La Adolescencia y los Fenómenos de Grupo (Continuación)

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PIEDAD RUIZ: Y esta cuestión de las revueltas de las que hablaba al principio, se pueden pensar en relación a ideales…

FRANCISCO PEREÑA: El problema es que los ideales no existen ¿Crees que los políticos que se sientan en el Congreso creen en la justicia? El problema entonces no es la transgresión, que era lo que se decía antiguamente, “no cumplís con los ideales”. Pero ahora no hay ideales con los que cumplir, tienen que crearlos ellos. Es el fenómeno de Greta Thumberg. Pobre chica que también la brean a gusto por la misma razón, porque es una mensajera de la desgracia.

El fenómeno de Greta Thumberg solo es pensable en una sociedad que pasa olímpicamente, que hace reuniones sobre el clima que no sirven para nada. Esta chica que dicen que es Asperger, me da igual. El Asperger, por lo menos, tiene una mala relación con la mentira. No denuncia un ideal que no se cumple: lo crea. Dice “sois unos sinvergüenzas, sois destructivos, no tenéis decencia”. Eso es lo que dice esa cría. Tiene que crear un ideal que la sociedad ha degradado.

Entrando en la clínica, creo que no debemos olvidar todo esto porque la soledad del adolescente es la soledad ante el duelo.

La adolescencia si tiene una vertiente clínica incuestionable es el duelo del deseo infantil, del mundo infantil. Y para que haya duelo tiene que haber habido deseo infantil. Y ahí nos tropezamos con frecuencia con serios problemas.

De hecho, nuestra clínica del sujeto es la clínica del deseo infantil ¿Cómo usted ha incorporado en su vida el criterio del querer vivir? La relación con lo que se quiere. Y la relación con lo que se quiere es el criterio de cada uno sobre el querer vivir.

Así que se trata de recuperar el deseo infantil que a veces no hubo. Pues yo diría que todos los sujetos que recibimos tienen grandes dificultades con el deseo infantil, de todo tipo, porque fueron desautorizados en su deseo, porque fueron descalificados en su deseo. No diría que no fueron queridos. A veces no es lo más grave. Lo más grave es que fueron borrados como sujetos deseantes.

Si atendéis bien veréis bien que muchos sujetos, diríamos del campo de la neurosis, tienen en el fondo una depresión infantil, y una desesperación infantil. Este es el término más atinado, a mi parecer, para poder referirse a las impotencias infantiles. Cuando ellos no pintan nada ni pueden hacer nada, luego lo que hacen es intentar que esto pase o intentar que la madre, o quien fuera, cambie. Y ellos están en la parálisis y la pasividad más absoluta, más angustiosa. Y cuando llegan a la adolescencia acusan severamente la defensa disociativa.

En la adolescencia es muy frecuente la disociación. Yo lo remito a la cuestión del deseo infantil. Cuando éste no ha sido desacreditado, desear no supone entrar en confusión. Pasa que el niño o la niña quiere algo que los padres no quieren y los padres dicen “es un gilipollas”. O no lo dicen, pero lo practican.

El sujeto es activo pero esa desacreditación ayuda a un tipo de pasividad que entra en confusión, no sabe lo que va a pasar, el desastre que va a venir, no sabe lo que pasará mañana… El alivio es que pase el desastre, pero no se enfrentan al desastre.

Un niño que no esté en la impotencia puede entrar en conflicto con los padres. El problema en la adolescencia es cuando no hay conflicto con los padres, sino que hay un arrasamiento del deseo infantil. Entonces tienen que disociarse para sobrevivir a la angustia.

El niño que entra en conflicto es el que tira la leche porque su madre quiere que se la tome y él no. Pero aquel que no puede entrar en conflicto es aquel cuyo deseo infantil está devastado.

Los estados confusionales de los adolescentes y el miedo que les suscita, se expresan con la agresividad, el rechazo, el no poder recibir y con el odio que no se ha podido expresar en la vida infantil. Uno rastrea y ve fenómenos de odio, pero muy desplazados. Y en la adolescencia el problema es que el odio también está en esa confusión, no forma parte de un conflicto. Son odios conectados con la confusión. Odian en silencio, no recibiendo del otro, no como orfandad sino como agresión.

Estos fenómenos disociativos dificultan mucho en la adolescencia el duelo. La agresividad frontal que no está regida por una disputa por el deseo es una agresividad meramente destructiva, como diría Melanie Klein. Es una agresividad que no va a ningún sitio, no está sostenida por el criterio del querer, sino solamente en respuesta a la angustia bajo el modo de la confusión.

