El narcisismo en la formación del yo

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HUELLAS DEL PSICOANÁLISIS EN EL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO. Piedad Ruíz: El cuerpo en la clínica de la infancia y la adolescencia. Abril 2018

La identificación habría que entenderla como las marcas que quedan en nosotros de las vivencias que hemos tenido con los otros y que van a influir en alguna medida en nuestras elecciones y en lo que sentimos que nos representa y nos identifica, tiene que ver con la pertenencia y la filiación, supone un reconocimiento de sí mismo y del otro.

 

Comenzaré con una cita de la clase inaugural que dio F. Pereña hace ya unos años en otro seminario que impartí sobre clínica infantil y que tituló “Introducción a la psicopatología”: “Cuando Freud descubre en el inconsciente de sus pacientes la presencia de la infancia, lo que descubre es la pulsión, es decir, la falta de regulación de una vida de satisfacciones objetales pertinentes. El descubrimiento de la pulsión es lo que hace que el desarrollo de las fases en la evolución no sea madurativo”. Es decir que no es que según un código instintivo simple se vayan cumpliendo determinadas fases del desarrollo y,  por lo tanto, un desarrollo madurativo. En todo caso, F. Pereña aclara que las fases obedecen al modo como Freud construye un mapa pulsional en el que se va viendo cómo el desarrollo de la vida biológica y las satisfacciones del niño van unidas a determinadas expresiones de la vida psíquica, a la vez que éstas se construyen a partir de los conflictos que estas fases plantean con el otro. Es imposible pensar en una fase como la fase oral o anal, o el control de esfínteres, solamente como una expresión de la vida biológica, sino como una expresión de la vida psíquica y, sobre todo, como respuesta al conflicto que se presenta  en cada fase con el otro. Y, teniendo en cuenta que nunca hay un desarrollo lineal de las fases como se ha pretendido y se sigue pretendiendo. Precisamente por la falta de regulación de la vida, por la falta de una satisfacción objetal pertinente, es decir, debido al hecho de que no hay un objeto adecuado a la pulsión, es que no existe en el humano una regulación instintiva y por tanto hace falta una regulación que se va produciendo en el intercambio con los otros. Entendiendo entonces la regulación afectiva como esa afectación mutua. Esta primera regulación afectiva es la base o el el núcleo desde el que se hace posible una primera integración o síntesis yoica, es decir, la primera condición para la construcción del Yo. Si la pulsión introduce al otro en el cuerpo propio, la unidad corporal que es necesaria para la unidad yoica se construye también desde el otro,  desde la mirada del otro.

Pasemos a recordar algunas de las condiciones para la formación del Yo. Por una parte, es necesaria la separación de las figuras de protección (digamos, en el sentido de la “dependencia absoluta” que describe Winnicott), separación necesaria entonces para la construcción de las defensas yoicas y para que sea posible la elaboración psíquica y la construcción de un mundo interno propio. F. Pereña también apuntaba otra condición referida a la construcción del fantasma sadomasoquista por el que el sujeto da poder al otro como figura de protección, lo que conduce al campo de la atribución y se convierte en un organizador del sentido (el sujeto puede interpretar al otro: me acoge, me rechaza, me persigue, etc…). Pero hoy vamos a hablar del narcisismo como complemento libidinal indispensable para la formación del yo. Recordemos que Freud da una definición del yo como una proyección de una superficie corporal, una unidad que al no proveerse en el humano por el instinto,  se crea entonces desde fuera de sí mismo y por eso requiere del narcisismo como envoltura para funcionar como unidad. Esta es una definición de Freud donde queda patente que el narcisismo es esa envoltura libidinal necesaria para la integración o síntesis que exige la formación del yo.

