponía para Freud alejarse de su modelo metapsicológico, así que termina hablando de la formación del superyó y del ideal del Yo como una manera de conectarse con ese otro, identificarse con ese otro, tanto con sus ideales como con sus exigencias.

 

¿Se estaba cuestionando Freud el principio del placer? Este es el problema que objetan los relacionales a Freud, ya que encuentra la solución en un Más allá del principio del placer innato. En resumen, todas las corrientes psicoanalíticas postfreudianas han tenido que decidir qué hacían con ese problema y la mayoría decidieron abandonar el concepto de pulsión. ¿Por qué? Porque el propio Freud llega a hablar en El porqué de la guerra de “excusa biológica” para contestar a Einstein sobre las tendencias destructivas del hombre. Y termina diciendo: “en realidad, si usted y yo lo pensamos bien, no hay ninguna explicación, es sólo que no la queremos, que no queremos la guerra, que estamos obligados moralmente a no desear que los hombres sigan matándose entre sí”.

 

Leeré a propósito de lo que acabo de hablar un párrafo de su libro Cuerpo y agresividad: “Mi propósito es demostrar que la agresividad y sus diversas formas que se podrían resumir en la violencia y la crueldad, lejos de poder tomarse como instintos, es decir, lejos de provenir de una condición natural y necesaria del animal humano, con su inherente regulación interna, proviene, por el contrario, de la desregulación del instinto, del extravío de la vida instintiva, de forma que su insistencia gratuita y arbitraria es fruto de su contingencia y no de ninguna ley necesaria, ni de la naturaleza, ni de la historia. … Si se da reiteradamente es porque el humano es dependiente del otro humano, a él confía su angustia y su salvación, a él confía, en suma, su identidad. Esa confianza es recíproca pues el otro está en la misma situación, por lo que dicha confianza se ve enseguida sometida a decepción, y luego a la ofensa, la ira y al odio, y siempre al miedo y al terror. Los humanos así asustados se alían entre sí y forman esas aglomeraciones de temerosos que son los grupos, donde cada cual quiere descansar de su extravío por medio de una alianza que le de la compensación del sentido y de la identidad, pero dicha alianza no puede sostenerse si no es frente a un enemigo externo, por lo que no hay sentido que no sea persecutorio ni identidad alguna que no se conquiste por las armas”.

 

La pulsión en sí misma es una alteración. Es una alteración que produce la angustia más genuinamente humana, porque no hay un objeto adecuado para la pulsión. El cuerpo del sujeto está intervenido por el otro y esto conduce a lo que Freud llamó angustia fundamental, porque como sabéis él habla de varios tipos de angustia, pero la diferencia sería que esta es la angustia que funda al sujeto como ser humano. Es decir, la alteración pulsional sería un acto fundacional. A esta angustia fundamental responde el sujeto de manera singular. Aquí empezamos ya con las diferencias con respecto al modelo freudiano y kleiniano. Si la respuesta es singular no obedece a ningún patrón constitucional, no es innata. Respuesta singular del sujeto y respuesta singular del otro. Estas respuestas no están codificadas de antemano por el instinto. Es absolutamente imprevisible, inconmensurable y, por lo tanto, no innata. Estas respuestas, al no ser innatas, están descentradas de la necesidad, es decir, que no solamente no son innatas sino que no vienen a satisfacer ninguna necesidad, por eso siempre decimos que alimenta al niño no sólo el alimento, sino sobre todo quién alimenta. Es decir, que está descentrado de la necesidad, pues sabemos que el niño se puede negar a comer.

Este intercambio de las respuestas de uno y otro, lo podemos llamar intercambio de demandas. ¿Por qué?, porque la respuesta ante la angustia tanto del sujeto como del otro siempre va a ser una demanda. Aquí está todo el tema de Winnicott de la madre que sabe cómo responder en el juego del intercambio de demandas. Pero Winnicott y la mayoría de los autores postfreudianos no subrayan que en este intercambio siempre se va a producir inexorablemente el conflicto psíquico. Conflicto psíquico que determina sintomáticamente al sujeto y determinación sintomática que se repite y configura lo que llamamos posición subjetiva. Así, la elaboración de la determinación sintomática es un trabajo activo del sujeto sobre su posición subjetiva. Este trabajo de elaboración nada tiene que ver con una “experiencia emocional correctiva” que depende de la “empatía del analista”. El analista se implica en un compromiso terapéutico que por supuesto incluye la empatía, pero esta empatía “sustentadora” por sí sola no es motor de la elaboración del paciente, es necesaria lo que Pereña llama una “escucha creativa” para poder fomentar este trabajo de elaboración. Nunca la relación transferencial puede sustituir el trabajo de elaboración del paciente.

 

Piedad Ruíz

 

Transcripción y adaptación: Clara Morales y Teo Fiunte