Estos sujetos, al no poder hacer el duelo no pueden separarse. Veréis en los adolescentes situaciones que ni pueden soportar ni pueden irse de ellas. Al faltar el criterio del deseo, tienen que estar en las situaciones bajo el modo del daño, porque el investimento libidinal del vínculo cuando no está el criterio del deseo es el daño. Y se hace dependencia al daño. Y no se pueden ir porque irse es entrar en el abismo melancólico, en el vacío pulsional. Y están esperando que pase el chaparrón o que el otro cambie, cosa que nunca se debe hacer porque uno tiene que tomar el criterio sobre su deseo, no sobre lo que el otro haga.

Se convierten además en adolescentes sermoneros. Y cuando no se ha resuelto eso se sigue toda la vida. En vez de escuchar al otro se le sermonea.

Por ejemplo, un pequeño detalle de un paciente: se encuentra él con un amigo del colegio, un friki raro. Lo acoge, lo lleva con sus amigos, se vincula a él. Este otro chico es un borde, se enfrenta a los amigos, etc. Mi paciente se encuentra con él y lo sermonea con el resultado de que el otro le odia. Sermonea porque no se puede ir.

Éste mismo cuenta, al hilo de un sueño, que encuentra a un profesor de su colegio que era a quien amaba, un profesor entregado a la enseñanza. Entonces lo ve por la calle y se esconde porque estaba en una mala situación en su vida y para escabullirse de la pregunta “¿y tú qué haces?” se esconde. A los pocos meses el profesor muere y mi paciente llora ¿Por qué había eludido el encuentro? Duelo no había hecho ninguno, porque si tiene el criterio de su deseo puede contestar algo a ese maestro -“pues nada, una mala racha…”-, porque tiene el criterio de su deseo que es ver a ese hombre. Al no tener el criterio de su deseo, huye de que el otro enjuicie o descalifique su vida y sus dificultades.

Así que cada vez que alguien os sermonee pensad qué le habrá pasado en su adolescencia. Bueno, nosotros sermoneamos también un poco, pero no conviene que abusemos del sermón. Conviene más escuchar que sermonear porque se nos escapan cosas, nos precipitamos. De entrada, uno quiere ayudar pero puede no estar enterándose de nada.

La dificultad del adolescente con el duelo es no poder irse de la infancia si el deseo infantil ha estado maltratado, aniquilado. Lo que corresponde es ir a la escena infantil donde el deseo fue machacado, descalificado, vilipendiado, etc.

Eso se hace con los niños todo el tiempo. Y de eso se sale mejor en la medida en que de eso se haga un conflicto. “¿Tú quieres que yo me tome la leche? Te vas a enterar, y la tira al suelo.. Ese niño está más posibilidades.

Y nosotros tenemos que hacer viables los duelos. Para eso hay que recuperar el deseo, que el sujeto no viva en la permanente dependencia del deseo del otro, esperando a que pase el chaparrón o a ver cómo cambia el deseo del otro para no poner en juego su propio deseo.

Hay que localizar en la escena infantil, por ejemplo, las razones de un odio que tiene que no es del orden del conflicto porque es del orden destructivo. Cuando un chaval joven me cuenta que ama a su parejita muchísimo y de pronto ella pierde sus llaves y le entra una furia de tal calibre que se asusta de sí mismo, en última instancia está la dificultad de sostener él solo el deseo, porque le pide a la pareja que lo sostenga ella y si le pierde las llaves ya no le sostiene su deseo, con el resultado de una frustración terrible.

Nuestra clínica va orientada a eso, a recuperar el criterio del deseo para que pueda sostenerlo en las condiciones que quiera, con el criterio de querer estar ahí, no el de no poder irse como modo de estar, sino el de la soledad del deseo. Para eso es fundamental la separación de la madre, es fundamental que su existencia se juegue en otro terreno y no sólo en la escena infantil.

PARTICIPANTE: ¿Qué tiene que ver esto con las certezas infantiles?

FRANCISCO PEREÑA: La certeza infantil de la que yo hablo es la certeza que no admite posibilidad.  Es como la muerte. Si la ves solo como una certeza ya estás muerto. La muerte es la posibilidad de vivir. Su certeza no impide esa separación. La posibilidad es a partir de lo que ha sucedido y por lo que ha sucedido.

Mi admirado Walter Benjamin decía que toda situación que sucede en la historia es una oportunidad revolucionaria.  Y lleva razón si lo ves como la vida misma. No hay una vida por fuera de lo que sucede y no de lo que se teme o se fantasea..

PIEDAD RUIZ: El tema de las identificaciones está muy relacionado con el duelo, no sólo en la adolescencia sino también en la infancia.