Sobre la regulación afectiva como matriz del yo corporal, el autor que más se ha detenido, por lo menos de forma más pormenorizada, por observaciones directas de la madre-hijo, es D. Stern. En su libro  La primera relación madre-hijo (Editorial Morata), critica a Freud en dos puntos muy importantes. El primero por el hecho de que para Freud el niño sea un receptor pasivo y la madre una barrera “antiestímulos” nocivos, ya sean externos o internos, por ejemplo, los tiempos de la alimentación para que el niño no pase hambre o la  temperatura adecuada del entorno. D. Stern plantea que el niño no es un receptor pasivo y que además puede buscar activamente estímulos intensos que le produzcan placer, subrayando que lo importante es la relación que puede tener cada estímulo con una referencia y no tanto la propiedad del estímulo en sí mismo.  Por ejemplo, si un niño ve una luz azul sobre su cuna, no importa tanto el color o la intensidad de esa luz, sino el hecho de que esa luz significa que la madre va a entrar en la habitación y va a saciar su hambre. O el significado que puede adquirir un muñeco cuando la madre se lo da para calmarle o acunarle, este muñeco es de este modo investido libidinalmente, según la expresión freudiana. Y la madre también lo ha investido, de tal forma que siempre lo utilizará para los momentos en los que desea calmar al niño. S. Lebovici decía en otro libro que recomiendo, El lactante, su madre y el analista,  (Editorial Amorrortu) que “el objeto es investido antes de ser percibido”.  Por otra parte,  para Freud era necesario la descarga de excitación para mantener cierta regulación o homeostasis, pero Stern dice que no se trata de un sistema cerrado donde todo va a tender hacia la descarga, sino que a veces la excitación también es necesaria y que no toda sobreexcitación tiene que ser displacentera. Se trataría más bien  de una dinámica de interacciones compleja donde lo importante es que se vaya configurando un estilo interactivo (sobre el ruido de fondo de múltiples estímulos sensitivos) para conseguir la regulación afectiva. Estilo interactivo, dinámico y coparticipativo. También hay que señalar que si observamos las intervenciones de la madre,  son importantes las que regulan el funcionamiento del organismo, las que calman las ansiedades del niño pero no menos vital es la interacción lúdica porque en dicha interacción no se trata de una necesidad de cuidado sino del placer de estar con el otro,  la motivación es interpersonal sin más, no hay ningún otro objetivo. Lo que llama Stern las representaciones sensoriales (en Freud podríamos pensar en las huellas sensoriales o huellas mnémicas que aparecen por ejemplo en los sueños)  van produciendo  ese estado interactivo que imprime carácter, o dicho de otro modo, el estilo interactivo conforma el carácter.

Resumiendo, el yo es  ante todo, un yo corporal. Los teóricos del apego también parten de esta premisa: las sensaciones somáticas son un componente de las emociones que modelan a su vez las representaciones y que a su vez afectan a las siguientes sensaciones y emociones, siendo la estabilidad de los intercambios entre la madre y el niño esencial para la experiencia  del sí mismo. Por ello, las  interacciones siempre tienen un ritmo y una repetición que posibilitan al niño sentir su propio cuerpo interactuando con el cuerpo del otro, y de esta forma, sentir sobre todo sus límites.

Y nos podríamos hacer la siguiente pregunta: ¿cómo sería un cuerpo sin yo? El cuerpo de un niño donde se ha construido un yo de forma muy precaria, es un cuerpo en el que, desde el punto de vista psicopatológico, pueden aparecer todo tipo de trastornos psicosomáticos o grandes inhibiciones del desarrollo o  una debilidad psíquica o fenómenos psicóticos. Es decir, si no hay un yo que ha hecho la experiencia del sí mismo, que organiza el sentido, que atribuye al otro, que interprete al otro, que pueda saber cuáles son los estados mentales del otro y por tanto los interpreta, si no hay esa atribución fantasmática no se ha construido el yo, pero no es que haya  un psicótico sino que no se ha construido el yo. Esto en la clínica infantil es fundamental y por eso no hay que precipitarse en el diagnóstico de psicosis o cualquier otro diagnóstico sin investigar qué ha pasado en la construcción yoica.

Así pues, la regulación afectiva y el narcisismo conforman la matriz yoica al posibilitar la unidad corporal indispensable para la construcción de las defensas yoicas, elaboración y creación  de un mundo interno. Subrayando que esa primera integración o síntesis yoica se realiza a partir de la experiencia de la separación, que permite la diferenciación y, por tanto, la identificación.

La identificación habría que entenderla como las marcas que quedan en nosotros de las vivencias que hemos tenido con los otros y que van a influir en alguna medida en nuestras elecciones y en lo que sentimos que nos representa y nos identifica, tiene que ver con la pertenencia y la filiación, supone un reconocimiento de sí mismo y del otro. Y no olvidemos que todo esto se pondrá  a prueba en la adolescencia, en eso que algunos autores llaman “segunda oportunidad”. Todo esto que estamos viendo de la infancia en cuanto a la formación del yo, tiene que pasar primero el examen de la socialización, de la escolarización y de los aprendizajes, examen en el que pueden aparecer muchas dificultades y trastornos de todo tipo. Pero es cierto, que la segunda prueba acontece en la adolescencia, donde lo importante no es como en la infancia  la socialización en la que todavía hay muchas figuras de protección (padres,  profesores, el colegio como institución, el grupo infantil…) sino los cambios sexuales, la separación de la tutela de los padres y la entrada en el grupo social. En la adolescencia se hace el duelo por los padres como figuras de tutela, pero también se hace el duelo del cuerpo infantil y, sobre todo, el adolescente se enfrenta al hecho de que la sexualidad es donde el conflicto psíquico aparece de forma más descarnada y, por ello, de forma traumática. Si a todo esto añadimos que puede darse una fragilidad identificatoria y que en muchos casos se produce una ruptura de la cohesión yoica, podemos entender por qué el adolescente suele ser alguien perdido, desorientado, que no puede expresarse, que se inhibe, que se desconecta con los videojuegos, las drogas, etc. Freud decía que la identificación era la carga del objeto infantil abandonada, es decir, que al separarse  de los padres se llevan algo de esa experiencia que los identifica. Es un rasgo del objeto libidinal perdido, abandonado, separado. Como veis  Freud habla siempre de objeto cuando se refiere al otro que es libidinizado. Así,   habla del objeto libidinal o de  elección de objeto, incluso de amor objetal para contraponerlo al narcisismo. Incluso en psicoanálisis contamos con una teoría que es conocida como teoría de las relaciones de objeto. Sin embargo, me parece más correcto hablar del otro libidinal, ya que el otro es  un sujeto. El otro de la mirada es un sujeto. La dinámica en la que un niño se ve en la mirada del otro es una experiencia subjetiva, porque el otro es un sujeto y porque esa experiencia es libidinal.

El estudio del narcisismo infantil no se puede separar de la formación del yo porque es su complemento libidinal, es su fuente libidinal. Aunque hablemos del yo cognitivo, tampoco se puede separar de lo libidinal porque la fuente de todo eso es libidinal. No se puede separar el desarrollo intelectual de lo afectivo, porque esta fuente libidinal es  lo que hace posible el proceso,  lo que mantiene la cohesión o integración yoica a lo largo de la vida, no sólo lo que permite el proceso de formación, sino toda la vida, es decir, que si en algún momento esa fuente libidinal es fallida, pueden darse fenómenos de melancolización o despersonalización y/o desintegración yoica. En la adolescencia por ejemplo o en los  fenómenos de despersonalización en los trastornos límites de la personalidad (o trastornos del límite, como los nombre Pereña), se ve claramente que esa fuente libidinal no es suficiente y aparece una vulnerabilidad extrema en la que de forma contradictoria se busca desesperadamente al otro y a la vez se rechaza.   

Otro ejemplo del papel que puede tener ese otro libidinal lo podemos ver en el autismo. Os recomiendo la lectura del libro Quiero dejar de ser un dentrodemi. Mensajes desde una cárcel autista de Birger Sellin (Editorial Gutenberg). Os leo la contraportada: “Birger Sellin nació en Berlin occidental en febrero de 1973. Extrovertido y cariñoso, aprendió a hablar a edad temprana y desarrolló sus facultades como cualquier otro niño. Sin embargo, antes de cumplir los dos años se desencadenó en él una violenta transformación que marcó su destino irremediablemente y cuyo diagnóstico, autismo, no daba lugar a ninguna esperanza. Mudo, privado de capacidad para comunicarse con el mundo, imposibilitada la asimilación de información, aislado, desconectado de la realidad y de los otros…parecía condenado a vivir en la celda inexpugnable de su propio yo. A los 18 años, sin embargo, se produciría un giro inesperado. Considerado hasta entonces como un disminuido psíquico gravemente incapacitado, gracias a la aplicación de la técnica de la comunicación facilitada (facilitated commnunication), Birger comenzó a escribir y el descubrimiento fue desconcertante Birger no sólo había aprendido a leer a los cinco años, hojeando cantidades ingentes de libros, sino que había registrado también todo lo que se había dicho o hecho a su alrededor”. Pero este testimonio de Birger Sellin una aportación a la clínica que no iguala ninguna teoría existente por más que se haya incidido en todas ellas en el valor del otro como otro libidinal: Birger sólo podía  escribir cuando sentía la mano de una persona en su brazo, pero no de cualquier persona, sólo la mano de aquellos con los que su vínculo había sido una experiencia libidinal o afectiva. Y, ¿qué nos aporta esta experiencia de Sellin? El otro libidinal no es sólo aquél que te quiere, sino aquél que soporta tu agresividad y contiene tu angustia.

El trabajo de Freud sobre el narcisismo fue el punto de partida de muchas líneas de pensamiento de los postfreudianos. Sin embargo, se vieron obligados a rechazar el concepto de pulsión por no serles útil en la clínica.   Llegaron a decir que  Freud había perdido una oportunidad. Pensaban que el estudio sobre el narcisismo podía haber sacado el concepto de pulsión de su anclaje más biologicista, a la vez que podía haber profundizado en investigar el lugar que ocupa el otro en la economía libidinal de un sujeto. Terminaron concluyendo que el conflicto psíquico no es tanto un conflicto entre  instancias (yo, ello y superyó) o entre defensas, aunque en estos conflictos de instancias y defensas esté implicado el otro (pero para Freud sólo a título de gratificador o prohibidor). Luego el conflicto es ante todo un conflicto psíquico porque lo es entre el sujeto y el otro y esto va mucho más allá de la gratificación o prohibición de la satisfacción pulsional. El impasse clínico de Freud en 1920 le llevó por los derroteros de la pulsión de muerte y con ello volvió a dar a la pulsión un estatuto muy biologicista, perdiendo sus descubrimientos sobre la pulsión su fuerza original.