FRANCISCO PEREÑA: He defendido como sabéis que la identificación, propiamente dicha, es por falta de identidad, es decir, exige separación. Para que yo incorpore lo que me ha sucedido como oportunidad y no como certeza es necesario que lo incorpore no como identidad.

PIEDAD RUIZ: Es decir que la identidad está del lado de la certeza y la identificación del lado del duelo y la pérdida.

FRANCISO PEREÑA: Soy lo que me ha sucedido, me identifico con ello.

PIEDAD RUIZ: En la adolescencia hay algo de lo absoluto, la justicia, la verdad…

PARTICIPANTE: (Explica una viñeta sobre un paciente).

FRANCISCO PEREÑA: La certeza infantil no necesita tener formulación de certeza. Es simplemente como la certeza de la muerte: está ahí, no tiene que ser formulada. Hay pacientes que vienen con la certeza de que no van a ser escuchados y quieren ser escuchados porque vienen a verte. Y se comportan como si no fueran escuchados. La certeza no es en relación a lo que ha sucedido sino a cómo ven su vida sin posibilidad. No es una defensa ante un temor. El miedo es porque no tienen posibilidad. Es como decía Hobbes: “el miedo es el fundamento del Estado”. El Estado se funda en el miedo. Ni en Dios ni en el pueblo, en el miedo. Y el miedo es la certeza de que si no está el Estado nos vamos a matar unos a otros. El miedo viene de la certeza del daño.

El chico del que yo hablaba antes, el que no va al encuentro del profesor, ya ha construido la escena como escena única e inamovible. Se va a encontrar con el profesor y le va a preguntar “¿y tú qué has hecho?” y él no va a saber qué contar, avergonzado… Este chaval dice “yo desde que nací soy viejo” porque ya sabía que la vida estaba en otro lado. Todo aquello que niega la posibilidad es una certeza infantil.

Se puede amar a un hijo y no acogerlo porque el acogimiento es justamente aquello que acoge el enigma del hijo. El acogimiento no es invasivo, es la antítesis de la condena del hijo. Sin acogimiento es más difícil orientarse en la posibilidad de algo.

PIEDAD RUIZ: ¿En el lacanismo no se llamaba fantasma?

PARTICIPANTE: Precisamente yo estaba pensando en la cuestión del fantasma tal como lo explica Pereña. Pensaba en que en la medida en que está creada una escena sadomasoquista hay una experiencia no solo de daño, también de protección. Pero pienso que en el relato del daño quizá pueda existir el riesgo de que lo confundamos con certeza infantil.

FRANCISCO PEREÑA: Por eso la certeza no tiene formulación. El goce está considerado desde el goce, no desde el conflicto. El problema del lacanismo con la idea de goce o de fantasma es que tiene un fallo terrible clínicamente hablando, que es que elude el conflicto. El fantasma sadomasoquista, por ejemplo, quiere eludir el conflicto, y dice: aquel que me protege me puede dañar, pero esa formulación ya conlleva un conflicto. Lo que rige la vida inconsciente es el conflicto.

Cuando hablé de adolescencia hace muchos años en tu seminario incluía la perspectiva pulsional. El exceso pulsional que se produce, la deformación del cuerpo como decía Aristóteles, el extrañamiento del cuerpo, la sexualidad, todo eso es un estado de confusión tremendo.

Freud habla de los destinos de la pulsión y efectivamente en la adolescencia hay una reorganización de los destinos de la pulsión. Y yo introduje en aquel momento la idea freudiana de sublimación. Yo abandoné la idea freudiana de intrincación y desintrincación pulsional.  La usé para pensar la adolescencia porque hay una desintrincación pulsional en la medida en que hay un ataque de la pulsión al yo. Lo abandoné porque era demasiado teórico y a mí me gusta ir más a ras de los conflictos y de las dificultades más concretas.

PIEDAD RUIZ: Y estaba la cuestión de  la pulsión de vida y la pulsión de muerte, pensada como algo destructivo, que gana terreno en la adolescencia y rompe el equilibrio de la infancia.

PARTICIPANTE: En la clínica cuando está funcionando una certeza ves más los efectos de la certeza, la pasividad, ha matado la propia posibilidad, no hay pregunta.

FRANCISCO PEREÑA: O hay odios, no del lado del conflicto sino del lado de la angustia.

PARTICIPANTE: ¿Conflicto o angustia?

FRANCISCO PEREÑA: Angustia traumática. Por eso hablaba de la desintrincación pulsional en relación con eso, no con la pulsión de muerte. Es decir, la agresividad en relación con un conflicto está en relación con el criterio del querer y la otra no, la angustia traumática es la experiencia radical del vacío pulsional. El conflicto se va a sentir a partir de ahí, pero la primera vivencia, la más radical y desnuda, es la angustia.