Pero vayamos por un momento a Freud para hablar del narcisismo. Freud hablaba de un narcisismo primario como un estado de omnipotencia, de perfección al que habría que renunciar en la experiencia de separación. Al renunciar, ese narcisismo que es ilusorio y omnipotente, se fragmenta y hay una redistribución: una parte queda en el yo dando lugar a la autoestima. Otra parte se transfiere a los otros, se dirige a los otros y sirve de fuente en la capacidad de amar y, por último,  otra parte  nutre la dialéctica yo ideal/ideal del yo, es decir, nutre los ideales como anhelo de la omnipotencia y perfección perdidas. Es decir, que el desarrollo del yo implicaría un distanciamiento de ese narcisismo primario a la vez que una aspiración a recobrarlo, pero si esa  ilusión narcisista es excesiva impediría establecer verdaderos compromisos con los otros o  conduciría a buscar metas inalcanzables, a la vez que haría a los sujetos cada vez más vulnerables. Otto Kenberg ha estudiado bastante esto desde la psicopatología. M. Klein, por su parte,  es en la elaboración de la posición depresiva donde se puede hacer el duelo del otro omnipotente. Si el otro no es omnipotente, yo tampoco. Y lo contrario, expresado en la frase tan repetida por los maltratadores: “si mi madre lo aguantaba todo, ¿por qué tu no?”. La posición depresiva es para M. Klein el momento en el  que se descubre un otro como sujeto y no como mero objeto de satisfacción. Mi madre no es sólo la que me satisface sino que es un sujeto que tiene su propio deseo, es decir, es enigmática. Esto abre  la posibilidad de sentir a ese otro libidinal que permite la ambivalencia (no es totalmente buena ni mala), el duelo (porque ya no es la que me puede satisfacer) y la culpa. Ambivalencia, duelo y culpa, tres nociones fundamentales en la clínica.

Para  Winnicott se trata del paso de “la omnipotencia subjetiva a la realidad objetiva”. Habla igualmente de un estado megalomaníaco e ilusorio y de un estado de transición entre ese estado de omnipotencia narcisista y la separación en el que perdura cierta ilusión narcisista. Espacio transicional en el que es posible el desarrollo de la capacidad creativa.

Por último, Lacan  habló del estadio del espejo como un momento genético en la formación del yo y habla de este estadio como un “mecanismo libidinal”. Se inspira en trabajos de autores anteriores, fundamentalmente en Wallon. Wallon decía que la imagen especular resuelve la angustia de percibir y sentir el cuerpo fragmentado, ya que con la imagen especular el niño tiene el sentimiento de totalidad, de ser uno aunque el otro se mezcle constantemente con él. Es muy interesante. Es decir, que cuando un niño ve su imagen especular y lo ve como una unidad él no lo siente así, ese es el punto de partida de Lacan que lo expresa así: “Para el hablante la formación de la identidad del yo es una tarea, no viene dada, y en esa tarea la reciprocidad especular requiere de los objetos y la comunicación de sentimientos comunes”. 

 La imagen especular es muy importante en la formación del yo y forma parte de las técnicas terapéuticas como el juego, el dibujo, etc., porque en la especularidad es un elemento más que metaforiza cómo el niño pide al otro una confirmación de esa anticipación de unidad yoica y ésta no se resuelve de una manera instrumental, sino que es el deseo del otro, la mirada libidinizada del otro la que hace posible el proceso.  No vale cualquier mirada, como no le valía a Sellin cualquier mano. ¿Por qué? Porque sólo esa mirada libidinizada permite al niño articular su demanda. Se trata entonces de una experiencia libidinal en la que tanto el niño como el otro intervienen de forma activa, no es sólo un fenómeno perceptivo o cognitivo, sino que se trata de un vínculo afectivo en tanto afecta a ambos

H. Plessner que fue uno de tantos autores que se ocuparon de este tema de la especularidad, pero referido a la antropología filosófica y a la psicología social, expresó de maravilla lo que definía este proceso al decir que se trataba de “darse ante alguien”, reconocerse a la vez que estoy dando y estoy demandando. Oye tú ¿este soy yo? – “sí, ese eres tú”. Me estoy reconociendo dándome. Es muy difícil que yo me reconozca sin darme. ¡La cantidad de problemas que todo el mundo tiene con el reconocimiento¡

 

Seminario impartido por: Piedad Ruiz Castillo

Transcripción realizada por: Ifigenia Frias