PARTICIPANTE: Yo quería saber qué quieres decir cuando dices que en la clínica lacaniana se elude el conflicto.

FRANCISCO PEREÑA: Miller distinguía entre la clínica lacaniana y la freudiana porque decía que la lacaniana era clínica del goce y la freudiana del conflicto. No lo digo yo, lo decía él.

El término de goce nunca he sabido qué significa para el lacanismo. En la clínica cuando yo los escucho hablar de goce lo entiendo como acusación. En todos los casos que presentaban había acusaciones a los pacientes porque gozaban.

PARTICIPANTE: Es como un comodín que no dice nada…

FRANCISCO PEREÑA: Yo le di vueltas y sólo lo vi como elusión del conflicto.

Hace poco una persona muy influida por el lacanismo me manda a una paciente, una historia dura. Lo que se llamaba locura histérica y yo llamo disociación histérica. Y todo el tiempo me dice “goza con el daño, goza con el daño…”.  Puede haber investimento libidinal del daño, pero de ahí no cabe concluir sin más que daño y goce es lo mismo. ¿Qué es el goce? Un término que sirve para todo y para nada. Esta mujer está desesperada y muerta de angustia. Yo quiero ver el conflicto de esta mujer, por qué no puede poner su deseo en juego. El goce es una acusación clerical.

PARTICIPANTE: Me cuesta pensar cómo piensas en la certeza infantil, porque siempre esa palabra, influida por mi formación lacaniana, me lleva a la certeza psicótica. Se nos dice que no la cuestionemos y le acompañemos. Y ahora te escucho decir que hay que cuestionar esa certeza infantil…

FRANCISCO PEREÑA: Hablo de certeza en el terreno de las neurosis. Y sobre la certeza psicótica tampoco me parece que sea lo más importante para pensar la psicosis. Sabéis cómo entiendo la psicosis, la expliqué de forma sencilla y exhaustiva en el libro de Julio Fuentes y yo respeto la certeza psicótica que es la paranoia. Para mí no hay otra certeza psicótica que la paranoia, porque la certeza melancólica no sé en qué consiste, porque el melancólico vive en el vacío pulsional, sin ninguna certeza ni ningún sentido. Entonces, la defensa paranoica uno la respeta porque sabe que es una defensa contra el vacío pulsional.

Y lo que uno hace no es tanto cuestionar la certeza, sino hacer viable que un sujeto psicótico pueda relacionarse con la melancolía sin que esa certeza prosiga, porque esa certeza paranoica tiene un problema que es que para que prosiga tiene que estar alimentada. Y cuando el paranoico tiene que alimentar la certeza paranoica puede llegar a lo peor. Para mí el tratamiento de la certeza paranoica es cómo limitarla para que haya una cierta estabilidad y no se convierta en un camino sin fin.

La certeza infantil es de otro orden, es fundamentalmente la certeza de que su vida ya está jugada y de la que sólo le cabe esperar el desastre o habituarse al miedo.

PARTICIPANTE: Hoy hablabas de la destrucción o descalificación del deseo infantil y hace unos meses también hablaste de ello y decías, por ejemplo, cuando se le dice al hijo “¿dónde vas con esas pintas?”. Pienso que es muy común, hay miles de variantes. Y también dijiste que las familias son máquinas de destruir el deseo. Me quedé pensando en ello, que la familia tiene esta cosa buena y a la vez mala y que mejor aléjate todo lo que puedas. Pienso si se puede no descalificar el deseo en la familia.

FRANCISCO PEREÑA: La familia tiene dos patas, una en lo social y otra en el ámbito de los afectos. Yo creo que sí se puede. En la medida en que una madre necesite menos la dependencia del hijo o el ideal del hijo, eso favorece el espacio de acogimiento. No es lo mismo el acogimiento que la protección. A veces, en ocasiones, pueden ser incluso antitéticos. El acogimiento cuenta con el enigma del hijo, con la incógnita de o que pudiera querer o de lo que será de su vida. La protección, por el contrario, puede conducir a una suplantación de la intimidad del hijo.

Hoy lo importante en la vida familiar es el cuidado. El padre romano ya no existe. El padre autoritario es un peligro cuando no un ridículo. El padre de hoy día es un cuidador. Es el tercero, cuarto o quinto o como lo queráis llamar. Es el que crea un espacio de mediación en el propio cuidado, no en la referencia a la autoridad sino en el propio cuidado.

Transcripción: Sonia Fernández